jueves, 7 de noviembre de 2019

Cuando el protagonismo se convierte en una obsesión









Martha Catalina Álvarez Godoy



Sin duda, en algún momento nos hemos encontrado con personas que a toda costa quieren llamar la atención de los demás, trátese de eventos sociales, en el trabajo, familia, escuela, iglesia o comunidad. Hacen hasta lo imposible por convertirse en el centro de todas las miradas, en ocasiones, suelen portar atuendos extravagantes, adornan su cuerpo con esa finalidad, dicen algo pretendiendo ser divertidos o se hacen los graciosos, también suelen interrumpir constantemente cuando alguien está hablando, principalmente contra aquellos considerados como una amenaza a su persona, se sienten desplazados o minimizados, según su criterio.



Actúan bajo la influencia de prejuicios e inseguridades personales que no sólo los lastima y hace sufrir todo el tiempo, sino que, hasta llegan a considerarse con poca valía; la frustración se apodera de ellos cuando no lograr protagonizar o monopolizar toda ocasión en la que se encuentran. Como respuesta, se observa en su persona, molestia, envidia, gestos de antipatía o rechazo hacia quien tuvo la osadía de quitarle el lugar. Al sentirse excluidos, se empeñan con mayor insistencia en acaparar nuevamente la atención de los presentes, comportándose de forma imprudente y molesta si no se les hace caso, parece que tales actitudes las aplican con el propósito de fastidiar a quien le ignoró en otro momento.  

Afirma Travis Bradberry en su libro “12 hábitos de la gente segura de sí misma…” la gente suele alejarse de aquellos individuos que se esfuerzan por llamar la atención, las personas seguras de sí mismas no pretenden ser el centro de atención.




Cabe preguntarse, qué se puede hacer en casa, cuando alguno de los hijos muestra este tipo de conducta o complejo, sin lastimar su dignidad como persona; cómo ayudarlo a comprender los valores de igualdad, derecho a ser, recibir atención, afecto, expresar lo que siente y piensa, así como el derecho y dignidad de los demás miembros de la familia a beneficiarse con los mismos privilegios.

Es común, que el individuo pase por la etapa del egocentrismo en la infancia durante el proceso de desarrollo y también que se presenten ese tipo de rasgos de personalidad mencionados en los párrafos anteriores; en algunas circunstancias, cuando se tiene un interés específico por lograr algo o captar la atención de alguien con la intención de iniciar una relación, es habitual.  

Se considera como una anormalidad en éste, que, en la fase como adulto, aún prevalezcan todo el tiempo, tal vez, fueron adoptados como algo propio y forman parte del estilo personal o porque tras ese escudo, se esconden conductas de inseguridad sin superar en la niñez y adolescencia, que ahora, sólo son responsabilidad del mismo sujeto manejarlos, controlarlos o eliminarlos de su vida, por el efecto negativo que en él produce.




Pero si para la persona actuar de esa manera es algo normal, un derecho que le corresponde, probablemente, será difícil reconocer y aceptar, que se trata sólo de miedos y prejuicios personales, que lo hacen sentirse inferior con los demás y por eso la eterna competición al momento de relacionarse. Competir con uno mismo es bueno, sobre todo cuando se tiene la intención de mejorar en todos los aspectos: Personal, social y laborar, para superar dificultades que nos impiden alcanzar las metas propuestas.

En la escuela, corresponde a los maestros, orientar a los alumnos en relación a las posturas descritas; propiciar la participación de todos los miembros del grupo en las actividades que se organizan; con la finalidad de promover del área del desarrollo personal y social, confianza y seguridad en cada escolar, principalmente, cuando se manifiestan los mismos protagonistas durante las clases. Es ardua tal labor, debe cuidarse herir susceptibilidades, provocar frustraciones por tener que frenar constantemente esas conductas y solicitar la autorregulación a quienes las ejercen, es necesario para evitar la formación de adultos acomplejados.



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