jueves, 3 de septiembre de 2020

La otra yunta de Jalisco: Severo Díaz y José María Arreola

 



 

José Fernando González Castolo

 

 

Ciudad Guzmán, en el sur de Jalisco, fue la cuna del primer centro de estudios superiores que existió en la región; se trata del Seminario de Zapotlán el Grande, institución que se funda el 19 de noviembre de 1868 por el Sr. Canónigo D. José Francisco Figueroa, donde se impartía la instrucción Secundaria y Preparatoria, así como las especialidades en Filosofía y Teología (Cibrián Guzmán, Esteban: Cien años del Seminario de Zapotlán, Linotipográficos Vera, Guadalajara, Jal., 1973, pp. 13).



En él no sólo se formaron virtuosos y sabios sacerdotes que lograron desempeñarse como maestros de varias generaciones en la Universidad de Guadalajara, como los señores presbíteros Severo Díaz Galindo y José María Arreola Mendoza, sino que también recibieron su preparación básica cientos de profesionistas, escritores, poetas, artistas y militares, destacando, entre otros: el compositor José Rolón, el diplomático Guillermo Jiménez, el ingeniero Salvador Toscano, el periodista José Gómez Ugarte, el doctor Antonio González Ochoa, y el sacerdote, escritor y mártir cristero Rodrigo Aguilar Alemán.

 

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José María Arreola Mendoza, nació en Ciudad Guzmán el 2 de septiembre de 1870, hijo del matrimonio formado por Salvador Arreola Arias y Laura Mendoza Jaso (Arreola, Orso: Juan José Arreola vida y obra, Secretaría de Cultura de Jalisco, Guadalajara, Jal., 2003, pp. 81). Cursó la instrucción primaria en la escuela parroquial de su ciudad natal, logrando terminarla a los nueve años de edad, ingresando, posteriormente, al Seminario de Zapotlán en 1881.


Desde temprana edad, ya mostraba inclinaciones por preferir los estudios de carácter científico, de ahí que se le haya facilitado todo lo concerniente a materias relacionadas con las ciencias exactas. De esta época destacamos el recuerdo que el propio Severo Díaz nos comparte:         En el quinto año se estudiaba Física y Matemáticas, verdadero oasis en la aridez de los estudios serios filosóficos. Hacía muchos años que daba esa cátedra el notable profesor y sabio sayulense D. Porfirio Díaz González, y entre sus numerosos discípulos se destacaba la eminente figura del Presbítero D. José Ma. Arreola, que en mi concepto es la más grande inteligencia que se ha producido en el Estado de Jalisco… (Díaz, Severo: Alocución dirigida al pueblo sayulense, Guadalajara, Jal., 1952, pp. 12).


A los 17 años de edad era ya maestro de instrucción primaria en la escuela anexa al Seminario de Zapotlán (fundada desde 1873) y, posteriormente, fue director de la misma.


A fines de 1892 estableció en el Seminario de Zapotlán una estación meteorológica. El primero de enero siguiente, empezó a practicar observaciones con arreglo a las instrucciones del Observatorio Central de México, cuyo director era el científico jalisciense Mariano Bárcena. Con ese motivo se inició la observación sistemática y continua del volcán de Colima, reforzada, a partir de 1896, por los trabajos análogos del observatorio del Seminario de Colima, que también le mismo estableció por el encargo del obispo Atenógenes Silva (Castolo, Fernando G.: “José María Arreola, una perspectiva aparte”, en Memoria de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, Guadalajara, Jalisco, 2001, pp. 282).





Recibió la unción sacerdotal de manos del arzobispo don Pedro Loza y Pardavé, el 3 de diciembre de 1893, en la capilla privada del arzobispado de Guadalajara; cantó su primera misa el día 8 siguiente, en la parroquia del Pilar, en la misma capital jalisciense.


Su primer destino fue vicario cooperador de Jiquilpan, en el municipio de San Gabriel; de allí pasó a Tamazula, como capellán de la hacienda de Contla, desde donde fue enviado en 1896 al Seminario de Colima.


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Severo Díaz Galindo, nació en Sayula el 8 de noviembre de 1876, hijo de Severo Díaz Larios y Dionisia Galindo Torres. Realizó sus estudios primarios en una de las escuelas llamadas familiares y luego bajo la tutela del profesor Sabino Jiménez Corona desde 1884 hasta 1887.


            Trabajó después en el taller de rebocería de su padre e ingresó como acólito a la parroquia, siendo Cura Néstor Zárate que, conociendo las grandes dotes de aquel niño, le proporcionó algunas clases y encaminó sus pasos hacia el Seminario de Zapotlán, al cual ingresó en noviembre de 1889, trasladándose a la vecina población con toda su familia.


