miércoles, 7 de diciembre de 2016

Malala, de una bala al premio Nobel



Samuel Gómez Patiño



“El 9 de octubre de 2012, los talibanes me dispararon en el lado izquierdo de la frente. También dispararon contra dos amigas mías. Ellos pensaron que las balas nos iban a silenciar, pero fracasaron. Y de ese silencio nacieron miles de voces. Nada ha cambiado en mi vida, excepto esto: la debilidad, el miedo y la desesperanza murieron para siempre. Nacieron la fuerza, el poder y el coraje” Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz en 2014. Tomado del libro Yo soy Malala, de la periodista Christina Lamb.




La semana pasada platicábamos como un líder debe estar preparado para los reflectores, ya que al estar al frente de algún grupo somos susceptibles de ser vistos en todo lo que hacemos, de cómo nos vestimos y nos comportamos; no todos están listos para ser observados y la mayoría de las veces criticados y no siempre de buena manera. Conozco líderes que hasta de su sombra se molestan porque los refleja más chaparros.

Como ya habíamos comentado, aunque algunas personas nacen con algunas cualidades para ser líderes, no significa que lo logren; en cambio, algunos otros, que pensaríamos que difícilmente puedan dirigir algún grupo, de pronto las circunstancias los pone al frente de la organización para guiarla a buen recaudo.

Cuando me entere de la niña a la que en el 2014 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, siendo la más joven galardonada y además una mujer, empezó a interesarme su historia. Malala, la niña que empezó un blog a sus 11 años para escribir sobre la vida bajo el poder de los talibanes y la lucha de su familia por la educación de las niñas en su comunidad, en el valle de Swat de su tierra natal Pakistán, convirtiéndose de esa manera en el objetivo mortal de los talibanes.

“Yo no hablo por mí, sino por aquellos cuya voz no puede ser oída. Aquellos que han luchado por sus derechos. Su derecho a vivir en paz. Su derecho a ser tratados con dignidad. Su derecho a la igualdad de oportunidades. Su derecho a ser educados”. Parte de su discurso al recibir el galardón nos demuestra la convicción de esta mujer por defender a su pueblo, la creencia de que un pueblo educado es un pueblo con mayores oportunidades y de que la igualdad es universal porque es para todos los seres humanos sin importar el género, la religión, la raza  o el país.

La narración de su historia nos debe estremecer, como a sangre fría alguien puede llegar con un grupo de niñas y darle un balazo en la cabeza en nombre de un Dios que habla de la paz, pero que los hombres que la interpretan prefieren callar a las voces que alimentan la mente de las personas que mantienen la fe en la humanidad, que aceptar la divergencia de opiniones porque pueden cambiar su estatus quo de poder. ¿No será ese Dios el que permitió a Malala sobrevivir, poniéndola en manos de personas brillantes que la operaron y la cuidaron, además de gente noble para trasladarla a otro país donde se pudiera realizar el milagro de vida?
 A veces el destino nos pone lecciones en el camino y cuando nos damos cuenta ya estamos al frente de los demás, en el aparador. Si estábamos preparados para ser el guía de ellos, la transición será muy fácil, pero a veces no es de esa manera, y tendremos que aprender sobre la marcha, de los errores, de los que guiamos, de las circunstancias. Malala es un ejemplo. Siguiendo los ideales de sus padres, de su religión y de su ser, del alma libre que ella tiene y que quiere ser mejor y donde aprender es su camino, se pone en el aparador para llevar sus sueños de igualdad no solo en su tierra natal, sino también alrededor del mundo.

Un buen líder debe tener profundamente enraizados valores que lo hace ser una mejor persona y, en su caso aprendidos de sus padres y por la  convicción de que tiene el derecho a aprender, no a pesar de ser mujer, sino porque precisamente entiende que no es derecho de género, es más bien de humanos.

“Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”, palabras del discurso de Malala que retumban en mi mente poderosamente, ya que pienso que sin importar mis creencias religiosas o políticas todos tenemos el derecho universal al conocimiento y así tener la sabiduría para hacer de nuestro planeta la casa en la que queremos vivir. Malala, símbolo de la Paz Mundial.

El líder aprende de sus errores, ¿y tú, que has aprendido? Hasta la próxima semana.

Me gustaría leer tú opinión, puedes escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño

*Vicepresidente Educativo del Club Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja California


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