Pedro Vargas Avalos
Desde
el 31 de enero de 1824, cuando se promulgó el Acta Constitutiva de
la Federación, nuestra patria adoptó para su gobierno la forma de
república representativa federal. Este sistema político fue
ratificado por la Constitución Federal de los Estados Unidos
Mexicanos, del 4 de octubre de aquel año, siendo presidido el
Segundo Congreso Constituyente (recordemos que el primero de 1823-24
fue el que Agustín de Iturbide estropeó) por el diputado
jalisciense nativo de Acatlán (hoy de Juárez) Doctor José de Jesús
Huerta Leal. El federalismo había sido proclamado por el naciente
Estado de Jalisco (en ese tiempo escrito como Xalisco) el 16 de junio
de 1823, y desde ese día nuestra flamante Entidad sostuvo tenaz
lucha -liderado por Prisciliano Sánchez- para que se creara la
República bajo el sistema federalista, meta que se logró como lo
anotamos.
Suplantado por el centralismo en 1835, cuando
dominaba la política nacional el nefasto Antonio López de Santa
Anna, nuestra nación padeció la espuria Constitución Centralista
-también llamada de las Siete Leyes- de 30 de diciembre de 1836,
por cierto, promulgada por el presidente interino abogado José Justo
Corro, exgobernador de Jalisco. Inconformes los mexicanos, pugnaron
por regresar al sistema federalista y al triunfar en 1846, lograron
que se aprobara el Acta constitutiva y de reformas de 1847, documento
que oficialmente restaura el federalismo en México, y por ende la
Constitución de 1824, eliminando de plano las conservadoras Siete
Leyes publicadas en 1836: en esta etapa lució el notable tapatío
Mariano Otero. Sin embargo, de nueva cuenta Santa Anna alteró
nuestro sistema político y provocó la Revolución de Ayutla -cuando
el dictador jarocho se hacía llamar Alteza Serenísima- de 1853.
Triunfantes los liberales, forjaron la Constitución Federal de 5 de
febrero de 1857; en el Congreso Constituyente que la aprobó,
brillaron los diputados de Jalisco, Ignacio L. Vallarta y Pedro
Ogazón, además de Don Valentín Gómez Farías, el padre de la
Reforma, quien, siendo anciano, declaró al protestar cumplir la
Carta Magna, que esta era su testamento.
La ley suprema de 1857
fue reformada luego del triunfo de la Revolución Mexicana (el
movimiento reivindicador nacional, cuyo pionero fue Manuel M.
Diéguez, guía de la huelga de Cananea), cuando el Congreso
Constituyente 1916-17 reunido en Querétaro y cuyo presidente fue el
diputado por Guadalajara Luis Manuel Rojas, le hizo tan profundos
cambios, que se consideró una nueva Constitución y es la que rige
en nuestro país desde ese año. Con muchísimos cambios, reflejo de
los vaivenes políticos internos: 271 han sido las reformas
constitucionales, las cuales implican 770 transformaciones a diversos
artículos -de los 136 de que consta- a partir de su promulgación en
1917 al presente 2025, quedando solo 19 de sus artículos conforme su
versión original.
Así pues, nuestra República Mexicana ha
desarrollado con altibajos, un sistema federalista que recientemente
hace esfuerzos por reencontrarse, luego de una larga etapa en que se
debilitó, especialmente a partir del asesinato del presidente
Venustiano Carranza (1820) auspiciado -no solo ese hecho, sino un
evidente reformismo- por el rebelde Álvaro Obregón, muerto el 17 de
julio de 1928 en la ciudad de México. El sonorense había sido
reelecto presidente, luego de su traición al principio
revolucionario de la “no reelección”-, y tras de su muerte,
acelerados los cambios constitucionales por el asfixiante
presidencialismo callista y de sus sucesores (incluyendo desde Lázaro
Cárdenas hasta José López Portillo) si como los neopriistas, y los
prianistas, hasta los actuales gobernantes de la Cuarta
Transformación o 4T. Como dijimos, en estos mas de cien años de
vigencia de la Carta Suprema de 1917, el federalismo se ha visto
menoscabado, resurgiendo en los hechos el funesto
centralismo.
