jueves, 21 de agosto de 2025

La pobreza para el Inegi

 



Víctor Hugo Prado



Muchas noticias generan entusiasmo, sobre todo cuando reflejan avances en salud, educación, medio ambiente, seguridad o en el combate a la corrupción. Una de ellas ha sido la disminución de la pobreza en México, dato difundido ampliamente en medios tras el reporte del Inegi. Según el organismo, en 2024 el 29.6% de la población seguía en situación de pobreza: tres de cada diez mexicanos carecían de al menos un derecho social básico y su ingreso no alcanzaba para una canasta básica. Entre 2022 y 2024, la pobreza multidimensional pasó de 46.8 a 38.5 millones de personas, y la pobreza extrema bajó de 9.1 a 7 millones.



Estos datos, aunque celebrados oficialmente, requieren un análisis más profundo, pues el Inegi ya no goza de plena autonomía. El discurso gubernamental presume haber sacado de la pobreza a más de 13 millones de personas, principalmente gracias al aumento del ingreso familiar derivado de dos factores: los programas sociales y el alza significativa del salario mínimo durante el sexenio pasado. Ambas medidas han incrementado el flujo de efectivo en los hogares, lo que genera un efecto positivo en el consumo y la recaudación fiscal.


El problema es la sostenibilidad de ese flujo. Ninguna fuente de ingreso extraordinario es perpetua, y la economía mexicana lleva años estancada, sin generar el crecimiento necesario para sostener estas políticas. El consumo, de hecho, muestra una tendencia a la baja. Como lo dice Luis Lozano Olivares, en un artículo sobre pobreza en el Diario Excelsior: “el pastel económico no crece, pero hay cada vez más bocas que alimentar”.
El mismo Lozano señala que “el gobierno ha mantenido el circulante reduciendo gasto en rubros estratégicos —infraestructura, salud, educación— y aumentando la deuda pública a niveles no vistos en décadas. Esta “tarjeta de crédito” garantiza alivio inmediato, pero hipoteca el futuro, pues serán los próximos mexicanos quienes paguen esa deuda”.





Por su parte, el incremento salarial recae en las empresas. Es justo que los trabajadores reciban más, pero para que sea sostenible, el Estado debe facilitar condiciones de competitividad: reducir costos de energía, mejorar seguridad, impulsar inversión y fortalecer la infraestructura. De lo contrario, los salarios se vuelven un factor de presión más que de desarrollo.


En conclusión, el incremento del flujo de efectivo actual es real, pero frágil. La única forma de hacerlo sostenible es con políticas de largo plazo basadas en educación, infraestructura y energía. Sin ello, los avances que hoy se celebran corren el riesgo de ser solo temporales.




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