lunes, 14 de febrero de 2022

Una pausa significativa en las relaciones México-España


 

Pedro Vargas Avalos

 

 

Las relaciones entre los gobiernos de España y de nuestra república mexicana, han sido muy zigzagueantes. Eso sí, los vínculos entre los pueblos de ambos países, son estrechas y por lo general expresivas, a tal grado que con generosidad que enaltece a los mexicanos, solemos denominar a esa nación europea, como la “madre patria”.



Sin embargo, los lazos que nos han caracterizado a lo largo de quinientos años no han sido miel sobre hojuelas. Si rememoramos lo que fue la conquista durante el siglo XVI, los asesinatos, los despojos, las extorsiones, el pillaje, el saqueo, los latrocinios, las arbitrariedades y todo género de injusticias, estuvieron a la orden del día, siendo invariablemente propinados por peninsulares en agravio de indígenas, así como castas y mestizos, que eran la población mayoritaria pero la más pobre e ignorante.


Luego de la sangrienta conquista y el dilatado período de coloniaje, vinieron los diez años de lucha por la independencia política, que, habiendo registrado episodios heroicos por parte de los insurgentes, tuvo una culminación peculiar: se consumó por los más terribles perseguidores de independentistas: en occidente, el ibero Pedro Celestino Negrete, quien al grito de “independencia o muerte”, proclamó en San Pedro Tlaquepaque, el 13 de junio de 1821, la añorada libertad. Unos meses después, el 27 de septiembre del mismo año, el criollo Agustín de Iturbide, tras hábiles maniobras con jefes rebeldes y políticos hispanos, la consumó en la ciudad de México, donde entró al frente del ejército trigarante.  Pero la tozuda España no reconoció esa consumación, y así perseveró hasta el 26 de diciembre de 1836, cuando se rubricó el “Tratado Definitivo de Paz y Amistad entre México y España”. Con ese convenio finalizó esta etapa en la cual podemos decir que hubo una especie de relación congelada.





El primer embajador, con el título de “Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de México”, fue el abogado y escritor veracruzano Miguel de Santamaría, fungiendo como Presidente de la República, el Gral. Miguel Barragán, potosino que al morir (uno de marzo de 1836) ordenó que su corazón reposara en la catedral de Guadalajara, donde aún descansa.


Con vacíos enormes, continuaron las relaciones méxico-ibéricas, hasta que llegó a Madrid -en 25 de mayo de 1874- el prócer jalisciense, Gral. Ramón Corona, designado (con igual título que Santa María) por el mandatario Sebastián Lerdo de Tejada, con el fin de alejarlo de la nación, pues políticamente Corona era un juarista de intrepidez reconocida, y por tanto de recelo.


Cuando no había embajador, ejercía funciones un Encargado de Negocios; así aconteció en el gobierno del Apóstol de la Democracia, Francisco I. Madero: el vate Amado Nervo representó a México en 1912. Decimos que éste poeta es jalisciense porque nació en Tepic, pero cuando esta ciudad pertenecía a Jalisco, en 1870, razón por la que él mismo se autodefinía como jalisciense. Repitió Nervo en el puesto, de 1916 a 1917, bajo el régimen de Venustiano Carranza.





Caído el presidente Carranza, en 1921 y hasta 1924, fue Encargado de Negocios el destacado escritor Alfonso Reyes, hijo de nuestro paisano el tapatío Gral. Bernardo Reyes. Luego, bajo el primer mandatario Plutarco Elías Calles, se nombró embajador al eximio bardo Enrique González Martínez, paisano nuestro quien se encargó de las relaciones hasta 1931. Entonces cayó la monarquía y se erigió la República. Esta enfrentó la rebelión franquista, que desató la guerra civil española en 1936, con la que México simpatizó y apoyó con recursos de todo tipo. Sin embargo, a la derrota de la Segunda República Española, el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas (que abrió nuestra nación para que vinieran los peninsulares) suprimió la Embajada en Madrid el 1 de enero de 1940, en solidaridad con los vencidos.


