En este punto es muy probable que
hayamos obtenido una liberación, al menos parcial, de nuestros
defectos más devastadores. Disfrutamos de momentos en los que
sentimos algo parecido a una auténtica tranquilidad de espíritu.
Para aquellos de nosotros que hemos conocido únicamente la
agitación, la depresión y la ansiedad —en otras palabras, para
todos nosotros— esta recién encontrada tranquilidad es un don de
inestimable valor.
Estoy aprendiendo a “desprenderme” y
“dejarlo en manos de Dios”, a tener una mente abierta y un
corazón dispuesto a recibir la gracia de Dios en todos mis asuntos;
de esta manera puedo experimentar la paz y libertad que vienen como
resultado de la entrega.
Se ha demostrado que un acto de
entrega, que se origina en la desesperación y en la derrota, puede
convertirse en un continuo acto de fe, y que la fe significa libertad
y victoria.
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