jueves, 14 de marzo de 2019

. Los 100 días de AMLO; símbolos y esperanza







Oswaldo Ramos


La estrategia de contraste de Andrés Manuel López Obrador lo tiene en sus primeros 100 días de gobierno con una popularidad inimaginable hasta hace unos años que lo pone en el techo de los mandatarios de América, lo que significa un nuevo precedente si lo comparamos con sus antecesores. 

            Sus acciones lo hacen ver cercano; las mañanas lo vemos de traje en sus ya famosas mañaneras, pero por la tarde, lo vemos con sus guayaberas en algún mitin rodeado de sus fieles seguidores, seguramente anunciando un nuevo programa social. 

            Lo anterior nos permite ver dos versiones del presidente: el que impone la agenda a los medios, el que da por hecho los acontecimientos que se suscitan día a día en nuestro país y su otra versión que nos sugiere que cumple a los sectores menos favorecidos, por lo que anuncia sus programas sociales que nos “sacaran del atraso y la pobreza”. 

            El mensaje que se quiere mandar es que la dinámica con la que se ejerce el poder desde el ejecutivo federal es otra, y la narrativa de encaje que se le quiere dar es una perspectiva clásica de la ciencia política, separar el poder político del económico, ¿Esto supondrá recuperar el poder de las instituciones públicas? ¿O más bien el objetivo ahora es que la verdad de lo que sucede en el país la dicte el presidente y su gabinete?

            Resulta importante señalar esto, porque como él ya lo dijo: “el costo económico de cancelar el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México fue alto, pero a la vez, fue una buena decisión”. A falta aún por saber el juicio de la historia ante tal decisión a mi parecer este fue el mensaje más fuerte del ejecutivo al poder económico para intentar decir que nunca más debe de estar el poder económico sobre las prioridades del gobierno. 

            Sin embargo, más allá de tener un presidente con agenda dinámica y permanentemente presente en los medios de comunicación, considero pertinente detenernos en a pensar en la realidad actual de millones de personas, esas personas de a pie que viven día a día, aquellos que todos los días suben al transporte público, que carecen de abastecimiento de agua de calidad en sus comunidades y que cada que despiertan viven de nuevo el miedo por la violencia. 

            Hoy la legitimidad que disfruta el presidente por la victoria electoral despierta la ilusión de muchas personas porque la calidad de vida cambie, pero más allá de los símbolos y los golpes mediáticos, el nuevo gobierno debe demostrar con hechos que su política económica es distinta a la de Peña Nieto, Calderón o Fox. Porque ni la legitimidad es eterna, ni la capacidad de comunicación infalible, y por sí solas no reducen la desigualdad, ni redistribuyen la riqueza, ni combaten la corrupción y menos aún democratizan la vida pública del país. 

            Ojalá por el bien de México que esa gran esperanza en este país marcado por la violencia se pueda convertir en políticas reales a favor de la mayoría social y los más desfavorecidos, de lo contrario una nueva frustración podría representar abrirle la puerta a los discursos más conservadores y anti populares.

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