jueves, 14 de noviembre de 2019

Recordar es vivir








Tecalitlán en la historia



René Chávez Deníz*



A principios del siglo XX la vida diaria de Tecalitlan al inicio de esa centuria transcurrió dentro de la armonía y de la convivencia: grandes kermeses y días de campos compartían las familias de aquellas fechas. Desde luego esa convivencia estaba marcada por los parentescos; pero aún a mediados del siglo XX y por los años sesenta, era grande la interrelación de quienes moraban en Tecalitlán.

Después de esos años muchas familias emigraron principalmente a la ciudad de Guadalajara, ya por trabajo, ya porque sus hijos tuvieran la oportunidad de realizar estudios superiores, ya por ambos motivos.

Por las calles del pueblo, adelantado ese siglo, quedaban cañas asadas, las cuales caían de los camiones en que eran transportadas rumbo a los ingenios.

Cuando la caña era quemada en las cercanías el tizne volaba y caía por doquier, pero la incomodidad que eso causaba era compensada; con alegría se escuchaba el silbato de la Guadalupe, el ingenio cercano al pueblo que anunciaba el inicio de la zafra y con él la actividad de muchos tecalitlenses que después, la fin de la semana irían a las oficinas de don Gonzalo Ochoa allá por la calle Ponce de león a recibir su salarios y a armar grandes bullas entre tanto les tocaba su turno de cobrar.

Hacia la purísima y Santiago se encaminaban otros muchos tecalitlenses: mecánicos, carpinteros, jornaleros, administrativos, etc. Salían a cumplir con sus labores, en la fábrica en el campo.

Toda la temporada de zafra era de bullicio en Tecalitlán. Las personas principalmente los sábados acudían a comprar y en los establecimientos de Gabriel Pérez, Manuel Abarca, José Flores, Los Barajas, etc. O en las carnicerías de Llorente, Rafael Navarrete, Antonio Cabadas, etc. La clientela se agolpaba.

Era tradición en Tecalitlán el reparto del pan de San Antonio, los martes en la misa de la mañana en el templo de Tercera Orden. También la misa de los niños, los domingos a las 8 de la mañana, en el templo parroquial era tradicional.

Otra costumbre era la de barrer la calle: a temprana hora, las mujeres barrían casi siempre con escobas coloradas y luego regaban el arroyo de la calle en el tramo correspondiente a su finca.
Se acostumbraba muy de mañana ir al molino de don Margarito Casillas, donde también estaba la planta de la luz por la calle Victoria a moler el nixtamal.

Comprar el pan era casi un ritual se iniciaba el desfile de los panaderos por los tendajones y, a poco rato las señoras iban apareciendo para adquirir los tostados, pasteles, empanadas, cortadillos, conchas etc. 

Respecto al luto este era rigurosamente guardado, al morir alguna persona, las puertas de la casa eran cerradas. Las mujeres vestían de negro, mínimo un año y después iban vistiendo ropas grises o de combinación de negro y blanco hasta que podían de nuevo usar la ropa de otros colores.

Llegaba diciembre y alrededor del jardín se instalaban las terrazas y juegos mecánicos armando una barahúnda fenomenal. Los bailes en el edificio del sindicato, en la ganadera, las peleas de gallos por lo general en el local de la ganadera, por madero; las corridas de toros en cuya plaza llegaron a alternar figurones del toreo, llenaban de alegría los días de Tecalitlan, aunque a veces las fiestas se enlutaron debido a peleas con resultado de algún muerto. ¡recordar es vivir!


*Cronista Municipal de Tecalitlán.


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