Pedro Vargas Avalos
El pasado 20 de noviembre se cumplieron 115 años del inicio de la
Revolución Mexicana. Para celebrarlo se llevaron a cabo eventos en
muchos lugares de la República, aunque, a decir verdad, lejos del
lucimiento con que se efectuaban en décadas pasadas. “La
Revolución se bajó del caballo” se decía hace años, con motivo
de haberse extraviado la senda constitucional de reivindicaciones
político-sociales, objetivos básicos del movimiento que
primeramente impulsó el Apóstol de la Democracia, D. Francisco I.
Madero.
Muchos de los principios por los cuales se luchó de
1910 a 1917 o sea, a partir del inicio de la lucha armada, el 20 de
noviembre de 1910, hasta la aprobación de la Constitución de 1917
por el Congreso Constituyente reunido en Querétaro y que presidió
el jalisciense Luis Manuel Rojas, diputado por Guadalajara, se
afectaron en el lapso que concluyó en 2018: El “sufragio
efectivo, no reelección”, -fundamental lema maderista-, primero se
soslayó y luego se pervirtió; la tierra y libertad, bajo el
salinismo y sucesores, se desvirtuó. Y lo que el gran precursor
revolucionario, Manuel M. Diéguez sostuvo siendo gobernador de
Jalisco, de que “las ideas humanitarias y los sentimientos de
igualdad y confraternidad que al trascurso del tiempo habrán de unir
las voluntades de los mexicanos para cimentar, en definitiva, dentro
del verdadero concepto del patriotismo, una nacionalidad fuerte,
altiva e indestructible, al amparo del orden, la armonía y el
equilibrio de todas las tendencias sociales” de plano se dejó de
lado.
Por lo anterior, es que nos llamó la atención el
discurso que pronunció la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo (CSP)
al presidir la ceremonia alusiva al aniversario de la Revolución en
la ciudad de México. En su pieza oratoria, pronunciada con
vehemencia, explicó la situación imperante durante el porfiriato y
enseguida narró los extravíos del neoliberalismo hasta puntualizar
los delirios de la actual ultraderecha agazapada en el
país.
Persuadida de sus ideas, expresó: “El progreso”
—entre comillas— del porfiriato fue, en realidad, un progreso
para unos cuantos, construidos sobre la explotación brutal, el
racismo social y la injusticia cotidiana”. Eso revela que, en ese
entonces, el adelanto que se pregonaba solo era un brillo artificial.
La realidad nacional se caracterizaba por un brutal trato hacia la
clase trabajadora; las libertades políticas estaban canceladas, la
prensa independiente era acosada, los opositores vigilados, exiliados
o silenciados y las elecciones no eran sino una simulación. “En
realidad, lo que se trataba era de perpetuar el control de una élite
que gobernaba sin responder al pueblo”.
Ante ese panorama, el
señor Madero es que decidió encarar al vetusto régimen porfirista,
y convocó a la revolución. Al llamado se sumaron campesinos,
obreros, maestros y sectores diversos, “hartos del autoritarismo”,
enfatizó la Presidenta, porque “El Plan de San Luis fue más que
un llamado a la rebelión, fue un acto de fe en el pueblo de México,
fue la convicción de que ningún poder, por grande que sea, puede
imponerse a la justicia y a la verdad”. Por ello se concluye que el
Apóstol de la Democracia, es pionero de la democracia, “cuando
ésta apenas era un susurro, un soñador audaz que decidió luchar
contra la inercia de décadas de injusticia y autoritarismo”.
Luego
sobrevino en 1913 la decena trágica y el Plan de Guadalupe que
encauzó al pueblo mexicano hasta forjar la Constitución de 1917: en
ese periodo “la nación entera se convirtió en un campo de
batalla, marcado por incendios, hambre y epidemias…, la guerra, la
miseria y el tifo arrancaron la vida de un millón de mexicanos.”
Esa Carta Magna, en parte concebida por nuestro paisano Rojas,
se reconocieron las principales demandas del pueblo, mismas que
enlistó la mandataria: El derecho de los campesinos a la tierra. El
salario mínimo. La jornada de 8 horas. La organización sindical. La
seguridad social. El derecho a la educación. “Y a pesar de fuertes
presiones de compañías y gobiernos extranjeros, se logró recuperar
para la nación las riquezas naturales.”
Tras lo antedicho,
la mandataria les hace un señalamiento a las oposiciones: “El
porfiriato de entonces es al mismo al que quieren convocar ahora: al
del despojo, al del exterminio silencioso, al de la esclavitud, al de
una prensa callada, al de una paz impuesta”. Enseguida se refiere
al neoporfirismo, “periodo previo al de la actual Transformación:
36 años de regresiones, pobreza, desigualdad, corrupción y
privilegios; el periodo neoliberal”. En consecuencia, son cuatro
las transformaciones que han marcado la historia de México: “la
Independencia, la Reforma, la Revolución, que fueron armadas. Y la
Cuarta, una Transformación pacífica decidida mayoritariamente por
el pueblo de México, que reivindica la justicia, la libertad, la
democracia y la prosperidad compartida”, etapa en la que impera el
principio de “Por el bien de todos, primero los pobres”,
reforzado por las ideas de que no debe haber gobierno rico con
pueblo pobre, así como que con el pueblo se hace todo o no se hace
nada.
Las principales enseñanzas que nos dejó la Revolución
madero-constitucionalista, son el humanismo mexicano, cuyas raíces
se encuentran en la historia del país, desde las humanidades
novohispanas hasta los movimientos sociales y revolucionarios, cuya
esencia es que el poder existe para servir al pueblo y mejorar su
bienestar, dentro de cuyo ámbito resalta la lealtad de las fuerzas
armadas a la Suprema Ley y a las instituciones republicanas,
fidelidad que entraña patriotismo, valor y servicio al pueblo.
Igualmente, nos instruyó -la Revolución- para vivir apegados a la
democracia, al cumplimiento de la ley y poner en práctica los
principios juaristas del respeto al derecho ajeno y el de aprender a
vivir con en la justa medianía, considerando a esta como una
existencia sin excesos, con dignidad, fraternidad y sin derroche ni
vanidades.
Nuestra íntegra gobernante, habló bien y el eco
de su voz debe llegar a todos los rincones de la patria, o donde haya
coterráneos, porque es cierto que, con soberanía incólume,
vigorosa democracia y justicia a rajatabla, la nación jamás irá
hacia atrás. La Revolución Mexicana, sus postulados y forjadores,
han de ser honrados permanentemente por pueblo y gobierno.
Jalisco debe sumarse a tal empeño, con mayor razón que otros
lugares, puesto que surgidos de aquí fueron varios predecesores y
columnas de la Revolución: en lo agrario, el jurista Wistano Luis
Orozco; en el campo obrero y gubernamental, Don Manuel M. Diéguez;
como maderista y luchador civil D. Salvador Gómez y como autor de la
ley del municipio libre y redactor del proyecto de Constitución, el
periodista y abogado, Luis Manuel Rojas, todos ellos, orgullo del
Estado y lustre de México.

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