Fernando G. Castolo
Para nosotros, el libro
tiene dos grandes troncos: el de la vida privada y pública de
Victoriano Huerta, con sus acciones y consecuencias en la Decena
Trágica; y el del conflicto invasionista de los Estados Unidos de
América.
A este “malo de la historia”, ciertamente, se le
suman conceptos como “indio” o “borracho”, ambos despectivos
de facto en el imaginario popular, lo que conlleva a formular una
concluyente y negativa personalidad del “tirano”.
Conforme
se transita por las páginas de este libro, se experimentan diversas
emociones ―espontáneas del todo―, entre sorpresivas,
nostálgicas, perturbadoras, de enojo y hasta de cierta impotencia…
la lectura de este libro deja de pronto mortificaciones, conflictos
personales que, mientras se avanza, se disipan de forma cordial. Hay
culpas y hay alegrías, derrotas y victorias en esta aventura. Eso
hace que la lectura sea cautivadora. Por ello se obliga a realizar un
abordaje al contenido de forma lineal, para no perder de vista
pormenores en las acciones que le dieron rumbo a este marco episódico
nacional en toda su expresión continental.
En un momento
determinado de la lectura ―lo confieso― amé a Victoriano Huerta
por la postura que tomó frente a Estados Unidos de América, a pesar
de la consecuencia de este acto que terminó con una invasión, pero
me significa mucho pensar en que se priorizó la salvaguarda de la
soberanía nacional. Eso lo celebro, porque yo tenía una
argumentación totalmente errónea.
Sobre el mismo tema, me
encuentro realmente conmovido por el rescate de las referencias
documentales de varios testigos, sobre las acciones de barbarie
cometidas en contra de civiles mexicanos en Veracruz que, de por sí,
ya eran víctimas de las circunstancias tan adversas frente a las
tropas norteamericanas.
Debo de confesar que cada vez que
dejaba la lectura, entonces me invadía una sensación de retornar lo
más pronto posible a la misma. Me sentí atrapado desde el primer
momento en que abordé la trama histórica. El uso de herramientas
narrativas es de lo más atractivo, puesto que está desprovisto de
pragmatismos a los que nos tienen acostumbrados los investigadores, a
fin de sugerir la seriedad con la que fue abordado el texto. Sin
embargo, este texto guarda la proporción entre esa seriedad de la
investigación y la ligereza de la redacción. Sí, es cierto, la
historia fluye con una frescura impresionante a pesar de lo ortodoxo
en los datos y datas de que se construye el relato.
Éste es un
libro revelador, en todo sentido, donde se evidencian novedosos
testimonios sobre un personaje que, como muchos, se ha manejado por
especialistas desde la postura oficialista y no desde las diversas
fuentes que suman importante información en la construcción de su
participación en el marco histórico nacional.
Al final,
Servando Ortoll nos deja una lección a todos los que nos dedicamos
al arte de historiar: hurgar en los documentos, de primera mano, y
realizar su auscultación de una forma responsable, respetando la
interpretación en una medida justa, acorde a su tiempo y a su
espacio; acorde al espectro de su circunstancia.
Una última
confesión: Leer a Servando Ortoll es un agasajo. Tiene el don de
atrapar al lector y, de paso, enseñarnos algo de historia sobre la
patria que nos cobija; y, eso, también lo celebro. Él, con este
libro sobre Victoriano Huerta ―por cierto, dotado de un bello
diseño editorial―, superó todas mis expectativas de forma
exponencial. Nunca había disfrutado tanto la lectura de un libro de
historia.
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