jueves, 15 de diciembre de 2016

La navidad perdida

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José Luis Vivar


En el mes de diciembre la proliferación de películas relacionadas con el tema de la Navidad es abundante. De ahí que algunas sean vistas con especial cariño, porque, esta temporada es un remanso para la sociedad: celebrar el nacimiento de Jesús brinda una esperanza de que vendrán tiempo mejores, sobre todo en algunos estados de nuestro país donde la violencia es lo que se vive cada días.

Pero así como hay buenas historias también abundan las que no son más que un pretexto mercantilista para promover el consumismo (llámese en estos tiempos regalos), o la cursilería elevada a la décima potencia. Es decir, la Navidad es en sí mismo un género más, y por ello es la comercialización obliga a ofrecer cada temporada invernal varias cintas alusivas, ¡ojo!, no al espíritu del cristianismo y lo que representa, sino más bien al modo de vida estadounidense: Santa Claus, reuniones familiares, y moralinas edulcoradas.

Entre lo más reciente de las producciones navideñas se encuentra precisamente La Navidad Perdida (Lost Christmas, John Hay, 2011), de manufactura británica y cuyo estreno a las salas cinematográficas de nuestro país nunca llegó a estrenarse. La razón es sencilla, se trata de una producción menor y con un cuadro actoral modesto. Sin embargo, la historia es interesante y dista mucho de ser la típica película navideña.

En Manchester, Richard (Larry Mills), es un niño de escasos diez años que despierta en Navidad y corre a la sala para darse cuenta que sus padres le han obsequiado un cachorrito. Sus progenitores y su abuela -una pobre mujer con síntomas de Alzheimer-, se divierten al ver la reacción del pequeño. Entusiasmado con la propuesta que le hace su padre de salir a pasear con la nueva mascota, se apresura a cambiarse.

Pero oh sorpresa, papá tiene una llamada de emergencia y debe ir a cumplir con su deber. El coraje y la frustración se apoderan del pequeño, quien en un acto de rebeldía le esconde las llaves del vehículo a su desesperado padre, que antes de darse por vencido le pide a su esposa que lo lleve a donde lo han citado.

Este simple acontecimiento propicia que ambos pierdan la vida en un accidente de tráfico. A partir de ese momento la vida del pequeño Richard cambia en un año: vive con su abuela y su perro, y las novedades son que le apodan Goose (ganso), y es un raterillo, cuya mercancía vende a un tipo llamado Frank (Jasson Fleming), auténtico perdedor y alcohólico.

Lo que viene a interrumpir esta rutina de altibajos, pues no todos los días Goose consigue un botín atractivo, es la inesperada aparición de un sujeto misterioso llamado Anthony (Eddie Lizard), a quien le disgusta la nieve y tiene un don que causa asombro: con solo tocar la mano de una persona adivina quién es y cuál es la pérdida más grande que ha tenido.

En una de sus visitas a la casa de Frank, el pequeño Goose pierde a su perro y de esa forma conoce a Anthony, y éste a su vez conocerá al bribón de Frank. La relación entre estos tres personajes trae consigo una serie de acontecimientos dramáticos, pues lo que más lamenta el niño es la desaparición de su mascota y de su socio, una primera edición El Príncipe Feliz, de Oscar Wilde, cuyo valor está por arriba de los 40 mil dólares.

Para el pequeño Goose el reto es devolver una pulsera que robó a una anciana hindú, y de esta forma recuperar a su perro. Para Frank, hallar el libro significará un encuentro con su esposa e hija que abandonó tiempo atrás. Esto a simple vista parece fácil, pero no, no lo es.

La relación de los objetos perdidos con personas que a su vez han tenido también pérdidas, no de cosas materiales sino de seres que amaban hacen de esta película una historia inteligente donde no hay cabida para el sentimentalismo sino para el si hubiera. A pesar de su corta edad, Goose es un chico que sufre por lo que su arrebato de ira provocaría en el futuro. Aquí queda claro cómo un simple acontecimiento puede cambiar todo, y lo peor en un instante.

Pero como en el fondo se trata de la Navidad, el gesto de Anthony es conmovedor, con tal de la que vida fluya en una corriente de armonía, y los errores queden como parte de la condición humana de que están hechos todos los personajes quienes han tenido y sufrido una pérdida.

Sin proponérselo el director John Hay y David Logan, presentan una historia que brinda un homenaje a Charles Dickens, debido a que el planteamiento y el desenlace de esta cinta nos remiten a Cuento de Navidad (Christmas Carol, 1843), que a su vez ha tenido infinidad de versiones teatrales y cinematográficas.

Solo que en Navidad Perdida el personaje principal no es un anciano avaro, amargado y dispuesto a destruir a quien se le ponga enfrente, sino se trata de un niño precoz, aunque su vida delincuencial está salpicada de maldad y de rencor hacia la sociedad que le quitó a su progenitores.

Entre tantas películas, algunas clásicas y otras no tanto, Navidad Perdida es una buena opción, advirtiendo al espectador que no aparece Santa Claus ni arbolitos navideños en cuya base hay montones de regalos. Es más bien una propuesta sencilla e inteligente de ver la Navidad desde otro punto de vista. De alguna forma al final queda la inquietud de saber si alguien se encontrara a Anthony podría ayudarle a recobrar eso que ha perdido, dejando en claro que las consecuencias de recuperación muchas veces no son lo que se espera.

SINOPSIS

Título original
Lost Christmas

Año
2011

Duración
90 min.

País
Reino Unido

Director
John Hay

Reparto
Eddie IzzardJason FlemyngLarry MillsBrett FancyConnie HydeSorcha Cusack

Sinopsis
Goose (Larry Mills) es un niño huérfano de 10 años que un día de Navidad, en la calles de Manchester, conoce a Anthony (Eddie Izzard), un hombre misterioso y extraño con poderes psíquicos capaz de descubrir lo que alguien ha perdido. Con la esperanza de recuperar a su perro, el chico le pide al hombre que lo ayude a hacer algo bueno sin imaginar quién es en realidad su nuevo amigo.


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