Abel Pérez Zamorano
Tras
cada crimen que comete, el imperialismo busca siempre borrar sus
huellas. Mas en general, su modus operandi es ocultar la lucha de
clases –verdadero factor omnipresente y determinante– que se
libra día a día en cada país y a nivel mundial; quiere a la
humanidad confundida y que atribuya a otra causa cualquiera
(religiosa, cultural, racial, etc.) los acontecimientos que le
afectan. Y uno de los recursos más socorridos por el capital mundial
y sus intelectuales es la teoría del loco, del fanático que “por
su cuenta” desata invasiones, guerras y crímenes mil contra países
débiles. Así explican, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial: como
obra de un enajenado que odiaba a “las razas inferiores”.
Aplicando la misma lógica, la masacre en Gaza se nos presenta como
uno de los tantos “arrebatos” de Trump y de su compinche
Netanyahu, dos criminales con poder, cosa que sí son.
Pero
tales explicaciones son limitadas y muchas veces malintencionadas.
Baste preguntarse: ¿quién puso y sostiene a estos orates a la
cabeza de sus gobiernos? ¿Quién los protege? ¿Por qué las
potencias capitalistas de Europa no se oponen a los horrores que
éstos provocan? Y finalmente, ¿quién se beneficia? Y encontraremos
que ellos no son la causa primordial: son efecto de algo más
poderoso que está atrás, en el fondo, y que los determina; son una
consecuencia, pero, ciertamente, aparecen en la superficie visible
con apariencia de causa. Son fenómeno que oculta la esencia.
Hoy
el imperialismo está arrasando Gaza con el silencio cómplice de la
Unión Europea. De una población de más de dos millones
literalmente acorralada en una superficie de 365 kilómetros
cuadrados, hasta enero habían muerto aproximadamente 75 mil “una
de cada 25 personas” (DW, siete de marzo, Michael Spagat,
Universidad de Londres); entre ellos más de 17 mil niños. Más de
90 por ciento de los niños menores de cinco años padece al menos
una enfermedad infecciosa. Las vías de entrada de suministros de
medicamentos y alimentos están bloqueadas y las ciudades, en
escombros.
Como espantoso retrato de la tragedia, notas
publicadas por Sputnik entre el 21 y el 23 de julio dicen: “El
Ministerio de Salud de Gaza emitió un comunicado advirtiendo (…)
la vida de 600 mil niños menores de 10 años está en riesgo, debido
a la escasez de alimentos (…) La hambruna ha alcanzado niveles
catastróficos (…) durante el último día, 18 personas fallecieron
de hambre (…) Es un asesinato en silencio (…) esperamos muertes
masivas de mujeres y niños (…) La sed azota la ciudad de Gaza, con
menos de cinco litros al día per cápita para beber, cocinar,
bañarse y otras necesidades (…) De acuerdo con un informe del
Programa Mundial de Alimentos, en Gaza, una de cada tres personas
lleva días sin comer (…) el 93 por ciento de los hogares no tiene
acceso al agua (…) 2.1 millones de civiles hacinados en una pequeña
zona sin atención médica ni medicamentos (…) En Gaza, el hambre
se ha convertido en un arma: los puntos de distribución de alimentos
se han convertido en trampas mortales, donde se dispara repetidamente
a la gente antes de que siquiera puedan recibir una bolsa de harina”.
Hasta aquí las citas de Sputnik.
El Observatorio de la Crisis
publicó el 22 de julio un artículo de Caitlin Johnstone, quien
señala: “Gaza no se está muriendo de hambre, la están matando de
hambre. Los médicos informan que la gente se está “desplomando”
en la calle (…) Mientras tanto, las fuerzas israelíes están
estableciendo nuevos récords con sus masacres de civiles hambrientos
que buscan comida, sólo el domingo murieron 85 personas (…)
Numerosos funcionarios militares israelíes han reconocido que nada
de esto sería posible sin el apoyo estadounidense (…) Es una
campaña de hambruna deliberadamente planificada, implementada con
fines genocidas” (Observatorio de la Crisis, 22 de julio).
Para
cerrar este relato de horror: “Ataques israelíes golpean
viviendas, mezquitas y campamentos de desplazados en Gaza, dejando
decenas de muertos (…) Los hospitales no pueden recibir más
pacientes heridos, en particular víctimas de la hambruna” (Al
Mayadeen, 23 de julio). Finalmente, “en 300 días, se dañaron 32
de los 36 hospitales, y 20 hospitales y 70 de los 119 centros de
atención primaria de salud quedaron inutilizables” (ONU, 1º de
octubre de 2024).
