lunes, 29 de enero de 2018

Adiós, Nicanor



Adiós, Nicanor
(1914-2018)




¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.
Nicanor Parra



En cincuenta años, me ha tocado saber de tres casos de escritores que, longevos, han vivido todo un siglo. Ernst Jünger, el narrador y filósofo alemán (1895-1998), el poeta del movimiento estridentista Germán List Arzubide (1898-1998) —a quien conocí personalmente dos años antes de su muerte en el Hospicio Cabañas, y sabemos fue protagonista de la Revolución mexicana—, y el poeta chileno Nicanor Parra (1914), a quien vimos con enorme emoción en Guadalajara en 1991, año en que recibió el Premio FIL.

Los tres lograron, cada uno a su modo, una obra perdurable y, también, influyeron en varias generaciones de escritores y artistas que hasta la fecha viven con esa deuda que, como todas las grandes cosas recibidas, no se puede pagar.

Casos excepcionales de larga vida, si recordamos que Arthur Rimbaud y Raymond Radiguet, autores franceses, apenas vivieron un puñado de años (ambos no sobrepasaron los treinta de edad), los justos para hacer una obra que les diera la inmortalidad.

Los casos de Jünger, List Arzubide y Parra lo son porque a lo largo de una centena permanecieron activos escribiendo y viajando. Escribiendo y conversando. Escribiendo y mostrándonos que la vida, como la poesía y la escritura, es un triunfo del tesón, de la resistencia y el esfuerzo cotidiano que a ellos les permitió la lucidez, no sé si la alegría. Un triunfo no del arte de vivir cien años, vivir cien años es, de algún modo, ¿contra natura? Es decir, la obra de un autor podría sobrevivir a su propio creador, sin embargo en los casos anotados tuvieron el privilegio de estar lado-lado sus obras y sus vidas.

Nicanor Parra, por cierto, fue el hijo mayor de una familia de artistas, muy equiparable con la historia de los Revueltas mexicanos, donde cada miembro hizo una obra y tiene una biografía ligada a la historia de sus países y su tiempo.


POESÍA Y VIDA

La vida literaria de Nicanor Parra (1914-2018) comenzó en 1937, con el libro Cancionero sin nombre, donde abría una nueva posibilidad de lenguaje muy particular que, luego, con Antipoemas, aparecido en 1960, dio un giro total a toda la visión de la poesía latinoamericana y, también, de su propia voz. Una ácida y crítica voz que fue bandera a lo largo de las décadas de los sesenta y hasta finales de los setenta.

Parra fue un bastión de una rebeldía que colocó a nuestra poesía en un lugar preponderante y muy alto. Su fuerza es un viento fuerte y una caricia de ternura a la vez, pues al fondo de su claridosa presencia, su temible palabra, su furibundo enojo en contra del imperialismo, hay un enorme amor por su patria y la lengua castiza de nuestros pueblos. Su aparente ideología, en el fondo no lo es: es más bien el dolor el que canta a través de Parra. Hay un dolor profundo y es el medio para recoger las manifestaciones de la gente, sus cansancios y los enojos por una situación histórica de menosprecios hacia la raza.

Es Parra, entonces, el medio de construcción de un corpus crítico y es quizás por eso que tuvo que inventar una nueva forma de decir las cosas, y a la vez una manera de declarar una guerra tenaz en contra de quienes por siglos han oprimido a los pueblos latinoamericanos. Su palabra es el filo de los machetes. Su lenguaje es el cuchillo. Sus versos son la tristeza, el reclamo, el rencor y, es claro, también son sus poemas la alegría y la vida de la gente que él amó y ama, aquellos sus iguales. De allí que en una forma directa dice sus cantos el bardo chileno, para que se logre entender por una mayoría, ya que Parra no es un poeta elitista y culterano, pese a su ecuménica presencia. Los poemas de Nicanor son para el pueblo. Los versos y canciones no han querido parecerse a la poesía de la gente bien, sino que son el eco de las voces de aquellos que en carne propia han sufrido, que cantan y lloran…

LA EXPERIENCIA, LA VOZ Y LA POSTURA

En el 2011 fue declarado Premio Miguel de Cervantes, que se entregó al año siguiente, pero que Nicanor Parra se negó ir a recibir, no por su edad, sino quizás porque como dijo al diario El País: “Nunca fui el autor de nada porque siempre he pescado cosas que andaban en el aire”.

Cuando fue designado merecedor de dicho galardón, comentó Patricio Fernández, director del semanario chileno The Clinic, quien estuvo con Parra en esa fecha, que Nicanor en “todo el día no se refirió al Cervantes”.

Lo que nos ofrece una visión de la persona y el poeta Nicanor Parra, y es esa que ha mantenido toda su vida, la de ser un hombre lleno de humildad y con la clara visión de que ha sido un medio, un escucha, un atento trascriptor de lo oído por los caminos de los pueblos, las ciudades y las cumbres andinas.

La experiencia vital de Parra durante todo su siglo de vida, ha corrido muy de cerca de la historia de su patria, de los pueblos chilenos, de Latinoamérica y del mundo. Es un testigo lúcido de la vida feliz y la barbarie política de nuestro continente y del orbe. Su voz surge de la vida cotidiana, de la gente y su postura política e intelectual de una conciencia entera y dueña de un conocimiento total.


Parra es una postura clara de un pensamiento latinoamericano que durante varias décadas fue una forma de mirarnos y mirar, de ver al otro como hermano. Hoy, perdida esa forma de aprecio por nuestras culturas, durante al menos treinta años fue sueño de muchos ver a una América subcontinental libre y en pie de lucha. En la actualidad ya no existe esa visión. Ahora el otro, el semejante, el hermano ya no existe, porque el egoísmo es lo que prevalece. Pero Nicanor fue —y es— un libro vivo que nos recuerda quiénes somos y su obra, lo que quisimos ser y ya casi lo hemos olvidado: una hermandad a la espera del cambio social y humano…

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