miércoles, 5 de febrero de 2020

Perder la capacidad de imaginar










Víctor Hugo Prado



¿Usted considera que hemos perdido la capacidad de imaginar?, en cierta medida considero que sí.  Recientemente tuve la oportunidad de leer en un blog de la revista Nexos, un artículo de Jorge Javier Negrete, que él llamó El arsenal de la imaginación. Su tesis central se basa en reflexionar cómo en esta era nuestros cuerpos y mentes están sometidos a un presente interminable que impide imaginar cualquier escapatoria. La inmediatez y el presentismo nos encadenan impidiendo la reflexión y la generación de fantasías, tan relevantes para el ser humano como el dormir o descansar. De ahí la importancia de reactivar la imaginación colectiva, afirma Negrete.
Señala algunas causas, seguro hay otras, “vivimos en una prisión confortable: la de los dispositivos tecnológicos cuya función actual se equipará a la película Wall E (2008) de Andrew Stanton. Dispositivos diseñados para tratar de satisfacer la mayor cantidad de necesidades posibles, minando de forma considerable habilidades cognitivas como el pensamiento creativo y perpetuando el sedentarismo”.




No hay esfuerzo intelectual, ni disociación cognitiva, como llamó Piaget a problematizar la realidad para conocerla mejor. No, ahora la pantalla actúa como único mediador frente al mundo, los humanos nos miramos cada vez menos y recibimos de forma pasiva todos los estímulos audiovisuales que nos permiten alimentarnos, vestirnos y entretenernos con la facilidad de un botón. La realidad ya no puede construirse, sino que se encuentra perpetuamente mediada. Dicha mediación crea una sola visión de las cosas –la propia–en donde ni siquiera se puede distinguir la realidad misma. Lo grave es que esa administración implica manejar lo técnico, eliminar todo aquello que huela a “humanístico” y privarnos del derecho a ser frágiles, como dice el filósofo Santiago Alba Rico.  

Afirma también, “que ya no nos educan nuestros antecesores”, mamá, papá y otros miembros de la familia, o la escuela, “sino los dispositivos y se crea una prisión complaciente de la que es cada vez más necesario imaginar una salida”. Por ello, en gran medida, los educadores en una convergencia de esfuerzos con padres de familia tenemos una gran tarea: formar nuevos narradores, educarlos en la narrativa, de modo que puedan imaginar un desenlace a situaciones específicas y ser capaces de iniciar nuevos relatos. Hacerlos pensar, crear, imaginar.

Alba Rico afirma en el texto Leer con niños que “las grandes novelas, relatos y poemas, dan respuestas a preguntas que aún no hemos hecho, que todavía no hemos encontrado”. Un buen relato, además de proporcionar conocimientos seguros, ofrece un instrumento de precisión, cada vez más necesario en un mundo impreciso, interminable y borroso.

No perdamos la oportunidad de desarrollar en ellos la inteligencia, estimular la memoria, incrementar el vocabulario, promover valores y conocimiento de las tradiciones, elevar la oralidad, dar estructura a su mundo, elevar la autoestima y confianza en sí mismo, y además conocer su mundo interior. ¿usted qué opina?


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