jueves, 20 de febrero de 2020

Dramática relación







A quinientos años de la llegada de los españoles a México. 1519-1521
XI



Ramón Moreno Rodríguez*

Lo primero que habría que decir de Diego Muñoz Camargo, fray Juan de Torquemada y fray Agustín de Vetancurt es que ninguno vio el referido bautismo de los señores de Tlaxcala. El primero escribió su libro como sesenta años después, el segundo, casi cien y el tercero casi doscientos. Empecemos por el tercero, de quien debe proceder la referencia que hace la cartela de Tlaxcala de la que venimos hablando, aunque muy alterados y deliberadamente falseados los datos.



Vetancurt pasa como gato caminando sobre las ascuas el hecho, y apenas le dedica unas pocas líneas. Además de pasaportar el acto a toda velocidad, quizá avergonzado, parece disculparse por decir tal cosa y se parapeta en el argumento: no lo digo yo, sino Torquemada o Muñoz Camargo. Por ello es que nos inclinamos a creer que el funcionario del obispado que falseó los hechos históricos debió leer a Vetancurt, pero no a Torquemada ni a Muñoz Camargo, aunque los cite, que la cita es de oídas. Otro argumento de autoridad, que no de razonamiento, es que explica que así está pintado en su convento (no dice en cuál, si en el de México o en el de Tlaxcala o en el de Puebla, donde vivió muchos años).

Por otro lado, el cronista del siglo XVII, no dice fecha alguna de tal acontecimiento, pero como su relación la escribe en orden cronológico e introduce la piadosa leyenda previo al ataque contra Tepeaca, nosotros podemos entender que para este franciscano del barroco el bautismo debió suceder entre la segunda quincena de julio y principios de agosto, que es cuando inicia la excursión en contra de los vecinos aliados de los mexicanos.



Así pues, nada dice del jolgorio, fiestas y celebraciones que debieron hacerse para enaltecer tal evento, mucho menos incluye una descripción de la pintura mural aludida en que se digan algunas palabras sobre la bendita pila del agua bendita, si es que ahí se la representó. Y si no dice que vio la fuente en una pintura mural, mucho menos dice haber visto él personalmente tal vaso de piedra volcánica, cuando viajó por las tierras tlaxcaltecas y moró en el convento de sus hermanos franciscanos de tal república de indios.

En cuanto a Torquemada, el asunto se complica más, aunque el franciscano de fines del siglo XVI le dedicó varias e interesantes páginas al hecho. Primero, tenemos que decir que fray Juan refiere estos acontecimientos en el libro 16 de los 21 que escribió. En éste, no se cuentan hechos históricos, sino que está organizado temáticamente. Es decir, este libro 16 lo dedica a los sacramentos de la iglesia católica e inicia el tema del bautismo de los indios, narrando el episodio de la cristianización de los señores de Tlaxcala, pero nunca da una fecha, ni en este momento, ni en ninguno otro posterior, ni tampoco alude a algún hecho histórico concreto que le permita al lector inferir una fecha de la que se concluya que Torquemada piensa o sabe que fueron evangelizados y cristianizados los cuatro caciques en un año o en el otro. Una sorpresa más que el lector se lleva (adelantándonos un poco en nuestra exposición) es que Muñoz Camargo, el que debería ser el más confiable de estos tres historiadores por haber vivido muy de cerca esos tiempos, dice que el bautismo sucedió en 1519; es decir, Vetancurt sugiere que todo acaeció en 1520, y luego da como su fuente informativa a dos autores consultados, pero ninguno de los dos dice (ni directa ni indirectamente) que eso haya sucedido en tal año. Por lo tanto, no podemos sino entender de este hecho que Vetancurt dice respaldarse en estos dos autores de prestigio, ¡pero un dato importantísimo de lo contado no fue dicho por los mencionados! Legítimamente tendríamos que preguntarnos, ¿de dónde sacó su información fray Agustín?; sin duda, de los dos que refiere, no. No cabe duda que el rigor historiográfico del religioso es muy cuestionable. Cosa que, por su parte, sus contemporáneos le afearon tales descuidos.

Necesitamos concluir ya este repaso; dedicaremos las líneas finales de este texto al de Muñoz Camargo. El mestizo escribió por primera vez sobre los tlaxcaltecas y su unión con los extranjeros en los años ochenta y todavía en los noventa seguía tratando del tema en sus papeles. Por lo tanto, la fijación del asunto de la cristianización de los señores de Tlaxcala en sus textos debió darse unos 50 años después de acontecido el hecho, aunque se sabe que por tradición verbal y por pinturas, nuestro cronista tenía referencias de tales consejas unos veinte o treinta años antes, es decir, desde que mudó su residencia de la ciudad de México a la de Tlaxcala, que debió ocurrir en los años cincuenta. Como quiera que fuera, aunque fue un cronista muy cercano en el tiempo de aquellos convulsos hechos, no fue testigo presencial, pues él debió nacer hacia 1528 y tuvo conocimiento de la historia de los tlaxcaltecas cuando tenía más de veinte años de edad.




Por lo tanto, para ese tiempo en que se supo algo del tema por primera vez –repetimos, década de los cincuenta–, todos los protagonistas estaban muertos, desde Xicoténcatl el viejo hasta su hijo, Xicoténcatl el joven, pasando por Maxixcatzin o Zitlalpopócatl; desde Cortés hasta Alvarado, pasando por fray Bartolomé de Olmedo o Doña María Luisa Tecuelhuatzin, princesa tlaxcalteca y esposa de Alvarado. En 1580, don Alonso de Nava, alcalde mayor de Tlaxcala, encomendó a Muñoz Camargo escribiese la relación geográfica que el rey mandó pedir a todas las colonias. El escritor mestizo cumplió amplia y sobradamente la tarea, incluso, acompañó su escrito de más de un centenar de ilustraciones. Algunos especialistas de nuestros tiempos le atribuyen al propio Muñoz la autoría de tales imágenes. Sea esto verdad o no, entre estas pinturas se encuentra una que da cuenta del afamado bautismo y que probablemente reproduzca las pinturas murales que desde hacía treinta años conocía nuestro cronista. En la gráfica, los cuatro caciques están hincados recibiendo las aguas del bautismo de manos de Juan Diaz, el capellán, y entre los testigos están Cortés y la Malinche. Demás está decir que por ahí no se ve ninguna pila bautismal.

En la siguiente entrega hablaremos de la dramática relación hecha por Muñoz Camargo de como Cortés, prácticamente, obligó a los caciques a bautizarse, y su significado, que es más político que religioso.






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