lunes, 29 de agosto de 2022

El senado, mascarilla de la política nacional


 

Pedro Vargas Avalos

 

 

El Senado mexicano se ha puesto de moda en los tiempos recientes, sobre todo debido a que su líder, (guía de la Junta de Coordinación Política, Jucopo) Ricardo Monreal Ávila, busca afanosamente ser candidato presidencial, afirmando en su visita a Guadalajara el 25 de agosto, que es el mejor aspirante y que incluso, se considera “el arma secreta de AMLO para las próximas elecciones”. Además, en estos días dejará la presidencia senatorial la abogada Olga Sánchez Cordero, quien, al rendir informe de su gestión, afirmó que en la corporación se tiene “representada la diversidad social, política y cultural de una nación”. Ahora los miembros de ese organismo, están enfrascados en la sucesión de dicha presidenta.



            Históricamente, desde las más sencillas formas de gobierno, las personas con experiencia tuvieron un lugar especial, desempeñándose ya como consejeros, ya como gobernantes. En Roma se conformó con miembros patricios de su sociedad, lo que ya fue una agrupación, y de allí proviene su nombre: “senatus”, que significa “consejo, asamblea de los ancianos”, en razón que cada personaje (senator, senador) integrante de esa junta era de edad avanzada: la palabra latina “senex”, que es la raíz etimológica de “senador”, quiere decir viejo o anciano.


            Originalmente, los senadores pertenecían a la clase social de los “patricios”, en alusión a ser descendientes de los padres fundadores de la ciudad. Incluso, en ocasiones ser patricio era sinónimo de senador. Esto indica que al principio esa calidad solo la podían ostentar los que pertenecieran a esa clase social privilegiada. Con el crecimiento de la urbe, y por consiguiente de su pueblo (plebe), hubo senadores de esta mayoría, la de los plebeyos. Sin embargo, estos individuos debían ser de los más sabios o juiciosos de su clase. En consecuencia, invariablemente ser senador quiere decir, persona con experiencia, sabiduría y distinción.





            Esa especie de funcionario, fue transformándose y adaptándose a los períodos históricos de la grandeza romana: la república, la monarquía y el imperio. Casi siempre se desempeñaron como consultores, y por excepción en los interregnos, fungieron de gobernantes. Con el advenimiento de la monarquía, los reyes elegían senadores, los cuales eran los preferidos del monarca, y son el antecedente del senado-consejero del ejecutivo. Esto quiere decir que no eran propiamente parte del legislativo, salvo casos de excepción.


A partir del siglo XIII apareció el vocablo común de “Senado”, para designar a la institución, y de senador, para sus integrantes. En los albores del siglo XIX, (1808) se creó en España un tipo de Senado, que no tenía función legislativa, aun cuando si ciertas facultades hasta para suspender la Constitución. Su formación era elitista -generales, exministros, magistrados, e incluso infantes del reino- y se nombraba por el soberano. Ya de aquí pasamos a nuestra patria, donde se luchaba por la independencia política.


Hidalgo, estando en Guadalajara, ya meditaba forjar un Congreso nacional, según exposición que redactó durante su estancia en la Perla de Occidente (1810-1811), donde estableció el primer gobierno mexicano independiente. Truncado su movimiento, el gran Morelos lo reavivó y en 1814, en la llamada Constitución de Apatzingán, se insertó un antecedente del senado, al prevenir que cada Provincia elegiría representantes -entonces denominados diputados- en igualdad de número, para conformar un Congreso nacional. Esos individuos, deberían probar: ser mayores de 30 años, poseer patriotismo acreditado con servicios positivos y “tener luces no vulgares para desempeñar las augustas funciones de este empleo”. (Decreto Constitucional del 22 de octubre de 1814, para la libertad de la América Mexicana).





El siguiente paso para el surgimiento del Senado, se dio entre 1823 y 1824, siendo estelar la participación de los jaliscienses, entre ellos Prisciliano Sánchez, Valentín Gómez Farías, Juan Pablo Anaya y Francisco Severo Maldonado. Con luces propias brilló el extraordinario Doctor José de Jesús Huerta Leal, nativo de Acatlán de Juárez y maestro de aquella pléyade de trascendentales federalistas. La culminación fue la expedición de la Constitución Federal de 4 de octubre de 1824, la cual adoptó el sistema bicameral (diputados y senadores), disponiendo en su artículo 25 que cada Estado seria representado por dos senadores, electos por sus legislaturas y renovándolos por mitad cada dos años. En Jalisco, la idea de los senadores caló a tal grado que también se estableció para la Entidad, un Senado, el cual evolucionaría como Consejo del Ejecutivo.


Las luchas intestinas que desangraron a la nación, dieron al traste con el sistema federal en 1834-36, y luego, con el Senado, suprimido en 1845. En la Constitución de 1857, a pesar de esfuerzos de liberales como Francisco Zarco, la institución no se consideró. Empero se resintió su falta, porque ya no hubo cámara colegisladora, con funciones revisoras, así como faltar sus atribuciones de vigilancia de derechos tanto de individuos como de los Estados, incluso omisiones en el ramo de juicios políticos y evidente ausencia de contrapeso político. El Benemérito Juárez promovió volviese el bicamarismo, fructificando el tema siendo ya primer mandatario D. Sebastián Lerdo de Tejada en 1874, reabriendo funciones el 16 de septiembre de 1875. En la época maderista, brilló el senador jalisciense Salvador Gómez, distinguido y valiente partidario del sacrificado Apóstol de la Democracia, hoy injustamente olvidado.


 La presencia de la Cámara de Senadores se ratificó en la Carta Magna de Querétaro (1917) y con variaciones en su integración (que, de dos senadores por Entidad, ahora son 3 y 32 de representación proporcional, sumando un total de 128, lo cual desvirtúa su primigenio fin) y renovación -antes era de cuatrienios y se elegían popularmente por mitad cada dos años- que ahora es sexenal. Como quiera que sea, la Cámara Alta está presente actualmente en la vida de México, superando la etapa de dominio priísta, cuando a ese organismo iban casi puros veteranos, desechados de la política real, y que por ello se le llegó a llamar, “cementerio de fósiles”.


El Senado mexicano actual, recobró su importancia constitucional. No solo reúne a la principal fuerza emanada del partido MORENA, natural respaldo de AMLO y la Cuatro T, sino que en el figuran críticos y adversarios del primer magistrado y su administración, que un día y otro también, lo impugnan y condenan (papel que practican la tránsfuga Lily Téllez y la impetuosa panista Kenia López Rabadán, por decir unos ejemplos) por ello es que consideramos que, el Senado, la Cámara Alta del poder legislativo mexicano, es genuina mascarilla de la política nacional.

           



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