lunes, 18 de febrero de 2019

El diálogo urgente








Los conjurados



Ricardo Sigala


Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República, mucha gente vaticinó la caída de las libertades democráticas, la hecatombe de la economía neoliberal, la ruina en las relaciones del Estado con los empresarios y los inversionistas extranjeros, el nacimiento del pequeño bravucón frente a Estados Unidos como lo hicieron antes Castro, Chávez y ahora Pak Pong-ju, el presidente de Corea del Norte. También se vaticinó la inmediata caída de peso frente al dólar, y se profetizaron las radicales respuestas de organismos internacionales como el Banco Mundial. Nada de eso sucedió y nuestro país siguió con su vida más o menos igual a la cotidianidad en que vivíamos en el sexenio anterior. Los opositores no acertaron.

La nueva oposición arremetió contra el actual gobierno, primero porque iba a cambiarlo todo de forma radical, después los ataques fueron justo porque no había sido tan radical. Sin embargo, esta gestión federal se ha dedicado hacer modificaciones en los más variados ámbitos y por supuesto, eso le molesta a muchos, especialmente a aquellos que ven sus intereses y sus privilegios amenazados. Aquí se han incluido hasta aquellos que en su momento habían celebrado las acciones de AMLO, como es el caso de un amplio sector de la comunidad cultural, que celebró el ataque al huachicoleo, la eliminación de las pensiones de los ex presidentes, los ajustes en hacienda, que estuvo de acuerdo con la crítica de los altos sueldos a los políticos, pero que se ha indignado cuando fueron tocadas sus “instituciones”,  es decir los cambios en el Fondo de Cultura Económica, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Pareciera que todo en el país estaba mal menos mi gremio. Lo mismo ocurre con el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT).

Emiliano Monge Escribió hace unos días en El País, hablando justo de este tema: “Queremos que todo cambie, en política, tras las últimas elecciones y el cambio de régimen, hasta que los cambios alcanzan nuestro ámbito, nuestra experiencia, nuestros recuerdos inmediatos.” Los que amaron a López Obrador ahora lo odian porque los hizo hacer largas filas en las gasolineras, o porque se modificarán las políticas para las becas para artistas. Queremos que las cosas cambien, porque están mal, pero nosotros no queremos cambiar porque siempre los que están mal son los otros.

En este contexto, lo que sí es importante es entender que un presidente no basta para construir una democracia, ni para gobernar un país. Todo gobierno necesita de una oposición real, crítica, inteligente. Una oposición basada en una idea clara de nación, que haga la tensión necesaria para que la balanza no se incline de manera desproporcionada hacia los intereses del poder en turno y que no se desatiendan ciertos sectores en detrimento de otros. Sin embargo, mucha de la llamada oposición en nuestro país no ha sido ni crítica, ni inteligente, ni ha demostrado saber a dónde va y sólo parecen luchar por los privilegios que han perdido y los que perderán. Mucha de la oposición ha construido su discurso en estereotipos ya superados de la política del siglo XX, en declaraciones clasistas y racistas, se detienen en la edad del presidente y en su hablar pausado, en que sus ruedas de prensa son muchas y muy temprano. Es decir, nada que contribuya a un proyecto de nación.

Las personas que no entienden de política, o más bien esos advenedizos que conciben la política como grilla y beneficio personal, creen que la principal tarea de la oposición es no dejar gobernar, cuando el noble fin, el objetivo real de la oposición es contribuir a bien gobernar.

Gabriela Warkentin escribió hace un par de días en El País México, “No recuerdo haber visto tan pasmada a la oposición como ahora. Ni a todos aquellos sectores que sienten que una aplanadora les pasó por encima. Pasmados, enojados, asustados. Y, por ende, mudos. O insignificantes: desde la trinchera de la sorpresa enfadada, no han podido articular una narrativa que siquiera compita en atención con la dominante. Y no es cosa menor, porque ninguna dominancia apabullante es deseable. Pero competirle requiere de una redefinición de perspectivas. O de una reingeniería de la imaginación. Y de la incubación de voces creíbles. Vaya tarea.”

Por una parte, están los que despotrican contra las acciones de presidente, por otra los que los defienden como en una cruzada. Una democracia no requiere resentimientos ni apapachos, por el contrario, requiere diálogos, inteligentes, propositivos, inclementes si es necesario, pero diálogo. En el citado texto Warkentin asevera que “La oposición solo logra balbucear algunos berrinches desde la debilidad que significa la ausencia de credibilidad.” “Hoy, el presidente no tiene quien le conteste. Solo que todo presidente, en una democracia que se precie de serlo, necesita quien le conteste.”

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