Fernando G.
Castolo*
Siempre caminando, siempre elegante, siempre sonriente. Era poseedora de una de las bellezas físicas más fascinantes de esta antigua Zapotlán; era nuestra Elena de Troya, diría Vicente Preciado Zacarías. Una dama exquisita en sus modos, educadísima al extremo, muy culta, asistida de una presencia nada ordinaria.
Después, ya jubilada, tuvo la gallardía de adquirir la vieja residencia de don Paco Barragán, una estupenda casa de líneas vernáculas que convirtió en una especie de conservatorio, donde se impartían clases de música. Debemos de agradecer este gesto de entusiasmo vocacional impregnado en muchas generaciones que tuvieron el apetito de abrazar esas sensibilidades.
Una gran mujer, sin duda, en toda la extensión de la palabra. Hoy la recordamos sumamente afligidos por su ausencia terrenal, porque se ha apagado una de las más incandescentes luminarias de la ciudad; en cambio, en la constelación que cubre en las noches al valle, contemplamos una nueva estrella que sigue obsequiando esperanzas en la efímera existencia... Maestra Elvira Vázquez Aguilar, vayan hacia Usted estas humildes palabras como la más sincera ofrenda de despedida a su persona y a su bella herencia. ¡Es hora de descansar!
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