jueves, 6 de abril de 2017

Rescate Suicida

ENHART







José Luis Vivar


En una entrevista con el escritor y periodista Plinuo Apuleyo, el Nobel Gabriel García Márquez aseguraba que los rusos son seres muy sentimentales, lo cual, para quienes crecimos con los clichés de Hollywood, no creíamos que pudiera ser verídico dado, que, en la pantalla, los moscovitas eran siempre presentados como seres despiadados, vengativos y fríos, sin rasgos empáticos. La visión de los estadounidenses y sus aliados pronto contagió con estos prejuicios a la cinematografía de otros países –incluido México-, y se volvió algo común ver a los rusos no solo como enemigos potenciales del sistema democrático y capitalista, sino como personas equivalentes a un témpano de hielo.

Por fortuna, después de la caída del Muro de Berlín y de la disolución de las repúblicas que integraban la ex URSS, Rusia tumbó la cortina de hierro y se abrió al mundo para mostrarse como un país que no tenía solo defectos sino también virtudes, y que entre sus vastísima expresión cultural estaba la tradición cinematográfica que conocíamos a través de grandes directores como Kuleshov, Vértov, Eisenstein, Tasrkovski, por citar solo unos cuantos, y que continuaba vigente con otras generaciones, cuya temáticas eran atractivas como cualquiera de los títulos que se ofertan en la cartelera estadounidense. Esto significaba que no solo se inclinaban por el llamado Cine de Arte, sino por el más comercial de los cines.

Rescate Suicida (Nicolay Levedeb, 2016) es una cinta de acción, aunque a diferencia de lo que estamos acostumbrados a ver, lo que la hace diferente es por la enorme carga dramática con que se desarrolla. Su planteamiento es interesante porque presenta dos pilotos que son antagonistas.

El primero es Alexey, es un joven impetuoso, rebelde, todo el tiempo está contra las reglas, tiene problemas con la autoridad, y ese le cuesta que lo hayan echado del ejército. Al principio de la película parece un chico apocad, incluso gris, pero en cuestión de minutos descubrimos que es un distractor. Además de llevar en su avión unos contenedores y juguetes para unos damnificados, un militar insiste en llevar dos vehículos, esto trae consecuencias cuando en mitad del vuelo enfrentan una tormenta. El piloto les hace ver que llevan sobre peso y que es necesario deshacer de una parte de la carga.

La orden del militar es tajante: tirar los contenedores, sin importarle su contenido. Obligado por las circunstancias, Alexey deja los controles y va a la parte trasera de la nave, y sí, tira lo que para él no tiene sentido llevar: los vehículos del militar.

Este simple acto ilustra la personalidad del joven, quien a toda costa argumenta su decisión. Pero por noble que fueron sus intenciones no sirve de nada y le cuesta el empleo.

Del otro lado está Lenoid, un piloto de la vieja escuela soviética: disciplinado, enérgico, incapaz de aceptar errores, y por encima de todo un fiel a las instituciones. Además, casado con una mujer que se desvive por atenderlo, para ella no hay nadie más que su marido, y por último Valera, su hijo. Un adolescente que es su dolor de cabeza: holgazán, desobligado, mal estudiante, y al cual le sobran habilidades físicas. El problema para Leonid es que cuando le consigue una maestra de inglés, esposa de un colega suyo, y el buen Valera termina seduciéndola ¡en su habitación!

Cuando Alexey recurre a su padre -un viejo piloto jubilado y además amargado por el nuevo sistema político-, éste le reprocha su comportamiento rebelde, sin embargo, acaba por ayudarla a que le hagan una prueba en una aerolínea, donde debe enfrentar al cascarrabias de Leonid.

Alexandra es el puente entre ambos. Ella es una joven piloto que hace vuelos simultáneos y que por cosas del mismo destino se convierte en la pareja de Alexey. Aunque no todo es fácil, y este romance atravesará problemas, sobre todo por cuestiones de género, lo que provoca una fractura en su relación.

Pero la explosión de un volcán en una isla cercana, donde quedan atrapados obreros y pasajeros de otros vuelos, hace que ellos y Leonid vean que la realidad en nada se parece a lo que se vive en un simulador de vuelo.

El rescate de esas personas en dos aviones genera una alta dosis de adrenalina en el espectador, no sólo por los buenos efectos especiales, sino porque las decisiones que deben tomar los personajes en momentos cruciales, y en donde cualquiera puede ser la próxima víctima de ese desastre.

Considerada una de las películas más taquilleras de Rusia el año pasado, Rescate Suicida da la razón a Gabriel García Márquez: los rusos son tan sentimentales como cualquier persona. No son de hielo; llorar no es exclusivo de las mujeres. Finalmente, son solo gente como cualquiera de nosotros.




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