martes, 26 de noviembre de 2019

La Comala de Juan Rulfo






Fernando G. Castolo


Caminé sin rumbo por caminos sinuosos. Vagué y me cansé. Finalmente me estacioné aquí, donde todo empezó… Y de aquí recogí mi maltrecha humanidad y le di forma. En los orígenes está la respuesta de lo que buscamos sin cesar, pero la experiencia que tomamos durante el trayecto logra agudizar el temple de lo que somos, hasta darle un halo trascendente. En ese sentido, reencontré muchas respuestas después de divagar por diversas lecturas que, en conjunto, me invitaron a la relectura y, entonces, todo adquirió una lógica más congruente, aunque persisten lagunas que, declaro, se deban a mi nimia dimensión dentro del campo literario.




No me ha sido fácil, es cierto, pero no deseo dejar pasar esta oportunidad para invitarlos a que reconozcan parte de lo que somos en este gran mosaico cultural que es México a través de la obra de Juan Rulfo, una obra mínima, no voluminosa, pero trabajada como fina orfebrería que ha logrado captar la atención y la crítica de propios y extraños, más allá de épocas y fronteras, manteniéndola actual en su discurso, y por ello es la más monumental y fantástica de las creaciones que, en el pasado siglo XX, las letras hispanas dieron al mundo, según las voces que gozan de la autoridad universal, y para orgullo de nosotros, los de este campo fértil en torno a los volcanes, emanó de esta tierra pródiga, como la de Yáñez, otro importante jalisciense, pero no tan colimense como nuestro cuasi coterráneo.

No, lo dije y lo repito, no soy un experto en literatura, pero, en cambio, soy un ferviente amante de ella, y con más ahínco de aquella en la que logro reconocerme como hijo de esta noble Patria, a la que cantó con bríos incandescentes y fervorosos López Velarde, solemnizando su imagen en momentos determinantes de la vida nacional. Pero ¿qué fue lo que nos legó Juan Rulfo?, ¿acaso una obra compleja en su estructura, a la vez que novedosa y que, por lo mismo, ha causado ese formidable furor entre la crítica especializada? “Es la mejor novela que se ha escrito jamás en lengua castellana”, declaró tajante en alguna ocasión Gabriel García Márquez.

Sin embargo, como también lo comentara Vicente Preciado Zacarías con ese acento manso y humilde de su investidura, entre los múltiples textos que tratan de desentrañar los misterios de esta monumental obra, nadie o casi nadie, dirige su mirada al tejido secreto de la novela, que es la parte magistral de la misma: La simultaneidad. Esa simultaneidad entre lo real y lo soñado, entre el supramundo y el inframundo, entre los presentes y los ausentes… Esa simultaneidad de voces, que bien pudieran no serlas, forman parte de ese consciente inconsciente de que está provisto el texto.




Lo que en realidad pasa es que Juan Rulfo, al igual que Dante Alighieri, nos lleva por paisajes del infierno… “Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire…”. Entonces el verdadero Comala, no es otra cosa más que un comal que está constantemente en el fuego, por ello, la versión de muchos acuciosos es que el verdadero Comala es Tuxcacuesco, pueblo inmerso en la geografía de la niñez del escritor que se ha distinguido por el excesivo entusiasmo de su clima, en la zona transvolcánica del sur de Jalisco… Pero también puede ser el Comala de Colima, porque nos habla de un pueblo de “vista muy hermosa de una llanura verde…”, y concluye: “… Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche…”; de ahí que esa sea la característica con la cual los habitantes del Comala colimote vistieron a este Pueblo Mágico.

Sin embargo, algunos estudiosos han considerado que los pasajes y paisajes inspiradores de la novela Pedro Páramo, se localizan en San Gabriel, pueblo que Rulfo adoptó como suyo, aunque inclusive su origen está inmerso en este halo de misterio con el cual se revistió en su vida, dado que Juan José Arreola, por ejemplo, comentaba que Rulfo había nacido en realidad en la hacienda de Apulco, propiedad de sus abuelos maternos, pero que lo habían registrado en Sayula, pueblo principal donde radicaban en esa época sus padres.

