Ramón Moreno Rodríguez*
Es sabido por todos los que estamos interesados en estos temas del uso correcto de la lengua, que los llamados verbos irregulares son motivo de quebradero de cabeza en aquellos hablantes interesados en hacer un uso apropiado de nuestro idioma. Estos verbos tienen cierta “anomalía” para conjugarse. Es decir, que el usuario de la lengua está acostumbrado a utilizar determinada fórmula para indicar los matices de la acción verbal que quiere utilizar y lo aplica inconscientemente, es decir, de manera no premeditada, sino mecánica. Sólo cuando media la reflexión puede el hablante darse cuenta si ha cometido un dislate en el momento de emitir sus palabras o redactar un texto.
Por
ejemplo, si alguien dice: “no creo que ese chamaco escarmente
en cabeza ajena”, casi de inmediato (no siempre), se corrige y
cambia por “No creo que ese chamaco escarmiente
en cabeza ajena”. ¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿En qué radica
el uso incorrecto? Pues en que el hablante intentó conjugar el verbo
escarmentar
como si fuese un verbo regular y no lo es. Y eso se nos hace muy
evidente cuando lo escuchamos en los niños que con mucha frecuencia,
porque inician el aprendizaje de las normas de la lengua, tienden a
construir todas las conjugaciones verbales como si fuesen regulares.
¿Cuántas veces no hemos oído decir a un niño: “¡Mira cómo
volo!”?
Y claro, no faltará el adulto que le corrija y le explique, “no se
dice volo,
se dice vuelo”.
Así pues la irregularidad en la conjugación de unos verbos consiste en que alguna vocal de la raíz de la palabra (lexema) se modifica pues la e se cambia por i o al revés, o porque el diptongo se deshace, o al revés; o también, que hay una sola vocal pero en algunos tiempos y personas verbales diptonga, y en otras no. Por ejemplo, si la raíz del verbo educar es educ pues todas las combinaciones de modos tiempos y personas esa “u” debe permanecer, como en efecto permanece, y así decimos: educo, educaba, educaré, educa, eduque, educad, etc. Mientras que en el verbo escarmentar no siempre se respeta su raíz (escarment) pues en ocasiones se conjuga con la e, pero en otras con el diptongo ie. Veamos en esta tabla, para mayor claridad con los dos verbos, el regular y el irregular.
Como
se ve en esta tabla, con los dos tiempos verbales transcritos de cada
caso, se hace evidente que en el verbo regular la vocal en cuestión
–la u–
se mantuvo en las doce combinaciones, mientras que en el verbo
irregular la vocal
e
se cambió por el diptongo ie
diez veces y en las otras dos, no hubo alteración. Por ello es que
no debe extrañarnos que algunas personas, al usar la primera
persona del presente de subjuntivo del verbo escarmentar,
digan escarmente
y no escarmiente.
Lo que se está haciendo es aplicar la regla general. En una ocasión
el presidente López Obrador decía en broma: Pues yo ya no hayo cómo
darle gusto a la oposición, porque a veces me acusan de que me como
las letras al hablar (Mis amigo’
en lugar de decir Mis amigos)
y en otras que se las pongo de más ( vinistes
por viniste).
En efecto, es una broma y como tal la debemos tomar; ya habrá
ocasión de que expliquemos el accidente de la s
en la segunda persona del singular del pretérito de indicativo
(amastes,
cantastes,
trujistes,
dijistes,
etc.), tan válidamente usado por los grandes autores barrocos del
siglo XVII como Cervantes, Góngora, Quevedo o Sor Juana, y hoy en
desuso y desprestigiado.
Pues esta peculiaridad del verbo español da como resultado que su uso sea complejo para los hablantes nativos y muy complejo para quienes estudian el español como segunda lengua. Algunos chinos, alemanes o rusos se desesperan por las dificultades de la conjugación de nuestro verbo y es para comprenderlos, porque si para nosotros, hablantes nativos, se nos dificulta, bien vemos el ángulo desde el que los extranjeros lo miran.
En
fin, no nos espantemos, veámoslo desde el otro ángulo (el
optimista). La Real Academia dice en su Gramática
descriptiva,
que la inmensa mayoría de los verbos españoles, algo así como el
90%, son regulares, y sólo una pequeña porción (lógico es decir
que un 10%) presentan esta peculiaridad de ser irregulares. A esto
agreguemos lo que afirma el eminente gramático venezolano, orgullo
de estas tierras americanas, Andrés Bello, de que las
irregularidades no son tan caprichosas como podría creerse, sino que
entre ellas tienen cierta armonía, cierta lógica común. Así lo
resume la Academia: “las alternancias de las formas irregulares
respecto a las correspondientes del paradigma regular coinciden con
una determinada distribución del acento”.
