lunes, 3 de junio de 2019

Exígete luego exiges. Transmite valores






*Rosa María Chávez Hernández



Hace unos meses ha fallecido mi madre. Puedo decir que no solo era una madre buena y cariñosa, sino una madre extraordinaria. Exigente y a la vez respetuosa. Que ponía límites, pero permitía y fomentaba el error con reflexión.

Ha fallecido con 86 años. Nos educó cuando ciertamente no existían avances tecnológicos, pero también fueron tiempos difíciles. Ahora que cuento con suficiente perspectiva pienso ¿cuál fue el secreto que convirtió a mi madre no solo en una mamá excepcional, sino en una persona extraordinaria?

Ella nos dedicó tiempo, todo el tiempo que los diez hermanos necesitábamos. A uno con un repaso y orientación de operaciones matemáticas. A otro, media hora de plática con reflexión en el desayuno. A otro, una mañana enseñándolo a leer; a otro con una oración antes de dormir, etc. Podría decir que fue su capacidad para escuchar o su paciencia para explicarnos lo que no entendíamos o para hacernos las preguntas necesarias que nos permitieran identificar el problema y buscar soluciones, evitando cualquier queja o victimismo.

Estoy segura de que fueron muchas cosas y habilidades en su conjunto, pero los diez hermanos coincidimos en que lo que ganó nuestro respeto y admiración, hasta su último aliento, fue que en todo momento sabía que era ejemplo para nosotros, antes de decir o hacer algo, pensaba si nosotros aprenderíamos algo bueno o malo de ella, entonces tomaba la decisión de actuar correctamente.

El hecho de sentirse siempre modelo de conducta nos permitió descubrir lo importante que éramos para ella, y eso nos hacía sentir capaces de cualquier cosa, porque sabíamos que, aunque nos equivocáramos nuestra madre estaba ahí para ayudarnos a entender, sin evitarnos las consecuencias, ¡por supuesto!

Y aquí es a donde voy: ahora, los que somos padres y madres, lo somos con lo que hemos aprendido de nuestras vivencias de nuestra propia historia. Pensemos con claridad para darnos cuenta que ni la sociedad, ni la escuela, ni los amigos tienen tanta influencia en nuestros hijos como nosotros. 

Traer un hijo al mundo es una enorme responsabilidad, pero a la vez un inmenso privilegio. En el momento en el que escuchas su primer llanto, debes saber que ya eres ejemplo de vida de un nuevo ser, totalmente virgen, sin prejuicios, sin expectativas, sin miedos.

Justamente en ese momento nace con tu hijo la mejor versión de ti, la que le moldeará la mente y el alma, lo hará conforme el modelo que seamos para él. No podemos ser padres perfectos. Es muy difícil no gritar nunca, ni juzgar a nuestros hijos, pero ese hijo se merece que intentemos sacar lo mejor de nosotros.

Trasmitimos no solo lo que sabemos, sino sobre todo lo que somos. No podemos enseñar valores si no los practicamos. Un hijo es motivo de cambio y mejora, es un desafío que nos exige crecer, con valores y coherencia entre nuestros actos y nuestras palabras.


Por lo anterior, concluyo que unos buenos padres no son un modelo de perfección. Los buenos padres sencillamente son aquellos que intentan ser el mejor modelo para sus hijos y buscan los medios idóneos para serlo.



*Subdirectora académica del C.A.M Cd. Guzmán.

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