Ésta es la obra del sionismo. Pero el
gobierno de Israel, efectivamente, no actúa solo. Es parte
fundamental del engranaje mundial imperialista, incubado por Estados
Unidos (EE. UU.) y el Reino Unido, y cobijado también por las
potencias capitalistas de Europa. “Desde la Segunda Guerra Mundial,
Israel es el mayor receptor general de ayuda exterior estadounidense”
(BBC, 24 de mayo de 2021). Es el gran cuartel de EE. UU. en Medio
Oriente, y los sionistas, sus sicarios; único país en la región
que posee la bomba nuclear. Cuando el mes pasado, aun con su
pretendidamente invulnerable “cúpula de hierro”, Israel fue
incapaz de contener la andanada de misiles de Irán, EE. UU. debió
intervenir directamente para protegerle.
Pero como
adelantábamos al inicio, el genocidio no es cosa, principalmente, de
fanáticos. Eso es sólo la superficie: el fanático es engendrado
por una realidad. Hay atrás intereses contantes y sonantes: el gran
capital mundial. Y no son afirmaciones al aire. Para mayor
concreción, Federica Marsi publicó en Al Jazeera, el 1º de julio:
“Un informe de la ONU enumera las empresas cómplices del
‘genocidio’ de Israel: ¿Quiénes son? La relatora especial de la
ONU, Francesca Albanese, ha publicado un informe en el que nombra a
varios gigantes estadounidenses entre las empresas que ayudan a la
ocupación y la guerra de Israel contra Gaza (…) en el
desplazamiento de palestinos y en su guerra genocida contra Gaza, en
contravención del derecho internacional (…) (el) informe de
Albanese se presentará el jueves en una conferencia de prensa en
Ginebra”.
Menciona 48 grandes empresas globales que financian
y prestan soporte técnico al genocidio; destacan: Microsoft,
Alphabet (Google); también Amazon; la fabricante italiana de armas
Leonardo y la estadounidense Lockheed Martin; la japonesa FANUC; IBM,
Palantir, Chevron, BP, Glencore, Volvo; el banco francés BNP Paribas
y el británico Barclays, así como Caterpillar y Hyundai. Pero
arriba están los grandes fondos que invierten en ellas: BlackRock y
Vanguard. Queda claro, pues, y de fuentes oficiales, que los
gobiernos de Israel y de EE. UU. son sólo los brazos ejecutores
político-militares. Y para que no quepa duda, el propio Trump ha
declarado cínicamente que con el exterminio y expulsión de los
gazatíes se pretende crear un territorio libre, adecuado para
invertir en la creación de una zona turística de gran lujo, como la
Riviera francesa. He ahí el capitalismo en toda su feroz
rapacidad.
Pero ¿qué debemos y podemos hacer los ciudadanos
comunes? Primero, entender que los pueblos del mundo son la única
solución. Nada cabe esperar de los gobiernos capitalistas, socios y
cómplices de la barbarie. Los pueblos deben elevar un clamor mundial
de repudio, pero con plena conciencia de que, con todo lo útil que
es, la sola protesta tiene limitaciones.
El problema es
concreto y práctico. No podemos limitarnos a denunciar, menos
permitir que la manifestación se quede en mera catarsis social. La
solución de fondo, definitiva, es mucho más compleja y de largo
plazo, pero no hay otra: los pueblos necesitan prepararse para tomar
el poder, desplazando a los gobiernos imperialistas y de países
subyugados, cómplices, aunque sea por pasividad. La clase
trabajadora en el gobierno a nivel mundial es la única fuerza capaz
de poner un alto efectivo y definitivo a tanto derramamiento de
sangre y a los abusos del gran capital.
Finalmente, no
olvidemos que México también está en la mira del imperio, que nos
ve (y nos trata) como su patio trasero. Y ahora que siente mermada su
influencia mundial buscará atrincherarse en América Latina, y
principalmente aquí. No debe mirarse la tragedia palestina sólo
como una cuestión de humanismo, o como algo lejano y ajeno a
nosotros, sino como un hecho político concreto. Gaza puede ser el
preludio para acometer luego contra México. Advertencias (y
amenazas) hay muchas: Trump mismo lo ha declarado. Y es necesario
que, ante la eventualidad de una acción mayor, nuestro pueblo esté
preparado, esto es, consciente y organizado; bien dirigido, no como
está ahora, en manos de un gobierno pusilánime y presto a obedecer.
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