Ahí conoció a otro seminarista que brillaba también por su clara inteligencia, el joven José María Arreola que, andando el tiempo, sería otro ilustre sabio jalisciense.


Fue ordenado sacerdote en el año 1900, por el arzobispo don Jacinto López, continuando luego como maestro del propio seminario zapotlense y encargado desde 1897 del observatorio astronómico en él instalado, por renuncia del padre Arreola.






Así inició su carrera científica y ya entrado el siglo XX, unidos él y el propio padre Arreola, prepararon trabajos que presentaron en el Primer Congreso Nacional de Meteorología celebrado en México por la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, dando con ello gran realce y poniendo a la vanguardia de los observatorios nacionales al de Zapotlán, al quedar demostrado que era el único que estudiaba el problema meteorológico, ya que los demás del país se concentraban a esperar la resolución de dichos problemas por los observatorios europeos, para luego seguirlos (Munguía Cárdenas, Federico: La Provincia de Ávalos, tercera edición, Secretaría de Cultura de Jalisco, Guadalajara, Jal., 1999, pp. 354-355).

 

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Es oportuno señalar que Severo Díaz ingresó al Seminario de Zapotlán el 1889, justo cuando José María Arreola, seis años mayor que él, estaba por concluir sus estudios, según se registra en los correspondientes documentos. José María se ordenó en el año de 1893, mientras que Severo Díaz lo hizo hasta el año de 1900, siete años después. De acuerdo con esto, no puede haber la menor duda de que el padre Arreola orientó a Severo Díaz en su formación científica, arropándolo como colaborador en varios de los proyectos que eran formulados y llevados a la práctica por el primero, dentro del Seminario de Zapotlán y, después, en el Seminario de Guadalajara, en un período que comprende entre 1904 y 1914, año este último en que José María finalmente se aleja de la Iglesia. (Arreola, Orso… Op. Cit., pp. 82).


Sobre el trabajo emprendido por ambos sacerdotes y científicos jaliscienses, a partir de su coincidencia en el Seminario de Zapotlán el Grande, se pueden destacar muchos episodios y anécdotas, además de trabajos publicados que ventilan la sapiencia y la excelente mancuerna que hicieron en beneficio de la ciencia mexicana, desde Jalisco.


El propio Severo Díaz, un poco antes de morir en el año de 1956, escribió sobre la relación que sostuvo con el padre Arreola durante el tiempo en que colaboró a su lado en el Seminario de Zapotlán:


En el Seminario de Zapotlán el Grande, conocí, casi desde mi llegada, a un estudiante excepcional, bajo de cuerpo y enjuto de carnes; tenía un aspecto humilde, pero una cabeza de conformación especial, con una mirada de excepcional presentación: daba la impresión de una inteligencia pura, escondida en el mínimum de materia plástica. Lo extraordinario de este estudiante era de que no sólo cultivaba y sobresalía en todas las ciencias, sino que dominaba a la vez todas las artes: labraba la madera, trabajaba los metales, manejaba el torno y la garlopa con verdadera maestría, sabía hacer grabados en madera y metal, era maestro en la imprenta y en sus ocios hacía figuritas e instrumentos científicos de vidrio. Había formado sociedades de estudio entre sus jóvenes amigos y poseía todas las lenguas a su alcance: el griego, el latín, el francés, algo de inglés y hablaba el mexicano. Era querido y respetado por todos sus maestros y casi lo veneraban todos los estudiantes… (Severo Díaz: “José María Arreola, fundador del observatorio de Zapotlán”, Guadalajara, 1957, citado en Arreola, Orso… Ibidem., pp. 83).


Sobre el inicio de la extraordinaria relación de amistad y colaboración entre ambos personajes, es nuevamente el propio Severo Díaz quien acotó:


            El observatorio de Zapotlán fue la novedad que llevó el padre Arreola de Guadalajara a su regreso al Seminario en calidad de profesor de la Escuela Anexa, pidiéndome a mí como auxiliar para enseñar a leer a los párvulos en el “cuartito” que estaba como apéndice al salón de la Escuela, al mismo tiempo que le ayudaba en el Observatorio y en donde me puso a traducir un libro en francés que trataba de las Nubes y su Observación para el pronóstico del tiempo. Desde entonces fuimos inseparables, aprovechando el tiempo con sus conversaciones sabias y en la lectura de las obras clásicas que llevó también de Guadalajara y las que de México nos mandaron para estudiar a fondo la Meteorología… (Díaz, Severo… Op. Cit., pp. 13).