Fue esta nueva fase, una noche amarga para los pueblos de los dos países, hasta el final del franquismo. Desaparecido el dictador Francisco Franco (1975), el 28 de marzo de 1977, durante el gobierno del presidente José López Portillo (a quien el Congreso de Jalisco declaró ciudadano jalisciense, en razón a que sus ascendientes fueron de estas tierras y dos de ellos, se desempeñaron como gobernador del Estado), México y España restablecieron sus relaciones diplomáticas: el 1 de julio fue reabierta la misión mexicana en Madrid, siendo el nuevo embajador el expresidente Gustavo Díaz Ordaz, el de la matanza de Tlatelolco (quien de niño vivió y estudió en la escuela de Ahualulco de Mercado, en cuya memoria se llamó a su  delegación municipal El Carmen, como “de Díaz Ordaz”). El recuerdo de la fatal carnicería del 2 de octubre de 1968, provocó la dimisión del exmandatario (2 agosto de 1977) a unas semanas de su nombramiento.


De aquel distante año hasta la fecha se ha registrado continuidad en las relaciones mexicano-españolas. Entre los embajadores que han desfilado, anotamos a los jaliscienses Rodolfo González Guevara (1983-1987) quien aun cuando es oriundo de Mazatlán, su familia es de Jalisco (los Guevara) y él realizó sus estudios en Guadalajara, por lo cual se hizo decir que era tapatío. De 2001 a 2007, fue embajador el jurista guadalajarense Gabriel Jiménez Remus, de filiación panista. Lo mismo se puede decir del Lic. Francisco Javier Ramírez Acuña, que ocupó la embajada madrileña de 2012 a 2013. Ya en la administración de Andrés Manuel López Obrador, en 2020, se nombró embajadora a María Carmen Oñate Muñoz, y hace cuatro meses, designó el presidente morenista, al tricolor exgobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz Coppel, de quien se asegura que apenas se extendió el plácet (aquiescencia) por España.


Pero resulta que la semana pasada, en una mañanera, el presidente López Obrador pidió imponer una pausa en las relaciones entre México y el reino español. Para AMLO, las grandes empresas hispanas (Iberdrola, Repsol, OHL, Abengoa, Etc.) que llegaron a partir de Vicente Fox, crecieron con Calderón y prosiguieron su actividad con Peña Nieto, se comportaron como si fueran “dueños de México”, es decir, que veían a la nación azteca como tierra de conquista. Además, no contentos con esa manera de hacer negocios abusivos, en vez de realizarlos con capital extranjero, lo hacían con dinero de la banca de desarrollo mexicana. O de instituciones nobles, como el caso de Pensiones de Jalisco y su desventura con Abengoa, la empresa que impunemente la estafó, desde luego, con la connivencia de pérfidos funcionarios estatales.


Y su contubernio con políticos de los gobiernos de esa etapa neoliberal, llegó al grado de tomar medidas económicas para salvar empresas como la de Astilleros de Vigo, a la cual se le rescató de su virtual quiebra comprándole acciones, e irresponsablemente, formularle pedidos de buques que no necesitaba PEMEX. Al respecto López Obrador dijo: “Era un contubernio arriba, una promiscuidad económica y política en la cúpula de los gobiernos de México y España (...) México llevaba la peor parte, nos saqueaban”. Por ello, concluyó, “Vale más darnos un tiempo, una pausa”.


Ante esa declaración del mandamás tabasqueño, el canciller ibérico José Manuel Albares, dijo que no entendía el alcance de la palabra “pausa”, por lo que entabló diálogo con Marcelo Ebrard, su contraparte mexicana. Empero, remarcó que respaldaba a sus empresas, dando a entender que estas no eran tramposas ni explotadoras.


AMLO volvió a tocar el tema y expresó: "Sí queremos tener relaciones con los gobiernos de todo el mundo, pero no queremos que nos roben". Y enfatizó: empresas como Iberdrola y Repsol abusaron “de nuestro país y de nuestro pueblo”. (Mañanera, 10 febrero). Por lo tanto, no hay ruptura en las relaciones de ambos países, mucho menos con los fuertes lazos que nos unen a los dos pueblos. Pero eso sí, debe entenderse que “ya no es el tiempo en que venían y no hacían ningún trámite, se le ponían los funcionarios públicos de tapete, ya no es así, ya no se acepta la corrupción”. En consecuencia, “vamos a serenar la relación, que ya no se esté pensando que se va a saquear a México impunemente".


Con lo antedicho, debe terminarse esta especie de affaire mexicano-hispano. Ciertamente, se deben aceptar y son bienvenidos, los empresarios que hacen negocios limpios y que buscan obtener utilidades justas; pero jamás se deben admitir a los que perpetran negocios sucios, que vienen a actuar con soberbia y como buitres, se guían por un abominable ánimo depredador.

 



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