Trataré
de decir de la manera más resumida posible los diversos
agrupamientos que podemos hacer. Un primer conjunto de verbos
irregulares sería aquel al que agregamos un fonema gutural; tal es
el caso de traer,
que al conjugarlo en primera persona de singular de presente de
indicativo, decimos traigo
y no traeo.
Un segundo grupo serían aquellos que diptongan una vocal; así
sucede con contender,
que conjugado se dice contiendo
y no contendo.
Un tercer grupo es el de los casos en que se cambia la vocal e
por la i;
de concebir
conjugamos en presente concibo
y no concebo.
Un cuarto agrupamiento se constituye con aquellos verbos a los que
consonantizamos (es decir, hacemos consonante) una vocal; del
infinitivo argüir
pasamos al presente arguyo
y no arguo. Un quinto lugar esta ocupado por los verbos a los que les
intercalamos una consonante; de andar
pasamos a anduve
y no andé.
Para finalizar este repaso, mencionaré el grupo de los que pierden
una vocal; tal sucede con caber
que se conjuga cabré
y no caberé.
Independientes
a estos cinco conjuntos estarían aquellos verbos irregulares que
tienen varios accidentes en su conjugación, ya que tienen dos o más
variantes para concertar; quiero decir, que no todos surgen de una
misma raíz, sino que en ellos se puede detectar dos o más orígenes.
Tal es el caso del verbo ir,
que se conjuga con su raíz de infinitivo en el tiempo futuro de
indicativo cuando decimos
iré,
pero también tiene voy
en presente, he
ido
en antepresente o fuiste
en pretérito simple.
Pues
bien, de entre los verbos irregulares –lo digo para ir concluyendo
y para explicar el ejemplo que le da título a este artículo–,
tenemos una docena que presentan al hablante una dificultad
infranqueable. Me refiero a casos como forzar,
que mucha gente escribe y pronuncia forces,
en presente de subjuntivo, y no advierten que debe diptongar como
otras personas y tiempos diptongan (fuerce, fuercen, fuerzo) y en
consecuencia debe escribirse, por ejemplo, “No es necesario que
fuerces
la chapa, pronto llegará el cerrajero” en lugar de “No es
necesario que forces
la chapa, pronto llegará el cerrajero”.
El
verbo venir
les presenta dos graves dificultades a muchos hispanoparlantes
nativos y por ello es que con frecuencia meten la pata. Una es que se
resisten a cambiar la e
original por una i
que es el tercer grupo antes aludido. Es decir, que en el infinitivo,
cuando lo conjugan en segunda persona de pretérito simple, dicen y
escriben veniste,
como si fuese un verbo regular; pero no lo es, y por lo tanto
tendremos que decir y escribir siempre viniste.
A esto agreguemos el caso de la s en segunda persona que ya aludimos,
y así, muy arcaizantemente hay personas (más del ámbito rural) que
dicen venistes.
Pues ya digo, ni una ni otra, debemos aferrarnos a viniste,
aunque se nos dificulte.
Finalmente
está el curioso fenómeno de ultracorrección que implica la primera
persona del plural del presente de indicativo que debe construirse
con e,
y así decirse y escribirse venimos,
pero muchas personas se resisten a usarlo porque deducen que como
verbo irregular que es, debemos quitar esa e
y poner una i,
como en viniste,
y por eso se corrigen y corrigen a los demás diciendo: “no digas
venimos, sino vinimos”. Pues oh, sorpresa, las dos formas son
correctas, pues con la i
en lugar de e
se construye el pretérito simple; por lo tanto es correcto decir:
A traerles este regalo venimos [hoy] presente de indicativo
A
traerles ese regalo vinimos [la semana pasada]
pretérito de indicativo
¿Qué
es lo que sucede con tanto enredo? Entre otras cosas, que mutilamos
la expresividad de nuestra habla y nuestra escritura porque los
dejamos de usar (en el mejor de los casos) y, además, caemos en una
confusión de tiempos verbales terrible, pues en estas dos oraciones
nos es imposible saber si están en presente o en pretérito; sólo
es que nos parecen un calco una de la otra; una –pensamos
torpemente – es correcta y la otra incorrecta. En consecuencia para
“sentir” o “remarcar” la idea de tiempo presente o pretérito
tenemos que agregar el adverbio o la frase adverbial que puse entre
corchetes. Y no se extrañe el lector de que una vez incluidas las
dos partículas adverbiales, las oraciones las construyamos con
vinimos,
lo cual hace un dislate en el caso del presente, pero nosotros tan
campantes y felices (como el rey que camina desnudo por la calle) de
que pudimos sortear el bache si escribimos: “a traerles este regalo
vinimos
hoy”.
*Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur. ramon.moreno@cusur.udg.mx
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