martes, 29 de octubre de 2019

Rambo, Last Blood








Cine sin Memoria




José Luis Vivar


Desde hace muchos años el nombre de Rambo es sinónimo de elevadas dosis de testosterona, violencia, armas sofisticadas y justicia personal. Desde aquella primera aparición en Rambo (First Blood, Ted Kotcheff, 1982), el personaje llamó la atención en todo el mundo, por la forma de responder al sistema norteamericano que lo entrenó, le enseñó a matar, pero que cuando regresó de la guerra lo desprecia y lo ataca, como el Dr. Frankenstein a su criatura. 


           La historia de este ex combatiente está basado en la novela First Blood de David Morell, cuya publicación en 1972 llamó la atención de estudios y productores que pensaban llevarla a la pantalla. Sin embargo, tuvieron que pasar diez años para que el proyecto del ex combatiente de Vietnam tuviera nombre y apellido: Sylvester Stallone, cuya imagen se convertiría en el arquetipo del anti héroe.


            A ese debut le siguieron Rambo II (First Blood II, George P. Cosmatos, 1985), Rambo III (Peter McDonald, 1988); y después de un prolongado silencio volvió con Rambo IV: Regreso al Infierno (Sylvester Stallone, 2008). En síntesis la trama de cada una de estas cintas presenta al famoso personaje en diferentes escenarios donde debe enfrentar peligrosos enemigos de otros países. Aunque la excepción es la primera cinta, donde el sheriff de un pueblo no lo quiere porque tiene apariencia de hippie y de vagabundo, una extraña combinación que no más que un pretexto para alejar a un extraño que no encaja en su comunidad.

            Y pareciera que la fórmula se terminaba. Stallone estaba inmiscuido en otros proyectos que le habían dado mejores resultados como la trilogía de Los Indestructibles o la saga de Creed I y Creed II. Aun así, deseaba cerrar el círculo de lo que había iniciado, y para lograrlo se propuso encontrar una historia adecuada, sobre todo a la edad que representaba después de más de treinta años. Una tarea ardua que le tomó más tiempo de lo que él esperaba. Y se le creía porque en sus cuentas de redes hacía comentarios al desarrollo de esa historia que sería la más personal de todas de las que hasta entonces había hecho.

            Fue como por fin llegó Rambo Last Blood (Adrian Grunberg, 2019), cuya historia se centra en la vida del ex combatiente en un rancho de Arizona, donde se le observa cansado y decidido a olvidar su vida en las guerras que sostuvo. El detonante que lo hace volver a las armas y a todo su arsenal es cuando unos tratantes de blancas y narcotraficantes secuestran a su sobrina.






            La hiperviolencia es sinónimo de Rambo, y aunque es inconcebible que un solo hombre sea capaz de combatir contra decenas de criminales, en esta fábula de acción todo puede ser posible. Del armamento más sofisticado a las armas más primitivas como el arco y las flechas, Rambo los maneja como el auténtico experto que es; como uno de los últimos guerreros de la era de Reagan, combatir es su estilo de vida, y pelear es lo mejor que sabe hacer. Los cadáveres que deja a su paso son justificables, elimina aquellos que en una prisión jamás podrán regenerarse. No hay perdón para ellos; si lo atacan mueren.

            Desde su aparición en las salas de cine, Rambo se dividió en críticas negativas y en desmedidos elogios. Se volvió un símbolo de la década de los ochenta, y relativo a las armas de alto poder. El mismo cine hizo parodias, y los medios lo comparaban con todo tipo de militares estadounidenses, y desde luego con terroristas y criminales. 
            En apariencia, Rambo Last Blood termina treinta y siete años después de aquella aventura que sería solo otra película de acción, aunque sin precedentes en cuanto al lado humano del personaje, cuyo final conmueve: no es ningún Súper Héroe, sino un hombre también vulnerable, destrozado por las circunstancias de la guerra de Vietnam que perdieron.

Rambo sigue y seguirá presente en las taquillas, porque es garantía de éxito; eso significa que el círculo no se ha cerrado, y tal vez haya por lo menos otra historia, aunque el personaje ya pase de los setenta años. Todo sea por cumplir las fantasías de sus seguidores, que según las estadísticas se suman por millones. 

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