viernes, 5 de mayo de 2017

No del todo desvanecidas




Si encuentras algo de gratitud en tu vida podrás disfrutar de lo simple…
Jeannette Núñez Catalán





La poeta y narradora chilena Jeannette Núñez Catalán, no hace mucho me confió una novela inédita para que yo escribiera un prólogo; de la lectura de sus Desvanecidas nació una bella amistad que a lo largo del tiempo ha madurado; de la lectura surgió el siguiente ensayo que entrego a los lectores.

* * *

Nos hemos conformado con escuchar, en las propias voces femeninas, historias contadas desde un punto de vista masculino, es decir, las narradoras han tenido que describir sus experiencias —o las historias de las otras mujeres— con ese toque rudo que exigen los varones para ser tomadas en cuenta en la nómina de las “mejores voces”; o bien la mujer misma ha tenido que convertirse en “feminista”, y de ese modo tener un espacio en las letras hispanoamericanas para lograr revelar en letras las experiencias vitales que corresponden al ser femenino —so pena de ser criticadas de dulces o cursis. Ello ha impedido entonces que logremos, como lectores, descubrir a fondo el pensamiento de la mujer y nuestras literaturas han logrado borrar, en muchos casos, la voz femenina y abierto solamente la posibilidad de escuchar solamente aquellas narraciones “fuertes”, como si no fuera importante saber lo que ellas son y su modo particular de ver el mundo.

    Rosario Ferrer nos ha dicho en un escrito que “a lo largo del tiempo, las mujeres narradoras han escrito por múltiples razones” y logra una pequeña lista: Emily Brontë “escribió para demostrar la naturaleza revolucionaria de la pasión”; Virginia Woolf “para exorcizar su terror a la locura y a la muerte”; Joan Didion “escribe para descubrir lo que piensa y cómo piensa”; Clarisse Lispector “descubre en su escritura una razón para amar y ser amada”.

La propia Ferrer afirma que para ella “escribir es una voluntad a la vez constructiva y destructiva; una posibilidad de crecimiento y de cambio. Escribo para edificarme palabra a palabra; para disipar mi terror a la inexistencia, como rostro humano que había…”.

No obstante, con frecuencia la legítima voz femenina sigue sin llegar a nuestros oídos de manera diáfana, legítima y, sobre todo, desde el fondo: colmada de delicadezas y confesiones que sean en verdad propias y nos enseñen de manera real lo que cualquier mujer es sin tapujos ni banderas de ningún tipo, solamente descritas como en la vida real las encontramos y no ficticias o construidas desde y para la literatura.

Ya recordamos la historia de Amandine Aurore Lucile Dupin, quien tuvo que desdoblarse en George Sand, para lograr ser aceptada en la sociedad parisina y disfrazarse de hombre para lograr caminar libremente por la ciudad después de su divorcio y para poder tener acceso a espacios donde nuca hubiera sido aceptada por su condición de mujer. Esa práctica sigue manteniendo su actualidad, pues muchas de las mejores narradoras han tenido, si no vestirse de varones, sí mostrarse tan “fuertes” y “rudas” como ellos para tener cabida no solamente entre la sociedad masculina de escritores, sino incluso entre los lectores que aceptan solamente a las mujeres que hablan en tonos impostados y narran historias como si fueran hombres.

No es el caso, por fortuna, de la poeta y narradora Jeannette Núñez Catalán, quien ha asumido con valor su posición, condición y delicadeza femenina para contar la historia de Celia (y de otras mujeres) en Desvanecidas, que resulta una toma de conciencia su lectura, y nos pone en situación ejemplar su capacidad narrativa para no únicamente descubrirnos por enésima vez a la mujer (de Chile, de Europa o de México), sino a esa de nombre Celia que conforme uno va conociendo su vida, se reconoce uno en ella no como mujer, es claro en mi caso, pero sí como persona que ha sido formada por seres femeninos y no ha encontrado los hilos de sus historias.  Después de leer la novela se vuelve imperiosa la necesidad de reencontrase con ellas y, en todo caso —y por inevitable lo digo— el querer de nuevo indagar en nuestra parte femenina que la hay y se nos ha olvidado para emplearla en nuestro provecho y fortaleza en cada acción masculina que realizamos.

Desvanecidas, es una novela que nos toca, nos dobla, nos conmueve y ennoblece el corazón, pues logra con enorme efectividad narrativa hacer que no solamente Celia (la protagonista, y quizás el alter ego de Jeannette Núñez Catalán), si no todas las mujeres se levantan y se nos aparecen —después de la lectura— en cada calle de la ciudad. Se tornan reales, porque lo son. Pierden su desvanecimiento en nosotros ya que —dolorosa— la realidad se vuelve más real aun cuando el empañamiento histórico nos ha cegado y porque vuelven a tener nombres esas mujeres vitales por ciertas.

A veces creo mirar a Celia en los caminos: habla, se mueve, ríe —quizás algunas veces llora, no lo puedo afirmar…

* * *

Desde ahora yo creo conocer en persona a Jeannette Núñez Catalán, pues —explico—: nuestra amistad se debe al azar y a las certezas, a las distancias y al rigor de la sinceridad descrita con fidelidad a través de las redes sociales (que algo tienen de bueno): yo vivo en Tonalá, y ella en Valparaíso (Chile); desde ese lugar del mundo me envía cotidianamente sus poemas, sus breves relatos y desde allá me gané su confianza para, en seguida, tener en mis manos su novela, donde la he visto —la veo— lo mismo que a su abuela, su madre, a su hija y todas las mujeres “relacionadas pero seres individuales…ya sin culpas, ya libres”. Es una gran expiación Desvanecidas, todo se debe a la sinceridad de Jeannette Núñez Catalán, quien es poeta y narradora sin par y una poeta y lectora. Lo hace bien en cualquier género.

Jeannette Núñez Catalán es escritura, es poesía porque para ella escribir “es reencontrase con los mundos, sanar el alma” —como ella lo ha dicho.


La escritura hace a Jeannette no del todo desvanecida —lo mismo les ocurre a las mujeres en su novela—, si no cierta, real, estimulante.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Popular Posts