jueves, 8 de febrero de 2018

Arreola, breve, miniaturista






>Los conjurados




Ricardo Sigala


Hoy quiero ser breve. ¿Qué digo? Hoy debo ser breve. Es cierto que esto quiere ser un homenaje y los homenajes tienden a la extensión de los discursos, a la parafernalia retórica y la exacerbación, a los prolegómenos y a las prolongaciones. Pero en esta ocasión mi compromiso es con la brevedad, una brevedad que por cierto le ha dado grandeza y reconocimiento mundial a nuestro homenajeado. Porque todos podemos ser breves, pero no cualquiera puede serlo y a la vez hacerlo con elecuencia, profundidad, humor, y con un sentido único de indagación en los vericuetos de la psique humana como la hacía Juan José Arreola, y hay que decirlo, lo hacía con mucha fortuna. 

Es verdad, la suma de sus libros de cuento y su novela caben en un volumen de Alfaguara o del Fondo de Cultura Económica. También es cierto que es un maestro del cuento breve, que en unas cuantas páginas pudo construir “El guardagujas”, ese cuento imposible de escribir, salvo que Juan José Arreola sí lo escribió. Y qué decir de su memorable “De memoria y Olvido” que abre todas las ediciones y variantes de Confabulario, una biografía en doce párrafos que incluye no sólo vida y obra, sino genealogías, teoría estética, declaración de fe y una rica fuente de alusiones librescas.

            Juan José Arreola fue más allá en sus ejecuciones breves. En el corpus de su obra hay páginas que son verdaderas obras maestras, y no se trata de la página de un cuento o de su novela, que las hay. Me refiero a textos completos, unitarios, que en una sólo página concentran los atributos de una pieza de alta literatura, pensemos en los inquietantes y pertubadores “Autrui” o “El faro”.

            Pero aún hay más, que en este caso es menos, pues se trata de textos de mucho menor extensión, un máximo tres o cuatro párrafos. Nos econtramos con verdaderos prodigios de la escritura en los pequeños pasajes de Bestiario, inolvidables por razones distintas son “El rinoceronte”, “El sapo”, “El avestruz”, “El bisonte”. Y qué decir del portento de ironía, inteligencia y profundidad que encierra “Profilaxis” en sus poco más de cien palabras. 

            Sin embargo, no es de esta brevedad de la que yo quería hablar. Pienso en una serie de miniaturas que muestran las habilidades del maestro de Zapotlán. Un grupo de textos que a pesar de su limitada cantidad de palabras exhiben contenidos de amplios alcances. Son realizaciones relacionadas con lo que Ítalo Calvino llamó la rapidez en sus Seis propuestas para el próximo milenio. Se trata de minúsculos artefactos verbales que cumplen con las demandas básicas de todo texto narrativo, que a pesar de su concisión dejan en el lector la sensación de plenitud en lo que se refiere a la presencia de una historia implícita y una inqietud en las implicaciones de la misma. Pensemos en su “Cuento de horror”, que se reduce a dos párrafos que en realidad son dos oraciones y que juntos suman dieciséis palabras:

            “La mujer que amé se ha convertido en fantasma.
Yo soy el lugar de las apariciones.”

Muy similar resulta su “Clausula” III, en su constante indagación de la imposibilidad del amor: “Soy un Adán que sueña en el paraíso, pero siempre despierto con las costillas intactas.”

            Dejo dos ejemplos de sus “Doxografías” porque este homenaje a la brevedad se está extendiendo y traiciona nuestro propósito (¿gato por liebre?).

Francisco de Aldana:

No olvide usted, señora, la noche en que nuestras almas lucharon cuerpo a cuerpo.

Homero Santos:
Los habitantes de Ficticia somos realistas. Aceptamos en principio que la liebre es un gato.


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