miércoles, 21 de marzo de 2018

Adiós Prometeo





Samuel Gómez Patiño

                                     
La familia se conforma de varias personas que transitan por la vida en un mismo tiempo y espacio, viven momentos buenos y malos, aprenden y comparten, crecen, se van y regresan, pero por lo general se cuidan y acompañan. El y ella se conocen, deciden vivir juntos, vienen los hijos (no necesariamente en ese orden) y se forma una familia. Dicen que uno no escoge a la familia (excepto, él y ella), así que tenemos hermanos, primos, tíos, abuelos, etc., que ya están ahí y, ni modo que hacer, los aceptamos porque somos familia.

            Sin embargo, una familia no se conforma de una sola especie, aunque es raro tener culebras, lagartijas, tarántulas, pericos y uno que otro animal exótico, se vuelven parte del núcleo familiar, los cuidamos, los alimentamos, los aceptamos y ellos nos demuestran su cariño, claro a su modo.

            Mi familia no solo son mis dos hijos, Samuel Alfonso y Perla del Socorro, mi esposa Rosario y todos los primos y parientes cercanos y lejanos, sino aquellos que comparten mi casa y mis alimentos, como son los 7 periquitos del amor, los dos pez payaso, el camarón, el pez globo, el pez cirujano todos en la pecera de agua salada, además de 3 pez ángel, un tiburón cola roja, 4 peces de rayas, 2 pez gato, un plecos, dos peces brillantes y varios gupies en la pecera de agua dulce; pero hoy les quiero platicar del amigo de todos: Prometeo.

            Teo llego a la casa rescatado por mi hija de la calle, tenía escasos tres meses de nacido. Todavía recuerdo la emoción de ella para pedirme que se quedara en casa; el problema era que nuestro anterior cachorro que vivió casi 12 años con nosotros, que por la vida tan ajetreada de ese entonces solo le dejábamos alimento y lo veíamos y lo tratábamos muy poco, por lo que mi señora no tenía muchas ganas de tener otro animal que no pudiéramos atender. Entonces demostró sus ganas de conquistar un hogar, cuando se lo presentamos a mi esposa lo primero que nos dijo es que no lo quería, pero Teo la abrazo de las piernas y entonces ella cedió, no sin antes sentenciarnos –Ustedes lo cuidan, limpian y le dan de comer.

            Prometeo nos trajo cierta suerte, ya que cuando Perla lo llevo a la casa estábamos cambiándonos de residencia, cerca de la universidad donde trabajamos mi esposa y yo, y donde estudiaban mis hijos. Un área residencial mejor y con patio suficiente para que Teo pudiera correr. Poco a poco empezó a conquistar nuestros corazones, siguiéndonos a todas partes, haciendo “sus gracias” por aquí y por allá, como un niño pequeño a veces se hacia el desentendido y disfrutaba nuestra compañía.

            Le daba por ladrar a quien se acercara a la puerta, por lo general a personas uniformadas como policías, el del correo o jardineros, y cuando empezó a crecer intimidaba a vecinos y amigos que nos visitaban, me parece que se divertía con ello, porque a pesar de ser de raza “pitbull y algo más” nunca se mostró peligroso, salvo la vez que se salió de la casa y le brinco a un jardinero lo que le ocasiono una herida en la mano, lo que trajo a la policía y me vi obligado a pagar las curaciones de la persona; tiempo después me di cuenta que del susto se cortó con sus herramientas. Él ya estaba grande a pesar de seguir siendo un cachorro, pero parado en dos patas ya me alcanzaba.

            Una noche llegue y encontré que había sacado las plantas de la jardinera que tanto cuida mi señora y le dije, -espera a que llegue la dueña de las plantas, te van a regañar. Más tarde llego Rosario, y subió al cuarto a quejarse, preguntando -¿Ya viste lo que hizo el Teo? Y antes de que le contestará me dijo, -cuando lo iba a empezar a regañar se levantó y me abrazo. No sé si fue su forma de pedir perdón, pero le funcionó muy bien.

            El creció cuidándonos a nosotros y la casa, por lo menos mientras estábamos ahí, ya que una que otra vez lo encontré ladrando sólo cuando alguien estaba dentro, sino sólo observaba. Era muy sensible a los ruidos, por lo que cuando los transformadores de la comisión de electricidad estaban sacando chispas, nos avisaba. Tarde tiempo en entender que le gustaba decirnos lo que pasaba en la calle. La navidad y el año nuevo, si eran su tormento, los cohetes que tronaban lo asustaban, se alteraba y se ponía nervioso, por lo que eran las únicas oportunidades en que dormía en la casa, aunque mi hijo lo llevaba a su cuarto cuando llovía muy fuerte.

            Prometeo tenía su casa y sus juguetes, con los cuales esperaba pacientemente que llegáramos mi señora o su servidor para jugar con él, no importa si era un minuto o diez él estaba en la noche siempre listo para disfrutar el momento. Ya conocía el ruido de mi Jetta y antes de meterlo al patio él ya estaba listo para cuando abriera la puerta subirse a mis pies para que lo acariciara. Por las mañanas, le gustaba motivarme antes de irme a trabajar, su ¡Guau! Siempre me animaba, no importa que fuera mentira.

            Hoy se fue, apenas la semana pasada se enfermó, lo atendió el veterinario y le receto sus medicamentos y una dieta blanda, pero Prometeo no resistió y se fue rápidamente. Me queda solo despedirme de un gran amigo y darle las gracias por escogernos y los momentos que nos dio a todos. Descanse en el cielo canino, donde seguramente hará nuevamente amigos.
            La próxima semana, comamos “ave libre”.
           
             Me gustaría leer tú opinión, puedes escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño

*Vicepresidente Educativo del Club Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja California

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