Fernando
G. Castolo*
Corren
los últimos años del siglo decimonónico y los primeros del veinte, y la antigua
Zapotlán el Grande parece estar en su mejor momento al experimentar un
florecimiento comercial y cultural como nunca se había dado. La ciudad luce
amplia y limpia; y en la trama urbana aparecen edificios monumentales, tanto
por su arquitectura como por su volumen, que modifican aquel aspecto
provinciano e impregnan un aire de modernidad. También los pobladores modifican
su forma de vestir y atrás han quedado los pantalones de manta de los hombres y
los rebozos de bolita de las mujeres. Uno de los principales impulsores de este
fenómeno es el encargado de la mitra local desde 1895, don Silviano Carrillo y
Cárdenas, hombre cauteloso y visionario que supo encauzar las fortalezas de una
sociedad pujante en beneficio del progreso y la ilustración.