Dentro de un necesario ánimo por fortalecer a las
Entidades Federativas, que es robustecer al sistema federal, desde
hace cierto tiempo se discute como implementar tal proyecto que no es
otra cosa que vivificar nuestro federalismo. Varios aspectos destacan
para lograr ese empeño: obedecer efectivamente la Constitución,
distribuir mejor los recursos, concientizar a los mexicanos -desde
escuelas, hogares y lugares de trabajo- readaptar las leyes estatales
y rediseñar la vida de los municipios.
En cuanto a la Carta
Magna la disyuntiva es redactar una nueva o readaptar la actual. De
acuerdo con lo expresado por los mandatarios, que obviamente
repercute en el actuar de sus colaboradores, la idea dominante es la
de actualizar la ley suprema. En consecuencia, se debe trabajar
profusamente en obtener planteamientos apropiados para realizar
modificaciones constitucionales alejadas del centralismo, o más bien
para plantear las correspondientes iniciativas al Poder Legislativo,
para hacer efectivo que el pueblo manda y el Presidente propone, pero
el Congreso, genuino representante popular, sea el que disponga.
Por
lo que ve a los recursos fiscales, el centralismo imperante ocasiona
que la potestad tributaria de los Estados se vea casi reducida a cero
y cuando crean fuentes impositivas, lo hacen en detrimento de los
habitantes. El fenómeno obliga a buscar fórmulas que con espíritu
de equidad distribuyan los recursos entre las Entidades federativas,
la Federación y las municipalidades, sin lastimar a la
sociedad.
Por lo que ve a la concientización de los mexicanos
sobre lo que es federalismo y municipio libre, es indispensable que
efectivamente se conozcan al menos en lo esencial tales ideas. Esta
tarea debe llevarse a cabo con programas convenientes para que, desde
el hogar hasta las fábricas, pasando por todo centro de educación y
organismos no gubernamentales, se logre esa aspiración. Cuando en
Jalisco, cuna del federalismo, se creó el Instituto de Estudios
“Prisciliano Sánchez”, se dio un gran paso en ese sentido, pero
la miopía del gobernante en turno (Aristóteles Sandoval) al
suprimir ese faro federalista, echó a la basura el intento.
En
lo relativo a la vida municipal, el objetivo es que se consolide como
orden de gobierno ceñido a los lineamientos constitucionales a
efecto de que cumpla su cometido de poder público (que para su
ejercicio se divide en legislativo, ejecutivo y judicial) cuya
instancia es la más cercana a la población, y de ese modo ha de
constituirse en auténtica forja de ciudadanos participativos y muy
responsables.
Desde hace lustros se llevan a cabo reuniones y
foros para la Revisión Integral de la Constitución con el fin de
mejorar nuestro federalismo y ocasionalmente la organización
municipal. Recordamos los que hubo en la ciudad de Monterrey,
Mazatlán, Puerto Vallarta y otros lugares hace veinte años
aproximadamente. Allí afloraron numerosas inquietudes, destacando la
redistribución de competencias entre los tres órdenes
gubernamentales (federación, estados y municipios) y como obtener
los recursos para resolver la problemática que encara cada orden:
los resultados, la verdad, es que no se han visto.
Es
indispensable entender que los avisados cambios que al respecto se
requieren, implican a muchas instituciones públicas, organismos
tanto públicos como privados y especialistas del ramo; empero, jamás
debe olvidarse que, para lograr la propuesta, invariablemente siempre
debe considerarse la presencia ciudadana, de otra manera quedaría
trunco lo que se realice.
En renglones como el agua, el combate
a la pobreza, la seguridad pública y el financiamiento del
desarrollo, que incluye la educación, urgen la toma de decisiones.
El Federalismo es un legado que los mexicanos tenemos y que estamos
seguros que nos llevará a buen puerto; más para lograrlo es
inaplazable practicarlo efectivamente y afinarlo para su
optimización.
No cabe duda, fortalecer el sistema federalista
y reordenar la vida municipal, es básico para enfrentar con
viabilidad el complejo porvenir que une cabos tan extremos como la
globalización o el regionalismo, los derechos humanos y la
gobernanza, el atraso de amplias áreas de la comunidad y la justicia
social. Por ello, es inaplazable que se consolide la República
federalista, la órbita municipal y la conciencia de los mexicanos,
con lo cual es seguro el renacer vigoroso de este federalismo tan
peculiar como el nuestro.

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