jueves, 3 de noviembre de 2016

Mártires Cristeros; San Rodrigo Aguilar Alemán

Noé Guadalupe Rodríguez




San Rodrigo Aguilar Alemán: el evangelio nos enseña que ser discípulo de Jesús es seguirlo, aunque en determinados momentos de la vida ese seguimiento nos exija cargar con la cruz, porque Jesús vino a enseñarnos con su vida lo que es el amor y la entrega a los demás borrando cualquier tipo de egoísmo, Jesús es más que un modelo de vida para aquellos que han tenido un encontró real, vivo con él, su seguimiento esta fundamentados en los valores  de una verdadera vida de entrega, no importa que este sea una muerte, incluso una muerte en la cruz, por defender aquello que nos alimenta el alma.



Entre los mártires mexicanos canonizados se distingue por ser auténtico discípulo de Jesús el señor cura Rodrigo Aguilar, él nació el 13 de marzo de 1875 en Sayula Jalisco, siendo hijo de Buenaventura Aguilar y de Petra Alemán. 


A los 16 años ingreso al seminario auxiliar de Zapotlán el Grande, Jalisco, (Ciudad Guzmán), en donde siempre fue un alumno disciplinado, cumplido y ejemplar, y se distinguió por su destacado aprovechamiento intelectual. Cultivo la prosa y la poesía con gran talento literario, sus escritos eran publicados en los periódicos de Ciudad Guzmán, tenía como tema `principal la religión, la cultura cristiana y los acontecimientos de la parroquia.


Recibio el orden sacerdotal el 4 de enero de 1905 en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Guadalajara, y comenzó su labor pastoral donde su amor por la santa Eucaristía, su devoción a la santísima Virgen María y su recogimiento en el rezo diario del oficio divino, animado por su ferviente deseo por la evangelización y además su preocupación por la formación y fomento de círculos de estudio, fiel administrador de los sacramentos a sanos a enfermos, hicieron que los diferentes lugares donde desempeño su labor, tratando de construir el evangelio en el día a día dando testimonio de vida acercando a sus discípulos al amor fraterno del Padre Celestial haciéndoles presente un pequeña parte del reino de Dios. 


Su primer destino fue San Pedro Analco en Jalisco, vicaría La Yesca, Nayen donde se dedicó a administrar los sacramentos Huicholes, posteriormente fue trasladado como vicario en Lagos de Moreno, Atotonilco el Alto, Cocula, Sayula y Zapotiltic siempre en el estado de Jalisco. En 1923, con la muerte del Señor Cura, recibió el nombramiento de párroco interno de Zapotiltic, más tarde realizo un viaje a Tierra Santa y con sus impresiones y vivencias escribió el libro titulado “Mi viaje a Jerusalén”. A su regreso fue nombrado párroco interno de Unión de Tula, a partir del 20 de marzo de 1925. El 20 de enero de 1927 tuvo que Salir huyendo de dicha comunidad, porque una semana antes habían ido aprehenderlo por ser sacerdote y no negar los sacramento según la Leyes del presidente Calles. Se fue a un racho cercano, donde pasó la noche bajo techo; pero la misma persona que le dio asilo lo denunció, por lo que, al darse cuenta de lo sucedido, emprendió el camino a Ejutla, llegando dicha población un 26 de enero.


En este lugar estuvo en el Colegio de San Ignacio en calidad de refugiado y con valor cristiano administraba los sacramentos en los corredores del Colegio celebraba la misa siempre que podía y rezaba su oficio y el rosario. Asimismo, recibía a sus feligreses de Unión de Tula atendiéndolos en sus necesidades espirituales. El 27 de octubre de 1927 el padre Rodrigo se encontraba en el convento de las madres adoratrices, donde fungía como sinodal en el examen de latín que presentaba el seminarista José Garibay. En estos momentos llegaron a Ejutla un batallón de las fuerzas federales, comandadas por el general Juan Izaguirre y otro agrarista dirigido por Donato Aréchiga, los habitantes del poblado, dejando casas y posesiones, huyeron en gran número a las montañas para refugiarse en barranca y cuevas.


Un grupo de federales fue directamente al convento de las adoratrices, cuya superiora estaba gravemente enferma. Además del señor cura Rodrigo estaban dentro otros dos sacerdotes un profesor seglar del seminario y algunos seminaristas. Al darse cuenta de la llegada de los federales todos huyeron por la puerta de campo del convento y brincando al potrero lograron escapar. Como a las cinco de la tarde cuando lo condujeron al seminario y lo dejaron en el pasillo con varios centinelas. Algunos testigos presenciales vieron el gran gozo que manifestaban ante la cercanía del martirio. Al llegar a la plaza central del pueblo se detuvieron bajo un grueso y alto árbol de mango. En una rama fuerte hicieron los soldados una lazada con la cuerda el Señor cura tomó en su mano la soga con la que lo iban a colgar, la bendijo, perdono a todos y regalo su rosario a uno de ellos. 


Luego de colocarle en el cuello la soga, uno de los militares, le pidió que gritara ¡Viva el supremo gobierno! Grítalo y te perdono la vida, le pregunto de manera altanera ¿Quién vive? A lo que el señor cura contesto con voz firme ¡Cristo rey y santa María de Guadalupe! Tiraron de la soga y el sacerdote quedó en el aire, se le bajó y de nuevo se le hizo la misma pregunta, sin vacilar, respondió por segunda vez: ¡Cristo Rey y santa María de Guadalupe! Se le subió y bajó de nuevo. Por tercera vez se le preguntó: ¿Quién vive? Esta vez arrastrando la lengua y con menos fuerza respondió ya agonizante ¡Cristo Rey y santa María de Guadalupe! Fue suspendido nuevamente del suelo y su alma volvió al creador al recibir la palma del martirio. El cuerpo amaneció colgado del árbol de la plaza central.


El pueblo había quedado casi vacío, pues el general Izaguirre había amenazado con incendiarlo por ser refugio de cristeros. Los soldados se dedicaron al saqueo; del convento se llevaron los ornamentos, la custodia y los vasos sagrados, además de imágenes sagradas que luego quemaron. Cinco años después se exhumaron los restos del señor cura y se depositaron en un crucero del templo parroquial de Unión de Tula, donde se veneran desde entonces.   

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