jueves, 10 de noviembre de 2016

Mártires Cristeros; San Justino Orona Madrigal



Noé Guadalupe Rodríguez


La auténtica vocación cristiana se manifiesta en la total disponibilidad para seguir a Cristo aún en tiempos difíciles como lo vivió nuestra patria entre los años 1926 a 1929, durante la persecución que se vivió durante las leyes del presidente Calles, como en los artículos anteriores lo hemos comentado. Esta disponibilidad la encontramos en el Padre San Justino Orona Madrigal, que nació en Cuyacapán, municipio de Atoyac en estas tierras del Sur de Jalisco, el 14 de abril de 1877, hijo de José María Orona y de María Inés Madrigal. 



Realizó sus estudios en la escuela primaria parroquial de Zapotlán el Grande Jalisco, dejando un poco la adolescencia manifestó su deseo de consagrarse al servicio de Dios, y del prójimo, con el apoyo del párroco de Atoyac, Secundino Ortiz, ingreso al seminario de Guadalajara el 25 de octubre de 1894. Durante el tiempo el tiempo de su formación del seminario se distinguió por su dedicación al estudio, así como por su espíritu de piedad, buen trato con sus compañeros y excelente conducta. Recibió el orden sacerdotal el 7 de agosto de 1904. 


Ejerció su ministerio únicamente en el estado de Jalisco: como vicario en Lagos de Moreno, San Pedro Analco, Pegueros y Guadalajara ya partir de noviembre de 1912 como Señor Cura en Pocitlán, Encarnación de Díaz y Cuquío. Toda su vida ministerial nos muestra su entrega generosa, responsable, llena de fe y amor a ejemplo del buen pastor dedicado al servicio del pueblo a él encomendado. En Cuquío la misión de atender a un pequeño grupo de seminaristas durante los años de persecución, y estaba alerta para acudir a los enfermos y administrar los sacramentos, sin importar el riesgo, la hora ni mucho menos la distancia.


El pueblo entero conoció y admiró su humildad, su espíritu de servicio y su fortaleza, su fidelidad en el cumplimiento de su deber, era bondadoso, amable con todos, la gente lo recibía con gusto. Era tanto su amor a la parroquia de San Felipe en Cuquío, que cuando arrecio la persecución su compañero de ministerio, Padre Antonio Guzmán, le aconsejaba insistentemente que se ausentara de ella, pero el señor cura le contesto diciendo "yo entre los míos, vivo o muerto", en su diario, el Padre Toribio Romo, que también fue vicario en Cuquío hasta septiembre de 1927, relata como la constante persecución que él y el párroco Orona tuvieron que soportar: "subimos a lo más espeso del monte, dejando los caballos ensillados... nos repartimos unas tortillas frías y una cecina, no podíamos prender lumbre para no descubrirnos a los federales... con espuela y ropa nos recostamos en un colchón de hojas secas caídas de los árboles... eso de ser perseguido es tan duro... se sufre tanto, tanto". y así entre tantos peligros y continúas escondidas, el señor Cura y su nuevo Vicario, el padre Atilano Cruz, se trasladaron al rancho de Las Cruces, distante de Cuquío, pero alguien le aviso al presidente municipal, señor José Ayala, donde se encontraban los Sacerdotes.


El presidente municipal de Cuquío tenía enemistad con el señor cura, debido a que se había separado de su legítima esposa y llevaba vida marital con una sobrina carnal, con quien procreó dos hijos, los niños crecieron y él presidente no permitía que se les bautizara, pero un día que el señor Ayala estaba fuera del pueblo, la mamá de los niños se los llevó al templo y pidió para sus hijos el bautismo y el señor cura los bautizó, al enterarse, dijo encolerizado que el cura tendría que pagar muy caro lo que había hecho con sus hijos y contra su voluntad. El sábado 30 de julio de 1928, a la media noche, salió de Cuquío el presidente Ayala con un grupo de soldados en persecución del señor cura y el padre Cruz: poco después de las 2:00 de la madrugada llegaron a la casa donde estaban descansando y la rodearon para que nadie pudiera escapar. Luego la allanaron y golpearon con fuerza la puerta de la habitación donde dormían el señor cura Orona, su hermano José María y el padre Atilano.


El Cura, sin inmutarse, abrió la puerta y saludo a sus perseguidores diciendo ¡viva Cristo Rey! Ayala, que traía una lámpara de mano, dirigió la luz a la cara del señor cura; al reconocerlo, descargo sobre de él su pistola, haciéndolo caer herido de muerte, mientras tanto los soldados se precipitaron contra el señor José María y el Padre Atilano, que arrodillado sobre la cama, se encomendó a Dios y lo mataron también. Los tres cadáveres fueron llevados a Cuquío atravesados sobre los lomos de unos burros, como el burro que trasportaba el cuerpo del señor cura era bajito, sus manos y sus pies fueron arrastrando por el camino y llegaron muy destrozados, la huella de sangre que dejaban en la tierra era como su última bendición.


Al llegar a Cuquío, los cuerpos fueron tirados en la plaza municipal ante el llanto y la angustia de los vecinos, que, desafiando la prohibición y las amenazas, depositaron en cajas los cuerpos y los acompañaron hasta la tumba con cantos, oraciones y los gritos de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! esto provocó que muchos los encarcelaran, pero el pueblo enardecido exigió su libertad. Actualmente los restos de San Justino Orona Madrigal y San Atilano Cruz Alvarado se encuentran en el templo parroquial de Cuquío, donde son honrados y venerados por sus fieles.
     


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