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Con la destacada labor científica emprendida en el Seminario de Zapotlán, por parte de varios de sus alumnos, el prestigio que adquirió la institución fue evidente, sobretodo en el último tercio del siglo XIX. No es ajena para los estudiosos que la mancuerna del dúo Díaz-Arreola fue clave para otorgar este período de cénit que Esteban Cibrián bautizara con el mote de “edad de oro”.


En febrero de 1901, la Sociedad Científica “Antonio Alzate” otorgó mención honorífica a tres hijos del Seminario zapotlense, declarándolos miembros destacados y efectivos de dicha Sociedad. Ellos fueron el Sr. Pbro. Severo Díaz, entonces director del Observatorio Meteorológico del Seminario; el Sr. Pbro. Salvador Castellanos, profesor del citado Seminario; y el Sr. Pbro. José María Arreola, entonces Director del Instituto Científico y Literario de San Ignacio de Loyola, en Guadalajara.


            En diciembre de 1901, se celebró en la Ciudad de México el Segundo Congreso Meteorológico bajo la Presidencia del Ministerios de Fomento Ing. Leandro Fernández e Ing. Mariano Leal. A esta reunión científica fueron invitados cerca de 20 sacerdotes representantes de varios seminarios y observatorios de la República. Entre ellos los presbíteros Díaz y Arreola. En esa ocasión Severo Díaz presentó al estudio de los meteorologistas un ensayo de crítica acerca de las predicciones del sabio guanajuatense D. Juan N. Contreras, trabajo que le granjearon admiración y felicitaciones por parte de todos los presentes.


En agosto de 1902, el Director del Observatorio Meteorológico del Seminario de Zapotlán, Pbro. Severo Díaz, en sus observaciones llevadas a cabo, descubrió que el planeta Júpiter proyecta sombra clara y distintamente, hecho no observado antes pon ningún otro sabio mexicano. Al ser confirmado esto por la Sociedad Astronómica de México, ella se encargó de participarlo a todos los observatorios del mundo, por considerarse de gran importancia para la ciencia, siendo esto un nuevo logro conquistado para el Seminario de Zapotlán y la brillante figura del Pater Díaz, que ya gozaba de un prestigio importante entre las sociedades científicas de Jalisco, de México y del mundo. (Cibrián Guzmán, Esteban… Op. Cit., pp. 67-68).

 

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La brillantez de las observaciones practicadas por Severo Díaz y José María Arreola y los éxitos que fueron hilvanándose uno tras otro, provocaron la envidia que se reflejó en las intrigas de que ambos sabios fueron objeto ante el arzobispo de Guadalajara, el cual dispuso, a resueltas de las cuales, la desaparición del observatorio zapotlense y la relegación del Seminario de Zapotlán a menor categoría (Munguía Cárdenas, Federico… Op. Cit., pp. 355).


Sobre el asunto en particular, el propio Severo Díaz, en su alocución dirigida con motivo de los funerales del Sr. Prebendado Ignacio Chávez Gutiérrez, rector muy querido que fue del Seminario de Zapotlán, en marzo de 1910, comentó que fue la superioridad científica de este Seminario la verdadera causa de tal determinación por parte de la mitra tapatía:


… llegó el incidente de Zapotlán en que este Seminario se puso a la cabeza de sus congéneres (el Seminario de Guadalajara), con motivo del Congreso de Meteorología (en 1901) y aprovechando la oportunidad de que había nuevo Arzobispo casi extraño a la vida íntima de los seminaristas, pudieron de tal manera falsear los hechos, que dicho prelado mandó que se acabara el Seminario de Zapotlán, quitándole las cátedras de Teología y reduciéndolo a la categoría de Seminario Menor, algo así como una escuelita de gramática. (Quedando sin apoyos el Observatorio). Se decretó la fundación del Observatorio del Seminario de Guadalajara, y fuimos los de Zapotlán los escogidos para tan grande obra… (Cibrián Guzmán, Esteban… Op. Cit., pp. 74-75).





Dada la fama científica del Padre Díaz, como bien se ha comentado, fue llamado a Guadalajara, donde se encarga del observatorio del seminario de aquella ciudad, sustentado conferencias en las que ponderaba la utilidad de dichos establecimientos, buscando se comprendiera mejor la labor en ellos desarrollada y fueran objeto de una más adecuada ayuda económica que permitiera ampliar su labor y adquirir mejores aparatos científicos. Fundó “El Boletín del Observatorio”, por cuyo conducto su nombre fue conocido en todos los demás centros de ese tipo en el mundo. (Munguía Cárdenas, Federico… Op. Cit., pp. 355).

