domingo, 20 de octubre de 2019

Dos cuentos para niños









Para Ana Karol
y Luis Renán, mis nietos


LA NUBE Y EL CONEJO

Juan subió corriendo hasta lo más alto de la loma y se recostó para mirar el cielo. Había una parvada de nubes que se deslizaban en lo más alto, contrastando con el intenso azul. Luego las nubes se detuvieron y se acumularon ante la mirada de Juan, quien cerró los ojos un instante cuando el sol las iluminó, encandilándolo.




            Abrió después los ojos y escuchó unos ruiditos: hojas secas que se quebraban. Y sintió una presencia a su costado izquierdo. Volteó a toda prisa y se llevó una enorme sorpresa: a su lado estaba un conejo blanco con gris. También, como Juan, contemplaba las nubes en lo alto del cielo.

—Son hermosas, verdad —dijo el conejo a Juan, quien abrió desmesuradamente los ojos, al tiempo que, como impulsado por un resorte, se levantó. Miró al conejo y le preguntó:

—¿Cómo es que tú hablas, si eres un conejo y los conejos no hablan?
—De donde vengo —respondió el conejo— todos hablamos…
—Pero…
—Calma, Juan, y sigue mirando el cielo. ¿Ves las formas que están tomando las nubes? ¿Qué figuras ves?
Juan se volvió a acostar en la tierra y miró con atención.
—Allá está un elefante, ¿lo ves? Y más allá un camello…
—Yo veo una gran tortuga y un caballo corriendo —dijo el conejo.

Juan miró con mayor firmeza y logró ver que de nuevo se iluminaban de pronto las nubes. Y cerró otra vez los ojos, pero alcanzó antes a distinguir las largas orejas de un conejo y su colita gris.

—Mira, allá está un conejo que se parece a ti. ¿Lo ves? —le dijo Juan al conejo.
—No se parece a mí, soy yo. ¿Acaso no sabes que yo soy una nube? —dijo el conejo.
Juan abrió miró hacia donde estaba hasta hace un instante su amigo el conejo. Pero ya no estaba. Lo que vio fue una borla de nube que volaba hacia donde estaba el conejo de nube.
Juan abrió la boca y dijo: “¡Oh!”

Y el conejo, desde lo alto del cielo, lo saludó con su manita gris…



EL RUIDITO QUE SE OYE


—¡Uuuuuuu¡ ¡Uuuuu! —escuchó Juanito y se asustó.
Se había quedado solo en la casa de su abuela, a la que había ido a visitar. La abuela vivía en el campo, y Juanito, que vivía en la ciudad, no estaba acostumbrado a los sonidos del campo.
Sintió miedo. Se arrinconó junto al fogón de la cocina. La cocina, donde había almorzado con su abuela antes de que ella le dijera:

—Juanito, voy a salir un momento, no salgas de la casa. No tardaré…

Y Juanito dijo “Sí, está bien, abuela”.

Pero ya solo, cuando volvió a entrar en la casa y su abuela se había perdido en el recodo del camino, comenzó a escuchar el ruidito. Y tuvo miedo. Entonces se fue corriendo a la recámara y miró por la ventana el camino: había muchos pinos y árboles de distinto follaje. Había vacas y caballos pastando. Y, a lo lejos, arriba de un cerrito, unas casas. Era allí a donde había ido su abuela a visitar a unos amigos.

Pero Juanito escuchaba: —¡Uuuuuuu¡ ¡Uuuuu! —el ruidito se escuchaba con mayor intensidad cada vez.
Y ansiaba que su abuela volviera, pero tardaba.
Fue que volvió a mirar por la ventana para ver si regresaba su abuela. Y observó que las copas de los árboles se movían con fuerza. Y un remolino se levantaba a lo lejos y caminaba hacia la casa.

Se fue a refugiar, muy asustado, a la cama. Se cubrió con las cobijas y se tapó los oídos. El ruidito persistía y cada vez más fuerte.

“Tengo que saber de dónde viene ese ruido”, se dijo. Y se armó de valor y salió al camino. Justo en ese momento apareció su abuela. Un puntito lejano. Era ella.

Juanito corrió por el camino levantando una polvareda a su paso.

Al llegar a donde su abuela, Juanito quiso decirle lo de los ruiditos, pero no pudo. La abuela traía un papalote en sus manos. Y se lo entregó al tiempo que le dijo:

—Mira, Juanito, lo que mandaron mis amigos, un papalote para que lo vueles, ahora que es el tiempo del viento.

Entonces Juanito, sorprendido, pensó que era el aire el que hacía esos ruidos. El viento entre los árboles chocando con el cielo.
Al poco rato Juanito ya volaba su papalote, muy feliz.

Su abuela había sacado una sillita a la puerta de la casa y lo miraba llena de contento.

Azul, el papalote se confundía con el cielo y las nubes, que se movía para dejar que el viento pasara…

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