domingo, 4 de diciembre de 2016

Antonio Gamoneda, Quien canta, su mal espanta






Cuando el poeta Antonio Gamoneda (Oviedo, España, 1931), surgió del elevador al fondo de la sala de espera del hotel, pareció que atrás de su figura revoloteaban palomas. Pero en realidad de él venían los vuelos de su poesía contenida en una casi infinita nómina de títulos: Sublevación inmóvil (1960), Blues castellano (1961-1966), Edad (1947-1986), Esta luz. Poesía reunida (1947-2004), Extravío en la luz (2009) y Canción errónea (2012).




Vino, caminando firme y de manera elegante como su manera de vestir, a sentarse en los muelles sillones del lobby y las palomas se concentraron en su persona, en su tierna mirada. De su pausada y profunda voz brotó el viejo sabio que hay en él.
A pesar de su edad —ya ha cumplido ochenta y cinco años— se le mira entero y afable. Vino a Guadalajara para ofrecer un seminario (“Naturaleza de la poesía: origen, pensamiento y lenguaje”), a participar en la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar con su ponencia “Función y pensamiento poéticos en la narrativa de Julio Cortázar” y también para abrir el Salón de la Poesía en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Gamoneda es esencialmente poeta, sin embargo, también ha escrito y publicado ensayo y narrativa, una vasta obra que hemos leído, pero lo pudimos sentir de manera completa cuando respondió las preguntas.

Usted reescribe mucho su obra: ¿reescribir el poema es volver a la experiencia que lo provocó?
Mucho, mucho. Yo me reservo el derecho de reescribir indefinidamente y, claro, debe ser que no hay una conformidad, digamos, con el producto; hay otra cosa también: que yo no considero que la escritura —la poética—, sea inamovible. Yo creo que los tiempos modifican a las personas, al poeta incluido, por qué no van a modificar también al poema. Como resultado ocurre que en mis ediciones hay algunos poemas que permanecen igual, pero en buena parte van cambiando de manera sucesiva en cada edición. Por otra parte, yo pienso que el núcleo generador del chispazo poético, digámoslo así, permanece. Pero, claro, en el poema no existe sólo ese núcleo, sino que hay otras circunstancias que le acompañan al núcleo, y esas circunstancias son las que suelen modificarse más. También puede darse un cambio fuerte en lo que estoy llamando el “núcleo” del poema. Es menos frecuente, pero puede suceder: ya un vuelco, creería yo histórico, en la propia conciencia del autor y aquel chispazo que vino de una manera impensada —hace cinco años o cincuenta— ahora tiene otra luz, otras connotaciones y lleva consigo otras adherencias, y el poeta, respetando el impulso generativo del poema, trata de hacerlo actuar, viviente…

Su poesía es muy reflexiva, ¿es la experiencia de lo pensado superior a lo sentido?, ¿o sentir y pensar en usted se da a un mismo tiempo?
La poesía es un pensamiento muy particular, a tal punto que yo digo que es un pensamiento impensado, lo cual es una paradoja, pero doy a entender que no hay una conciencia reflexiva previa a la aparición de eso que estoy llamando “el núcleo poemático”, sino que hay algunos elementos que sí están en el poeta, ciertamente de una manera subyacente. Yo suelo decir: que no sé lo que digo hasta que lo veo escrito. Mejor que lo digo yo, lo decía Juan de Yepes, o sea, Juan de la Cruz, quien nos decía que “la poesía es un no saber sabiendo”, entonces me parece que no cometo demasiado disparate si yo hablo de un pensamiento impensado. Es una antinomia mucho más clara, sencilla y modesta que la de Juan de la Cruz, pero obedece a una misma manera de entender el curso generativo de la poesía, pero el poeta no lo sabe, lo sabe  cuando se lo dice el propio poema.

Su obra mantiene latente un sentido social, entonces ¿la poesía es para usted una forma de camino para expresar acontecimientos sociales también? ¿Es un canto social?
El pretexto del poema puede ser un acontecimiento social, aunque será algo que no sea propiamente el acontecimiento, será algo impensado por el poeta lo que se convierta en temática del poema. Pero el poeta es un ser humano, es un ciudadano, vive y sufre y goza de las mismas cosas, de gracias y de los mismos placeres que los demás y soporta las mismas injusticias, y sin necesidad de proponérselo ese ser humano va a escribir en la tonalidad de que se corresponde con ese sufrimiento, y puede haber incluso, ciertamente, protesta en su escritura; mas no es —como le decía— ni una reflexión previa, ni un proyecto deliberado; y si es, no suele dar buenos resultados para la poesía, porque el poeta se comporta como cualquier componente de la naturaleza: de toda la naturaleza, no sólo de la humana. Los astros dan luz, los alimentos alimentan y tienen un determinado sabor, los animales se comportan de acuerdo a su escala zoológica… el poeta tiene igual unos componentes que le distinguen —un poquillo— del resto de los seres humanos. Sólo un poquillo: no es una distinción demasiado grandiosas y ni definitivas. Tiene unas facultades que no son muy frecuentes, pero por casualidad las tiene. El poeta se comporta con la naturalidad que conviene a su especie, a su naturaleza. Los humanos hemos creado conciencia en nosotros mismos y conciencia también de la circunstancia social. Y de lo que es bueno y malo dentro de esa circunstancia. Todo eso entra en el poema, lo mismo que una luz o un gozo.

La poesía es confesional, esencialmente, ¿es también un diario íntimo?
Yo no me atrevería a decir eso… parece que debiera serlo. El ser humano es mutante: hoy tiene miedo a la muerte; mañana no tiene ese miedo a la muerte. Hoy ama a una persona y mañana la ama pero menos. O todo lo contrario. No hay una conducta ni exterior ni íntima que se ajuste a un decálogo, a una forma establecida o presentida. El poeta es, frecuentemente, un cómplice y hasta productor de la contradicción… la contradicción vive, incluso, en el poeta, quizás dolorosamente. Eso mismo también se da en el resto de las personas, claro, pero en el poeta tiene la particularidad de que luego se convierte en unas palabras con algunas virtudes especiales, o en una escritura correspondiéndose con esas palabras vitales que hace que le preguntemos más por estas cosas; pero no: la conducta del poeta es como casi todos los individuos que, no sé si para bien o para mal, somos todos contradictorios, fieles o infieles… somos todos así.

La poesía nos reconcilia, ¿lo reconcilia a usted también?
Algo hay de eso. Aunque podríamos matizarlo. La poesía es, de alguna manera, liberadora y consoladora. Si el poeta está enemistado consigo mismo, parece que a partir de ahí se reconciliase. Esa es una mecánica que la conocen muy bien los psicoanalistas y que la conoce muy bien, parece, la Iglesia católica: el llamado sacramento de la confesión es liberador. Uno dice ¡Uff!, y se libera de ella. El pueblo lo dice mejor en un refrán que dice: “Quien canta, su mal espanta”. Hay, en la exteriorización de la culpa una liberación y por tanto una reconciliación consigo mismo…

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