 

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José María Arreola fue uno de los primeros científicos en solicitar a Madame Curie una muestra de Radio. Juan José Arreola escuchó contar a su tío José María que la misma Madame Curie le envió una carta acompañando la preciosa muestra, convirtiéndose este hecho en uno de los acontecimientos más importantes de la vida científica en la historia de México. Esto debió ocurrir en Guadalajara hacia el año de 1904. (Arreola, Orso… Op. Cit., pp. 81-82).      

 

Sobre el asunto en particular, Severo Díaz dejó escrito:


Apenas nos llegó la fracción pequeñísima de radio, procedimos Arreola y yo, á obtener impresiones fotográficas de cuerpos opacos, fenómenos sin duda el más admirable de los que últimamente conoce la ciencia. En el cuarto oscuro que sirve para sus trabajos fotográficos a mi ilustrado compañero el P. Arreola, colocamos la tarde del día 1 de abril próximo pasado, una placa de 4 x 5 cubierta con una tarjeta de bordes perforados y en su centro opaco unas letras de alambre. Un poco arriba como á un decímetro de la placa suspendimos la aguja del espintariscopio con su partícula radiante, de un puente de alambre, dejando todo en la más completa oscuridad. El día siguiente á las 8 a. m., reveló el P. Arreola la placa y se obtuvo la huella e impresión perfectamente visible; aquella insignificante radiación había atravesado una placa de cartón de medio milímetros de espesor. (Severo Díaz: “Boletín eclesiástico y científico del Arzobispado de Guadalajara”, tomo 1, Imprenta la Verdad, 1904, citado en Arreola, Orso… Ibidem., pp. 82).

 

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En 1912 dio principio la famosa temporada de terremotos en Guadalajara. El señor Arreola publicó entonces un folleto en el que fueron expuestas sus observaciones al respecto, ocasionando la natural sensación pública.


—Si vieras cómo se alagartan las vacas y los caballos cuando tiembla...! ¡Y se les paran de punta los pelos del espinazo...! ¡Los perros ladran desesperados y se humillan sobre el suelo...! ¡Los gatos enarcan su espinazo y con su cola erizada huyen maullando enloquecidos...!


—El fin del mundo, compadre...! ¿Ya leíste las declaraciones del padre Arreola...?


—Sé nomás lo que opina el padre Díaz... Y dizque hay por allá en Puebla, un gallo que anuncia los temblores... ¿Cuál será la verdad...? Porque todos dicen cosas distintas. Lo del gallo claro que son abusiones... Pero el padre Díaz sostiene que se trata de acomodamientos subterráneos de las capas terrestres y el padre Arreola, que es muy fuerte en cuestión de erupciones de volcanes, dice que todo proviene de la actividad volcánica y que pueden originarse grandes cataclismos. (Zuno, José Guadalupe (coordinador): Boletín de la Universidad de Guadalajara dedicado a don José María Arreola, no. 5, Guadalajara, Jalisco, 1956).


            Estos comentarios se oían en todas partes, durante la época revolucionaria. Los jardines y las calles eran verdaderos campamentos, pues las familias habían abandonado sus casas por temor de morir aplastadas y preferían los rigores de la intemperie.


            El Gobernador Robles Gil, tal vez impresionado por la gran alarma pública, ordenó la publicación de un folleto contradiciendo las opiniones del padre Arreola y ello causó pésima impresión, ya que la interferencia política de un gobernante en cuestiones de orden técnico y científico, no tiene ninguna explicación plausible. El señor Arreola, viendo estas actitudes, ajeno a cuestiones de orden político y deseoso de no descender a terrenos que no le simpatizaban, decidió alejarse por algún tiempo de Guadalajara y fue a Zacatecas y Aguascalientes, en cuyas ciudades siguió su misma línea de conducta, dedicado por entero a las enseñanzas científicas y a la investigación. Ahí también, en cada una de las dos capitales de los Estados vecinos, fundó y dejó en servicio nuevos observatorios astronómicos y meteorológicos. (Castolo, Fernando G. …, Op. Cit., pp. 284).


Por su parte el presbítero Severo Díaz, después de este episodio continuó su fructífera labor científica, integrándose a varias instituciones y asociaciones de estudio, acrecentando con ello su fama, por sus investigaciones elocuentes y estructuradas. Su estadía en Guadalajara le permitió consolidar raíces, convirtiéndose en el personaje más respetado de la ciencia jalisciense, cosa que no pasó con José María Arreola, quien, sometido a diversidad de actividades a lo largo y ancho de la República, se fue relegando su huella de sabio entre la sociedad tapatía. Aun así, ambos personajes nunca se perdieron de vista y continuaron en contacto por el resto de sus vidas.


El padre Severo Díaz falleció el 14 de septiembre de 1956, hace cincuenta y cuatro años; mientras que el padre José María Arreola deja de existir el 28 de noviembre de 1961.


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