lunes, 30 de julio de 2018

Prejuicio y “modernidad”






Los conjurados



Ricardo Sigala


Uno de nuestros más claros prejuicios consiste en suponer que la humanidad mejora a medida que pasa el tiempo. Que las sociedades son necesariamente superiores a las que las antecederieron. Que los avances tecnológicos son siempre equivalentes a progreso. Que nuestro sistema político-económico y social está en la cumbre de los desarrollos de convivencia. En pocas palabras que somos el hito de la civilización.

            No es para nada extraño que tengamos esos pensamientos, y que además los tengamos por certezas irrefutables. Los hombres de la Edad Media también lo creían, A pesar de que a ellos les habían antecedido civilizaciones tan desarrolladas como la griega, la romana y la helenística, además de la egipcia y la mesopotámica.

            Pero no siempre ha sucedido así, tras el Renacimiento surgió la Ilustración, que hizo un análisis acucioso de su época y la comparó con las del pasado y, sobre todo, la proyectó hacia el futuro. La Ilustración se convirtió en un movimiento intelectual, humanista y científico que daría lugar a muchos de los rasgos de lo que llamamos modernidad: el desarrollo de las ciencias, la revolución industrial, el Estado laico, las constituciones liberales, los derechos humanos, las revoluciones sociales, el boom de la tecnología, sólo por mencionar algunos. Sin duda nosotros somos evidentes herederos de la Ilustración, sin embargo, a diferencia de ellos nosotros sí solemos creer que somos el clímax del desarrollo humano. Y lo pensamos porque no forma parte de nuestros usos cotidianos el conocer el pasado, vivimos como los medievales con la certeza optimista de que prácticamente el mundo comenzó con nosotros, que no le debemos nada al pasado. Y otro pecado que cometemos consiste en pensar que el progreso de la humanidad depende exclusivamente del desarrollo tecnológico y económico, dejando de lado el desarrollo en términos intelectuales y morales.

La Ilustración, como clara heredera del Renacimiento, se planteó los problemas de la humanidad como un todo complejo en el que el pensamiento racional, la ciencia, las humanidades, la filosofía y las artes trabajan en conjunto para su solución. Hoy por hoy quienes gobiernan el mundo y su grey de seguidores deprecian no sólo las humanidades y las artes, sino la ética y la moral, como si fuera cosa de retrógrados. 

Hace cuatro siglos, escribe Steven Pinker en su libro Atrévete a saber, “La sensibilidad humanista impelió a los pensadores ilustrados a condenar no solo la violencia religiosa, sino también las crueldades seculares de su época, incluidas la esclavitud, el despotismo, las ejecuciones por delitos poco serios como el robo en tiendas (…), y los castigos sádicos tales como la flagelación, la amputación, el empalamiento, el destripamiento, el despedazamiento en la rueda y la quema en la hoguera. La Ilustración se designa a veces como la «revolución humanitaria», toda vez que condujo a la abolición de las prácticas bárbaras que habían sido moneda de uso corriente en las distintas civilizaciones durante milenios.”

Sin embargo, en nuestros días no sólo florecen algunas de esas viejas prácticas que creíamos erradicadas, sino que las consideramos como parta de nuestra naturaleza. Somos cotidianos testigos de violencia religiosa, sexual, de género, laboral, asistimos a variantes modernas de la esclavitud, el despotismo campea en los gobiernos nacionales y locales así como en las empresas e instituciones, la impunidad clasista, la corrupción como medio de superación y ascenso social, la ley de la selva con los ajustes de cuentas, los tableados, los secuestros, las ejecuciones, en fin la “justicia” ejercida fuera la ley  y la destrucción de la naturaleza, cobran carta de naturalización en nuestra vida cotidiana, y pocos reaccionan ante esto.

El principal error de nuestro tiempo ha sido ignorar que “el progreso no guiado por el humanismo no es progreso”, de nada nos sirven los teléfonos inteligentes y el internet y las tecnologías del aprendizaje, ni los autos que se conducen solos si en los otros ámbitos de nuestra vida estamos viviendo en la barbarie, aceptando esas prácticas bárbaras como moneda de uso corriente.


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