martes, 28 de mayo de 2019

Asignaturas pendientes





Los conjurados




Ricardo Sigala

Hace unas semanas se celebró el día del maestro. Fue como siempre una ocasión para festejar y felicitar. En los medios de comunicación, en las redes sociales, en los discursos escolares, en todo lugar en donde se trataba el tema había una constante: los profesores son los individuos más generosos, más inteligentes, más nobles, mejor preparados de la creación, entidades fuera de serie, los artífices ocultos de las vidas exitosas de todos aquellos que pasaron por sus aulas. En esos momentos pareciera que el papel del profesor rivalizara con la figura de la madre, en esa condición casi de misioneros, en su entrega incondicional a la construcción de los futuros ciudadanos.

            En ese mundo color de rosa muchos profesores sienten que por fin se les reconoce todos sus esfuerzos, que se les compensan los malos sueldos, los pésimos tratos, y el ascendente desprestigio de ser docente. En su euforia, vi incluso en redes sociales profesores que se felicitaban a sí mismos por sus largos años de trayectoria y sus méritos, por su entrega y su incuestionable profesionalismo. Está claro, nos gusta que no apapachen.

            Pero basta con que reflexionemos un poco para darnos cuenta que esa imagen idílica del profesor no se sostiene por sí misma. Muchos de los que dijeron y escribieron cosas casi sublimes en torno a los docentes, en el mejor de los casos se pasan el resto del año ignorando la labor de los mismos, y en muchas ocasiones hacen mofa y desprecian la profesión. Y es que debemos ser realistas, existen tanto buenos como malos profesores, pero pareciera que en día del maestro quisiéramos olvidarlo.




Lo que sí se hace necesario es pensar sobre esta situación en apariencia inofensiva. Durante la semana de festejos del día del maestro, después de las fiestas, las comidas, los discursos, las felicitaciones, los regalos, los profesores podemos creer que hemos cumplido con creces nuestras obligaciones, que en verdad somos los mejores profesionistas, los que dotamos a la sociedad de los nuevos forjadores de la patria. Sin embargo, la realidad va más allá de esa imagen, nos encontramos que los profesores en México tenemos muchas asignaturas pendientes. Basta poner unos pocos ejemplos: somos el último lugar en la prueba PISA, que la OCDE aplica a nivel mundial para medir el rendimiento académico en matemáticas, ciencia y lectura. No es un secreto que nuestros índices de lectura están entre los más bajos del mundo, el portal Parametría, cita un estudio de la UNESCO en el que México ocupa el penúltimo lugar en una lista de 108 naciones. 

            Estas cifras, que sólo son abstracciones, se ven materializadas en la vida cotidiana, cuando, por ejemplo, una arda de agradecidas personas expresan en sus redes sociales su reconocimiento a los maestros que los formaron y lo hacen con una cauda de faltas de ortografías, con una suma de prejuicios y lugares comunes, con una escritura inconexa y falta de lógica. O cuando el político corrupto, el funcionario deshonesto, el empresario de los negocios ilícitos, el profesionistas de turbia fama expresan la deuda que tienen con sus profesores en la construcción de sus trayectorias.
           
Nuestro país ha estado pasando por una prolongada crisis que ya se extiende por varias décadas, la crisis es económica, política, social, ética. Nos quejamos inusablemente de las nuevas generaciones, de que no leen, de que son ninis, de que no tienen conciencia social ni ecológica, pero no nos detenemos a pensar en que nosotros los profesores, hemos sido en parte responsables de su formación.

            Es quizás por eso que no me gustan las celebraciones del día del maestro, sus felicitaciones huecas y sus discursos complacientes. Ser profesor es otra cosa, otra cosa en verdad necesaria y con muchos pendientes que resolver.

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