Y luego, su verdadero nombre es Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno y entonces él adopta el Rulfo de su abuela paterna; por ello nos dice Federico Munguía Cárdenas, que Juan Rulfo era un hombre que gustaba de lo breve, lo reducido, dado que el primer título que pensó en darle a su libro fue Los desiertos de la tierra, y el protagonista originalmente llevaba por nombre Maurilio Gutiérrez y, finalmente, la novela iniciaba, “Vine a Tuxcacuesco porque me dijeron que acá vivía mi padre…”; todo ello cambió y creo que fue para bien, porque el texto se convirtió en algo más poético, más literario y, por consiguiente, logró la estatura que deseaba su autor. Recordemos que la literatura, la buena literatura, evita los obvismos y nos invita a adentrarnos en su magia, por ello esas búsquedas infructuosas, para mí, que tratan de evidenciar las realidades que inspiraron Pedro Páramo las considero innecesarias, porque se pierde el gozo de su fantástico contenido, que es lo que verdaderamente importa, lo que debemos de celebrar en Rulfo.




La Comala de Rulfo, quizá sean en realidad los muchos escenarios en que él vivió, los que él visitó, los que frecuentaba, en este rincón llamado Jaliscolimán; así como sus personajes también fueron inspirados de estas geografías; pero en el lenguaje todo se percibe universal, porque logra en esencia que sean ellos los protagonistas, con sus palabras, sus modismos y sus expresiones, el coloquio de la gente muy del México que él conoció a través de sus actividades profesionales al frente de la Dirección de Asuntos Indígenas de la Secretaría de Gobernación y, por supuesto, los episodios que él mismo vivió a raíz de que su propia familia fue objeto de despojos patrimoniales, pasando por la Cristiada y la repartición de la tierra que incentivó el gobierno de Lázaro Cárdenas.

Entonces, claro que hay en Pedro Páramo estas realidades, pero él las reviste de fantasía, porque entonces no habría literatura; todo es parte de estos recursos que asisten al escritor. Pero también es necesario reparar en que Rulfo fue asistido de lecturas que gustaba y que le fueron formando una vocación a su propia escritura. Por ejemplo, Juan José Arreola no deja de mencionar la influencia del estadounidense William Faulkner, concretamente con su novela Mientras agonizo (1930), o Ernesto Flores evidencia la del mexicano Mauricio Magdaleno, con su novela El resplandor (1937). Aunque, claro, Rulfo siempre negó todo ello, y volvemos otra vez a estos velos que le cubren en su vida y en su obra.

Comala es el espacio imaginado por Rulfo en el cual discurre la historia de un cacique, de esta realidad mexicana que él vivió, que él palpó, y que narra con gran sensibilidad porque, como decía Arreola: “Lo que cuenta es cierto. A miles, quizá millones de campesinos, les dieron tierras baldías, páramos de sueños, tierras en las que sólo podían escarbar un agujero para mal morirse…”, y lo fértil estaba dominado por estos señores feudales que mantenían el poder de las comunidades, comunidades llenas de gente sobreexplotada que vivían en la miseria, puestos a merced del “gran señor”. Entonces, Pedro Páramo es “el gran señor” que al final “se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”… Fíjense Ustedes su capacidad narrativa e inventiva: el páramo es la nada, la tierra desnuda, dentro de la cual solamente hay un montón de piedras, que es donde queda Pedro; y eso es lo que comenta Arreola y eso es Comala, ese artificio metafórico donde mal se vive por el intenso calor que hace, desde ahí ya existe una condición de la no vida; por ello, insisten algunos estudiosos, Pedro Páramo se desarrolla en un cementerio donde los muertos son los protagonistas, y estos cementerios son la nada habitada por túmulos de tierra y de piedras. Cementerios cual sementeras, como la épica Luvina.




La interpretación de Pedro Páramo, de Comala, de los demás personajes de la novela, de sus paisajes y de los episodios que narra, da pauta a múltiples interpretaciones que tienen que ver con el lector y su condición cultural, con su capacidad inclusive para someterse a su lectura y a las mil relecturas que invita su compleja estructura, como complejo era su autor. Comala puede ser aquí mismo y ni siquiera nos hemos percatado de ello, porque nuestra condición humana nos puede tener en la disyuntiva de ser los muertos vivos o los vivos muertos o, quizá, ni siquiera la capacidad misma de estar vivos… Pero eso se lo dejamos a los psicoanalistas o a las ramas científicas afines, a fin de que desmenucen y concluyan lo particular en la materia.

La invitación queda abierta, pues, para que se aproximen, palpen, lean y relean a un escritor y a una novela que son atemporales: Pedro Páramo de Juan Rulfo, y a que se permitan disfrutar, compartir y redimensionar en lo personal la estatura de este bagaje cultural enorme que es México, y que juntos podamos un día descubrir que Comala es el de antes y el de hoy y el de muchos futuros que vendrán. Comala, concluimos, es una realidad visualizada desde la capacidad creativa de un personaje orgullosamente mexicano que es parte coadyuvante de esta patria suave, como lo somos todos nosotros.


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