lunes, 13 de mayo de 2019

El sur en Llamas








Los conjurados



Ricardo Sigala


Durante cientos de años hemos aprendido a vivir a la sombra de la amenaza telúrica, el volcán y su inminente actividad nos han hecho estar siempre en alerta: las ocasionales erupciones, las emancipaciones de material incandescente, la caída de ceniza; los temblores de tierra también forman parte de nuestros recuerdos, de nuestras precauciones, nuestra memoria tiene vetas trágicas a este respecto, pero también contiene expresiones de vitalidad, de heroísmo, de reconstrucción. La naturaleza agreste y los habitantes de sur de Jalisco tenemos probadas relaciones y hemos sabido convivir, como decimos, no sin ciertos exabruptos. Pero ahora tenemos una nueva preocupación, una nueva angustia: Los incendios forestales.         

No es sólo un incendio, ni una serie de incendios, ni algo que sucede como un telón de fondo, ni una especie de macabro espectáculo que sucede al margen de nosotros, está en juego el aire que respiramos, nuestro clima, el ascenso y descenso de las temperaturas, la cantidad de precipitaciones, las sequías o las inundaciones, la erosión de los suelos, la pérdida de bosques y de fauna. Es un acto múltiple contra la naturaleza y como todo acto de agresión a la naturaleza es también un golpe certero a nosotros mismos.

Estos incendios no le están ocurriendo a los bosques o los pastizales, nos están ocurriendo a nosotros, a nuestra garganta y nuestros ojos irritados, a nuestros pulmones. Estos incendios ponen en riesgo nuestra salud y la vida de nuestros niños y de nuestros ancianos. La declaración de alerta o emergencia atmosférica tiene también consecuencias en la educación por la suspensión de clases, la dinámica comercial y económica se ha visto afectada, y seguro continuará con afectaciones, y qué pensar de una posible crisis de los servicios de salud.

“De acuerdo con las estadísticas de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial de Jalisco, de 2014 a 2018, el municipio de Zapotlán el Grande fue atacado con 40 incendios forestales que consumieron un total de 1907.5 hectáreas”, una superficie equivalente a la mancha urbana de Ciudad Guzmán. Según fuentes oficiales este año los incendios han consumido otras 800 hectáreas. Sin embargo, el día 11 de mayo, se publicaron algunas estimaciones basadas en el Sistema de Información de Incendios para la Gestión de Recursos (FIRMS, por sus siglas en inglés) de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos (NASA), esos números resultan muy diferentes del dato oficial, pues se habla de 7, 600 hectáreas afectadas por el fuego.

Algo que resulta muy preocupante son las causas de estos incendios: fogatas, fumadores, aquellas relacionadas con quemas agrícolas, con basureros e incluso los provocados de manera intencional. No es extraño que un fuerte sector de la población esté levantado la voz y exijan que tras la devastación no se cambie el uso de suelo, ante el boom aguacatero y del cultivo de berries. E    s preciso recordar que el año pasado en una investigación de Rodríguez Pinto, se habla de que el 56% de los incendios provocados en Jalisco entre 2009 y 2017 sucedieron en el sur de Jalisco.

Hoy el llano sigue en llamas, el horizonte de Zapotlán y de toda la región sur de Jalisco parece pintado por los pinceles violentos de José Clemente Orozco, el humo y la refracción de la luz producen colores apocalípticos, el humo como el hálito que escapa de un ser que expira en agonía. No en vano se ha dicho que los problemas ecológicos son el apocalipsis de nuestros tiempos
Entre los antiguos celtas suponían que el druida, o sacerdote, tenía una capacidad especial, pues con sólo ver el humo que salía de una casa, sabía cuánta gente había enferma ahí y qué enfermedad tenían. Para esos antiguos médicos el humo sería un síntoma, pues el humo sería como la respiración de la casa o de un ser viviente.

             Nosotros no tenemos esa virtud clarividente, sólo vemos los síntomas, pero no sabemos interpretarlos, se dicen muchas cosas, a veces desde la opinión informada, otras desde la sospecha, otras desde tendencia del momento, otras desde oscuros intereses; quizás todos somos los enfermos y si no actuamos nuestra condición va a empeorar. La inactividad, la pasividad, la falta de conciencia ecológica y social sólo darán paso a la enfermedad de la voracidad, de la destrucción en pos de un beneficio económico inmediato sin importar las consecuencias del equilibrio de la vida.


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