jueves, 27 de julio de 2017

Nuestra novela de la dictadura


>Los conjurados



Ricardo Sigala


Durante el siglo XX la gran novela latinoamericana desarrolló una rama temática que le daría fama en todo el mundo porque de muchas maneras reflejaba una de las más evidentes y, a la vez, vergonzosas características de los gobiernos de América Latina: me refiero a la Novela de la dictadura o novela del dictador. En ellas los escritores reflexionaban sobre el tema del caudillismo, el poder y la tiranía. Algunas veces estos novelistas partieron de personajes históricos y identificables, como en los casos de Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, en torno al doctor Francia de Paraguay, o La fiesta del chivo que escribiera el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, basado en la figura de Rafael Leónidas Trujillo de la República Dominicana. En otras ocasiones los escritores crearon la figura de un dictador ficticio, aunque basado en diversos personajes reales, ése fue el caso de El recurso del método del cubano Alejo Carpentier. Otras famosas novelas de la dictadura en Latinoamérica son El señor presidente de Miguel Ángel Asturias y El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, por ciento ambos también ganadores del Premio Nobel de Literatura.


            La novela de la dictadura mostró de manera aguda e incisiva las maquinarias del monopilo y el abuso del poder en nuestros países. La impunidad y las traiciones, el tributo grotesco a la figura del gobernante, sus frecuentes vícnuclos con los intereses estadounidenses y la casi abolición de los derechos políticos y ciudadanos.

           Extrañamente en nuestro país no se cultivó la novela de la dictadura. Lo más cercano a ella podría ser Maten al león de Jorge Ibarguengoitia, en la que se habla de un atentado contra un dictador latinoamericano, hay quien ha querido incluir en esta categoría Terra Nostra de Carlos Fuentes, sin embargo, ésta se encuentra alejada del subgénero que nos ocupa. Quizás lo más cercano a la novela de la dictadura que tengamos en México es Pedro Páramo de Juan Rulfo, salvo que que Pedro Páramo no es un tirano de un país, su margen de acción es la Media luna, cuyo centro es Comala.
          
  ¿Será que en México hemos vivido una democracia impoluta, que ha excluido las relaciones de tiranía entre el pueblo y sus gobernantes? Mario Vargas Llosa definió el experimento político mexicano del siglo XX como “La dictadura perfecta”, porque se trataba en el fondo de una dictadura de partido que estaba disfrazada de democracia, con sus sucesiones presidenciales derivadas de procesos amañados y muy asociados a la restricción de los derechos de los ciudadanos. Hoy en día no podríamos hablar de una dictadura de partido, pero sí de una dictadura de la clase política.

            En México no nos encontramos con un Pinochet o un Videla en la presidencia, de hecho nuestros últimos presidentes han sido más bien caricaturas: un payaso vestido de ranchero, un borracho que juega a hacer la guerra, una cara bonita inversamente proporcional a su IQ. Sin embargo, el verdadero uso y abuso del poder, a la manera de la dictadura, ha proliferado en pequeños cotos de influencia, un estado, un municipio, un distrito, incluso una instancia de gobierno, son las verdaderas sedes de nuestros dictadores: Javier Duarte y Tomás Yarrington son las cabezas visibles de este fenómeno; pero todos los días suceden actos de atropello a los ciudadanos en los niveles municipales y distritales, actos abusivos, ilegales, injustificados, impunes. Somos una suma de pequeños feudos, virreinatos, cotos dominados por pequeños dictadores, tiranos, de funcionarios autoritarios.

Reflexiono sobre Pedro Páramo de Juan Rulfo y pienso entonces que esa es nuestra verdadera novela de la dictadura.


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