Pedro
Valderrama Villanueva
Cuando
un día se escriba la historia reciente de la literatura de Jalisco,
a partir de la década de 1990, será inevitable referirse al
meticuloso trabajo que Víctor Manuel Pazarín (1963-2021) desarrolló
a lo largo de más de tres décadas como poeta, narrador, ensayista,
tallerista y editor. Su incursión dentro del mundo literario se dio
a finales de los años ochenta, después de dejar atrás su pueblo
natal, Zapotlán el Grande, en busca de nuevos horizontes. En Colima
se inició como periodista cultural y, posteriormente, en
Guadalajara, Pazarín se integró al taller de creación de Ricardo
Yáñez y, pocos después, al de Juan José Arreola, de quienes
aprendió valiosas lecciones que, seguramente, influenciaron en su
obra personal. Sin embargo, como cualquier figura destacada dentro
de la cultura, nuestro escritor nunca estuvo exento de polémicas,
fue, además, constantemente, objeto de envidias y fuertes críticas
por parte del medio literario de Guadalajara. Víctor Manuel tenía
la fama de ser malhumorado, difícil y era conocido por la rigidez
con la que encabezó sus talleres de escritura. La exigencia que lo
caracterizó no solamente la ejerció sobre sus pupilos sino hacia su
propia escritura y labor como editor. Por ejemplo, a mediados de la
década de 1990, dirigió, al lado de Guadalupe ángeles, la revista
Soberbia,
que contenía una polémica “nómina de colaboradores”. Por ende,
ésta fue tachada de “cerrada” o “de grupo”. A pesar de ello,
Pazarín continuó su labor de editor con ambiciosos proyectos como
Mala Estrella, que apostó por un conjunto joven de escritores como:
Silvia Quezada, Guadalupe Ángeles, León Plascencia Ñol, Elizabeth
Vivero, Genaro Solórzano, Antonio Marts, y Los Cuadernos del Jabalí,
además de escribir, regularmente, reseñas de libros, escribir
ensayos y realizar entrevistas en diferentes periódicos, revistas y
en La
Gaceta de la UdeG.
También llevó a cabo una extensa investigación en torno a los
talleres literarios que dirigió Juan José Arreola, entre otras
actividades.