miércoles, 18 de septiembre de 2019

Periodistas escritores, escritores periodistas







Los conjurados



Ricardo Sigala


Mucho tiempo se ha dicho, y no sé por qué, que los periodistas y los escritores de literatura no son compatibles, que sus tareas se oponen radicalmente, que son mundos antagónicos. Pero cómo aceptarlo, si en verdad estos ámbitos son tan opuestos, ¿cómo es posible que algunos escritores hayan tenido largas trayectorias en el periodismo, y otros tantos periodistas se hayan sumado con éxito a las filas de la literatura?

Cuando estudiamos literatura del siglo XX, me sorprende la cantidad de escritores que además fueron periodistas. Muchas veces porque fue su iniciación a la escritura, otras porque era una forma de subsistencia económica, otras porque se trataba de una vocación, en otros casos el periodismo llevó a la construcción casi incontrolable e inevitable de una obra de ficción, para poder decir lo que el periodismo no permitía o no favorecía, por sus compromisos formales o por los riesgos que implicaba.

José Saramago fue periodista durante décadas, antes de dedicarse de tiempo completo a escribir novelas; no puedo imaginar la literatura de Roberto Arlt sin sus aguafuertes; George Orwell escribió una gran cantidad de textos periodísticos sobre política, imperialismo, regímenes autoritarios, dictadores y sobre la guerra, con la suma de eso concibió una parodia y creó la Rebelión en la granja, después imaginó un futuro distópico y escribió 1984; las obras periodísticas de Mark Twain, Jack London y de Gabriel García Márquez pueden ser tan voluminosas como sus obras literarias, además en el segundo caso vemos cómo los géneros periodísticos invaden el terreno en los títulos de algunas de sus novelas: Crónica de una muerte anunciada, Noticia de un secuestro; una tercera parte de las obras completas de Fernando del Paso, editadas por el FCE, corresponden a sus textos periodísticos, en sus prolongadas estancias en Europa del Paso trabajó para la BBC de Londres y para Radio Francia Internacional; y qué decir de la obra periodística de Jorge Ibargüengoitia sin la que no se concibe su obra de ficción; el mismo Juan José Arreola escribió un episodio sui géneris con el periodismo, una selección de esas experiencias se encuentra en el volumen titulado Inventario; pienso ahora en los poetas, la prosa periodística de Gonzalo Rojas es tan abundante como su poesía, lo mismo podemos decir de Gerardo Deniz y de Efraín Huerta, por su parte la de Juan Gelman es reducida pero muy valiosa, el “Bazar de asombros” de Hugo Gutiérrez Vega jugó un papel innegable en el periodismo cultural de México durante varias décadas. Entre nuestros escritores, debemos nombrar los casos de Guillermo Jiménez cuyas colaboraciones en periódicos de todo el mundo se encuentran dispersas en espera no sólo de su catalogación sino de su reconocimiento, o bien el caso de Vicente Preciado Zacarías que durante tres décadas publicó en Zapotlán su columna Participasiones, en la que ejerció un periodismo cultural de altos vuelos.

¿Después de esta desmesurada lista de ejemplos debemos seguir pensando que la literatura y el periodismo se contraponen? Si es así, entonces vamos a ver el asunto desde otra perspectiva. Los grandes premios literarios en el mundo han comenzado a reconocer a escritores de crónicas. En 2015 el Nobel de literatura cometió la osadía de premiar a una periodista, Svetlana Aleksiévich, quien escribió entre otros varios libros, una crónica excepcional titulada Voces de Chernóbil. Crónica del futuro. O el Premio Cervantes, el más importante de la lengua española, que en sus últimas diez ediciones ha premiado a cuatro escritores que destacan, no sólo por su trabajo literario sino por su faceta periodística: José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Fernando del Paso y Sergio Ramírez. Algo similar acontece con el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el más importante en lenguas de origen latino en el mundo y el segundo en la lengua castellana, pues premió en 2014 a Claudio Magris y en 2017 a Emmanuel Carrere, antes había premiado a Carlos Monsiváis y a Fernando del Paso.

Este boom del reconocimiento del trabajo periodístico como una forma del arte de la palabra, tiene como campo propicio la crónica. Así como decimos que la mejor poesía de Borges está en su prosa, y lo mismo podemos decir de Rulfo y Arreola, también podemos decir que la mejor literatura de ciertos escritores está en sus crónicas, no en sus novelas, cuentos o ensayos,  la lista es enorme, pero nombremos a los más significativos: Juan Villoro, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, en México; Martín Caparrós y Tomás Eloy Martínez, en Argentina; Pedro Lemebel, en Chile; Cees Nooteboom, Claudio Magris y Emmanuel Carriere, en Europa. O aquellos que sin necesidad de escribir literatura son grandes escritores literarios: Leila Guerriero, Alberto Salcedo Ramos, Svetlana Aleksiévich, Ryszard Kapuściński.

Terminemos pues con el supuesto de la antinomia, de las regiones antípodas, y reconozcamos que estamos hechos de la misma argamasa compleja que es el interés por lo humano, esa inquietud por el misterio que nos mueve, ese querer indagar en los vericuetos del espíritu, ese querer responder a las cloacas de nuestras pasiones y las cumbres de nuestras aspiraciones. Terminemos por aceptar que tanto los escritores de ficción como lo de no ficción, estamos necesitados de contar historias, porque las historias nos ayudan a comprender mejor la argamasa de que estamos hechos, a descifrar la realidad, a descubrir las mentiras, a buscar justicia y un mundo mejor.




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