martes, 2 de junio de 2020

Los diputados ¿para qué sirven?










Pedro Varga s Avalos


Decía un viejo periodista (Porfirio M. Ramos) en tratándose de cómo votan los diputados cuando se les somete algún asunto por el que manda en el Estado: “sobre la razón, sobre la libertad, sobre la ciudadanía, sobre la soberanía del pensamiento, sobre todas las cosas, está la consigna brutal (…) de los de arriba, de los que con garra y dientes se aferran a un poder que solo habrán de soltar, como los perros el hueso.” Algo así sucedió con motivo del tan criticado préstamo que se autorizó al ejecutivo en días pasados, por los diputados del Congreso local de Jalisco.

Se les presentó al gobierno y a la Cámara, gran oportunidad para discutir y aclarar ante la comunidad, los detalles del tristemente célebre préstamo que se autorizó. Pero fueron cerrados, sordos y ciegos, y al final se salieron con la suya: se hizo lo que quien manda quería. Y para colmo exhibiéndose: los que iban por la negativa sufrieron la doblez de una diputada, y de los aliados de la mayoría, una representante de su bancada y un diputado de distinto color votaron en contra. Por su lado casi todos los de la mayoría, o sea, del partido que postuló al ejecutivo, ni pío dijeron y en masa votaron como se les pidió. 




El Lic. Porfirio Muñoz Ledo, no hace mucho, cuando presidía la Cámara de Diputados Federal, al dirigirse a sus pares les mencionó que eran parte de la Honorable Cámara de Diputados; y subrayó en esta ocasión la palabra “honorable”, porque les dijo a todos los dizques representantes del pueblo: “pretendemos que el Poder Legislativo sea motivo de honor, y no de vergüenza”.

Al respecto, recuerdo al Lic. José Luis Leal Sanabria cuando era coordinador de los diputados priístas, que eran la gran mayoría y que, estando tratando el tema del nuevo Código Penal del Estado, cuyo proyecto recibía impugnaciones de los adversarios del gobierno, le manifestó humorísticamente al redactor del dicho Proyecto, quien era funcionario: “No te preocupes, porque el Proyecto saldrá y las criticas pasarán, pero la mancha que nunca se quitará es la de ser diputado”. No en balde afirmaba el escritor germano Georg C. Lichtenberg (1742-1799): “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.

Si las palabras expresadas reiteradamente en campaña, son contradichas por los hechos, quiere decir que las cosas no caminan bien y sabe Dios si luego serán peores. Porque encadenar nuestro destino por décadas de pagar deudas, nada bueno augura.




En las encuestas y consultas que se han hecho desde hace lustros, sobre la confianza que les merecen a los ciudadanos los políticos, son los diputados los que por lo general figuran como los peores. Ese indicativo es demoledor y debería servir para que enmendaran su conducta tales representantes (¿?) de no sabemos quién, porque si dicen que son del pueblo, habría que preguntarles a los ciudadanos su opinión, y estamos seguros que éstos no lo aceptarían, conforme lo prueban esas encuestas.

La deuda más reciente pintó a los diputados de cuerpo entero. El bien documentado periodista, Rubén Martín afirmó el 23 de mayo: “Lo que sigue es que en las próximas tres décadas pagaremos cerca de $90 mil millones de pesos (unos 3 mil MDP anuales) por el costo de una deuda pública que ahora es de cerca de $30 mil millones de pesos. Así de irresponsable es nuestra clase política que nos ha endeudado tanto que nos ha hipotecado el futuro.” Y claro que gran parte de tan tétrico provenir se lo debemos a los diputados.

