lunes, 26 de marzo de 2018

De visita al Parque Ecológico “Los Ocotillos”




Claudia Alejandra Jacobo Ibarra
El Volcán/Guzmán


El tiempo era favorable y el clima propicio para visitar el Parque Ecológico “Los Ocotillos”. En el oriente de la región de Ciudad Guzmán se engrandece este atractivo natural, ideal para realizar senderismo, el cual resulta ser un lugar muy visitado por la población. Y en este caso no fue la excepción.




Era un poco antes de las ocho de la mañana cuando me encontraba sobre la calle periférico. Conforme avanzaba a la portezuela de ingreso, si es que se le puede llamar así, pues consta de una entradilla arqueada de cemento color blanco que da comienzo al sendero, pude observar al igual que yo a algunos transeúntes desmañados dispuestos a conquistar la corona de la colina, o en su defecto ya lo habían hecho.   

Al principio tuve inquietud por reconocer cómo reaccionaría mi cuerpo ante la inclinación del camino, ya que se requiere cierta condición física para contrarrestar la fatiga respiratoria, y muscular de las piernas, pues hacia un par de semanas que no lo visitaba; a la vez, tuve ese disfruté momentáneo sobre lo que el paisaje me iba a mostrar.   

Olvidado el posible y seguro agotamiento me adentré a la curva blanca. Anticipándome, distinguí pinos adultos y jóvenes, cuyo característico olor húmedo y fresco relajaban el ánimo. Algunos de ellos tenían entre sus ramas ocotes, pequeños conos en forma de piña leñosos, que al sahumarlos ofrecen beneficios contra enfermedades respiratorias. A propósito, recordé que en este antiguo inmenso valle existe una leyenda sobre una mujer llamada “Tzaputlatena”, a quien los pobladores la elevaron a categoría de diosa porque curaba con la resina de pino o ‘úxtil’ en náhuatl. En lo que incumbe al nombre “Los Ocotillos”, descubrí al escribir estas líneas, que su prefijo provine de la palabra ocote.

Llegué a la distintiva gran roca, éste es un punto de referencia esencial para vislumbrar, el paisaje casi total de la cuidad, el Nevado de Colima y a un costado el Volcán de Fuego (como le llaman los pobladores), parte de la Laguna de Zapotlán atiborrada de lirio, e incontables capas blancas donde descansan invernaderos. Es decir, esa parte donde se encuentra el peñasco desempeña un admirable lienzo para cualquier excursionista. 

Conforme ascendía, el sol centelleaba sus brazos entre la arbolada, reflejándose como un espejo sobre la tierra caliza y rocosa. A los costados se postraban pequeñísimos follajes de limón y de pino, circundándolos una muralla de rocas, sinónimo de reforestación. -A saber, en diciembre del 2015 las autoridades municipales lo decretaron como Área Natural Protegida, junto con el Parque Ecológico “Las Peñas”-. Más adelante contemplé las abstraídas raíces salientes de un maduro árbol, las cuales parecían laberintos entrelazados que servían como escalinata.  

Me detuve un momento, pues tenía que regular mi pulso cardiaco. Observé a mí alrededor percatándome de los muchos troncos lisos, largos y esbeltos parecidos a eucaliptos, no pude distinguir sus pequeñas semillas que normalmente reposan pobre sus lineales hojas. Por una extraña razón poco antes, y a partir de este sitio, un ramaje seco descolorido se posaba sobre el pies. Alguna vez escuché a alguien decir que tienen una importancia en la flora de su hábitat, pues emiten una sustancia que sirve para contrarrestar la maleza; sin embargo, y me atrevo a decir, que también produce privaciones de crecimiento a otras posibles especies. Mientras trataba de deliberar cuál era la causa de entorno ambiental un suave aire acariciaba mi rostro, lo recibí como un regalo de la naturaleza, exhalé y continúe.

Al reconocer que faltaba poco para llegar a la cima, coincidí con un hombre; él rebasó mi paso. Pero poco antes de eso, palabras de ánimo salieron a relucir. Vale la pena decir que el número de desnivel de ascenso es de 1885 msnm, así lo revela el informe del proyecto de senderismo interpretativo, ubicado en la entrada del parque, realizado por estudiantes de la Licenciatura de Turismo Alternativo del Centro Universitario del Sur. Esa representación numérica señala además el arribo a los “Magueyes”. Los “Magueyes” abarcan una fila minúscula del parque, sospecho que alcanzan hasta 3 metros de altura, mientras sus hojas largas, gruesas y puntiagudas sobrepasan el metro de largo. Al parecer mi fugaz compañero tocó ese punto, ya que volvimos a coincidir en direcciones opuestas. Motivada estaba de volver andar y conseguir llegar a la cima. 

El regreso del descenso fue regular y habitual. Los eucaliptos quedaron atrás para volver a reaparecer los pinos. En poco tiempo ya estaba en el altar en honor a  la Virgen de Guadalupe. Condensé esa ofrenda con las palabras de Octavio Paz “Somos un pueblo ritual”, porque es una costumbre popular poner altares en los mercados, carreteras, casas, barrios, cerros, etc., atribuyéndole  un carácter sagrado, aunque no esté dentro de un templo o una iglesia. Por encima de la ofrenda con hilos amarrados a los árboles había ornamentos de papel picado de colores rojo, blanco y verde, con figurillas de diferentes tipos. Continué hasta ver un único árbol de Colorín, fue un asombró, porque se diferenciaba de inmediato de los demás arbustos por sus flores rojas escarlatas, parecen que están una encima de otra hasta formar un ramos.

Era poco después de las nueve de la mañana cuando ya estaba en descanso ante “La Reja” de la salida. Dicho brevemente y para terminar, me pongo a repasar las veces que he caminado por este sitio y me doy cuenta que no han cambiado mucho para mí, no obstante, en cualquier época del año resulta agradable visitarlo, más prefiero hacerlo en verano y otoño. También creo que me llevaría tiempo pensar en las incontables pisadas e historias has surgido en “Los Ocotillos”.  



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