lunes, 18 de noviembre de 2019

Gardel, el viajero que huye

















Tengo miedo del encuentro con el pasado
que vuelve a enfrentarse con mi vida,
tengo miedo de las noches que pobladas
de recuerdos encadenan mi sufrir,
pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar…
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Borges advierte en su libro Fervor de Buenos Aires (1923), la pérdida de algunas costumbres y a la vez las retoma como tema en sus poemas. De alguna forma esos mismos fondos son tratados en casi toda la discografía de Carlos Gardel y son, a la vez que tópicos, retratos de las tradiciones de un tiempo —ahora ya perdido— y ofrecen un registro de las formas de vida de Buenos Aires, cuya transformación, ya iniciado el siglo XX, se dejaba sentir y se vivía de una forma intensa; hecho que se extendió hasta la primera mitad del siglo pasado y no solamente ocurrieron en el cono sur, sino en todas las capitales latinoamericanas, debido, sobre todo, a la migración de las sociedades rurales hacia la ciudad —donde seguramente encontraron una mejor forma de vida.




Los nuevos pobladores se convirtieron, entonces, de campesinos a obreros, logrando realizar la evolución no únicamente de la sociedad, sino de las propias metrópolis…

En primera persona Jorge Luis Borges describe calles y plazas y espacios que existían todavía en los años veinte (El pastito precario/ desesperadamente esperanzado/ salpicaba las piedras de la calle/ y divisé en la hondura/ los naipes de colores del poniente/ y sentí Buenos aires); pero mientras Borges lo hace de forma íntima, Carlos Gardel documenta —sin proponérselo— el bullicio de los barrios de bonaerenses. Ambos puntualizan detalles precisos en algún momento; sin embargo, es Gardel quien nos deja ese dramatismo de la gente, peculiar de los tangos y con ello transmite un testimonio de la vida de esos tiempos, que va de 1900 hasta 1935, cuando el cantante muere en un accidente aéreo el 24 de junio, en Medellín, Colombia.

Muchas veces Gardel se despidió y su perenne huida un día se convirtió en himno:

Adiós muchachos compañeros de mi vida,
barra querida de aquellos tiempos,
me toca a mí, voy a emprender la retirada,
debo alejarme de mi buena muchachada.

Adiós muchachos, ya me voy y me resigno,
contra el destino nadie la talla;
se terminaron para mí todas las farras,
mi cuerpo enfermo no resiste más…





EL BARRIO Y LA CIUDAD


De nacionalidad incierta, Carlos Gardel fue para muchos un argentino… quizá lo cierto es que fue un ciudadano del mundo, de quien se dice nació el 11 de diciembre de 1887 —o 1890— tal vez en Toulouse (Francia) o en Tacuarembó (Uruguay). Nacionalizado argentino, en realidad fue un empedernido bonaerense, a quien el mundo le celebró hace unas semanas sus ciento veinte aniversarios.

Nadie como Gardel describió la barriada y la ciudad. Bastó para él su voz y su guitarra para fijar en la memoria colectiva un tiempo, una cierta sociedad con su idiosincrasia y su constante transformación. Su voz fue en realidad un lamento. Cantó a la vida y a las pérdidas de esa vida. Cantó al amor y a la ciudad. Y nos dejó la terrible añoranza por unas ciudades distintas, ahora ya borradas…

Como en México Agustín Lara, Carlos Gardel miró la vida de una ciudad esplendorosa y a punto de entrar en una decadencia que sobrevive hasta la actualidad. Pero bien pudo ser Nueva York, París o Madrid donde la vida bullía. Los mejores momentos de las grandes ciudades del mundo, sin duda, fueron durante las primeras décadas del siglo pasado. En la primera mitad del siglo XX se extendieron, ricas y candorosas. Había en ellas la prosperidad y el brillo. La modernidad las alimentaba y fueron diversas y se abrían con un rostro cosmopolita que dio un matiz a su tiempo, logrando el hipnotismo de la novedad. Hubo, entonces, esplendor citadino. Luego esa misma modernidad se las tragó lentamente y la mordedura del hechizo las llevó a convertirse en iconografías bien dibujadas, pero luego con el paso del tiempo sus luces se fueron apagando. En la actualidad pocas ciudades en el mundo conservan el encanto que alguna vez tuvieron. Buenos Aires, Ciudad México, París, Nueva York o Tokio, ya se han desdibujado con el tiempo y han perdido las particularidades que las hicieron distintas. Hoy la globalización ha logrado borrar sus rasgos. Sin embargo, hay, eso sí, espectacularidad en sus vidas; mas ese sello un día distintivo se perdió para siempre. Ya no tienen quién les cante, quién las eleve: quizás porque los gobiernos actuales ya no se interesan en las sociedades ni en las ciudades, y la gente no se interesa ya en su entorno: vivimos la eterna decadencia social y humana.


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