Para concluir nos referiremos a dos casos muy sonados en la ciudad tapatía: el edificio de la antigua Universidad y el Jardín de San Fernando. En el primer caso, sin ser una maravilla arquitectónica pero sí histórica, el edificio que ocupaba la Universidad, entre las calles Juárez, Galeana, Pedro Moreno y Colón,  si era de muy buena estampa y daba originalidad urbanística al área de su ubicación, junto a su anexo que había sido templo de Santo Tomás (creado en 1591) y luego, remodelado, Palacio Legislativo; en el siglo pasado muchos años albergó a la Dirección de Estudios Superiores del Estado y por 1948 era el edificio de Telégrafos, para actualmente ser la biblioteca Panamericana. Pues ese tesoro edificado de la ciudad, autorizó el Congreso del Estado que se vendiera por el gobernador Everardo Topete en 1937-38.

El primer justificante de su venta fue porque muchos pueblos de Jalisco ocupaban agua potable y como no tenían para tuberías y además faltaba terminar la carretera a Chapala, se dijo que el producto de la venta se aplicaría a tales fines. Los diputados, obsecuentes con el ejecutivo, lo autorizaron sin objetar. Pero he aquí que ya no fue necesario salir a ayudar a los pueblos que tanto necesitaban el agua, y mejor se dijo que sería para escuelas, y entonces los “representantes del pueblo”, sumisos como siempre, así lo autorizaron. Luego resultó que el valor fiscal ($412,500.00) se le hizo alto al gobierno y para cerrar el trato, pidió a los diputados se revaluara la construcción para quedar a la mitad y así venderlo en precio mínimo a unos avezados negociantes. Los diputados ni chistaron y el negocio siguió hasta su final: allí se edificó el edificio Lutecia.

Como la Universidad, que enseguida se reabrió ya no tenía local, sencillamente se le dio el que había sido destinado a Recinto del Congreso desde años atrás, o sea lo que actualmente es la Rectoría de la Universidad y que se había iniciado como escuela en tiempos del Gral. Manuel M. Diéguez, siendo símbolo de la labor constructiva de la Revolución. Los diputados ni pio dijeron al perder su Palacio Legislativo.




El segundo caso que referiremos, como signo del oprobioso papel de los diputados, fue como se tramó la enajenación del Jardín de San Fernando, un bello vergel a un lado de la Calzada Independencia, entre Héroes y Prisciliano Sánchez, que era resultado de la realineación de esa arteria cuando se entubó el río San Juan de Dios y ajustó la vía. Se supone que el predio era propiedad municipal, pero el Estado dijo que era de él y aunque el alcalde no quería se vendiera, optó por callar y los diputados, muy poco escrupulosos, ni lo tomaron en cuenta.  Como la ubicación del jardín era codiciada por los buitres de bienes inmuebles, estos lograron que el gobierno de García Barragán se interesara en la venta, y en consecuencia enviar la iniciativa al Congreso para que se autorizara al Ejecutivo a enajenar el jardín. Por decoro o táctica se había puesto que la venta sería con la condición de que el parque siguiese con su mismo objeto por tiempo indefinido; así recibieron los diputados la iniciativa; pero como esa condicionante era contraria al fin que se perseguía, inmediatamente el ejecutivo envió nuevo escrito quitando tal requisito y sin incluir que la operación fuera al mejor postor; los diputados como los avestruces, ni cuenta se dieron, admitiendo todo. Y claro que se autorizó la solicitud sin decir agua va, y lo que es peor, sin dar publicidad a la sesión que se supone hubo en marzo de 1946. Y luego se dejó pasar un tiempo para que el ejecutivo lo sancionara en mayo siguiente. Y se dejó transcurrir más tiempo para publicarlo hasta el 29 de agosto, que era sábado, vísperas del último informe presidencial de Ávila Camacho, por lo que se creyó nadie lo sabría y periódico oficial no se podía adquirir. De ese tamaño fue la triquiñuela para sacar adelante el asuntito, aunque al final de cuentas no se puede tapar el sol con un dedo y se descubrió el enjuague.

Después de ver cómo se comportan nuestros carísimos diputados, que mucho prometen y mienten igual porque no cumplen, hacen leyes pésimas, trabajan poco, inician sesiones tardísimo, no cuidan el gasto del ejecutivo ni la conducta del poder judicial, uno se pregunta, con todo respeto…¿Para qué sirven?



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