martes, 28 de octubre de 2025

María Cristina Pérez Vizcaíno, poeta y pionera de las letras jaliscienses

 



Plaza del jardín que abrió la luna
para sentarse a contemplar los portales.
(“A Zapotlán”, 1950)

Mar Pérez



Nos tienen que asegurar que estos versos los ha compuesto una jalisciense y no Rafael de León o —se cumple ahora medio siglo de su muerte— Joaquín Romero Murube: «Un patio con azulejos/ por donde va el aire y viene/ refrescado en los limones, / en los percales, caliente». También se nos ha de convencer de que un verso casi ultraísta como «Telegrafía de tacones» no sea de Adriano del Valle (puestos a recordar efemérides, este año también se cumplen los cien de que Borges publicara en Sevilla su primer poema, ‘Himno del mar’, dedicado a Adriano)”. Así se refería el poeta y crítico Antonio RiveroTaravillo a la obra de María Cristina Pérez Vizcaíno, nacida en 1916 en Zapotlán el Grande, Jalisco, y fallecida en la Ciudad de México en 1987. 



En el mismo texto, Rivero Taravillo advierte una afinidad con la cadencia de Ramón López Velarde, perceptible en el modo en que la autora dota de musicalidad al paisaje y combina religiosidad, ironía y sentido de pertenencia.

A ciento nueve años de su nacimiento, la obra de María Cristina Pérez Vizcaíno ofrece hoy una mirada esencial a la identidad cultural del sur de Jalisco: la de una mujer culta, observadora y sensible que viajó, estudió y escribió entre dos patrias, y en cada una encontró el pulso de su creación.


María Cristina en la laguna de Zapotlán.



En Poesía reunida (Puertabierta, 2019), la doctora Ada Aurora Sánchez Peña, ha permitido redimensionar la figura de María Cristina Pérez Vizcaíno en el panorama literario nacional como una escritora de rigor formal y profundidad filosófica, que se apartó de los tópicos del amor romántico para escribir sobre la guerra, la fe, el exilio, la provincia y el paso del tiempo. En “Presentación en tres actos”, la doctora Sánchez Peña En su ensayo, reconstruye los vínculos vitales y estéticos de la autora: su infancia en Zapotlán, su estancia formativa en España durante los años treinta, la huella de la Guerra Civil y su regreso a México, donde consolidó una carrera marcada por el rigor y la independencia.

Visita de Antonio Rivero Taravillo, a Zapotlán.


Su formación en España y su diálogo con las Generaciones del 98 y del 27 se reflejan en su dominio de la métrica clásica, la claridad conceptual y una mirada que une lo histórico con lo íntimo. La autora asimiló influencias de la Generación del 98 y la Generación del 27, especialmente de los hermanos Machado y Federico García Lorca, con quienes compartió una visión metafísica del tiempo, la muerte y la trascendencia. Su poesía se caracteriza por la precisión formal, el uso del romance, el soneto y el verso alejandrino, pero también por un espíritu de vanguardia que se advierte en poemas como “Onda corta”, “Telescopio” o “El rápido nocturno”, donde se funden la modernidad y la contemplación lírica.

Autora de los poemarios Atabal (1945) y El asalto (1952), ambos prologados por Julio Jiménez Rueda, Pérez Vizcaíno recibió el Premio Jalisco de Literatura en 1953 y fue colaboradora constante de El Informador y Novedades. Su poesía se centra en temas poco comunes en la literatura femenina de su época: el exilio, la guerra, la espiritualidad, el paisaje provinciano y el orgullo de sus raíces; incorpora la reflexión existencial —como en “La tristeza de vivir” o “Va pasando la vida”— y la denuncia social, visible en “El mendigo muerto” o “El hijo de nadie”. En sus versos, la música y la religiosidad conviven con la conciencia del tiempo y la memoria de los lugares que habitó.





Además, bajo el seudónimo Erick Bergen, publicó en 1960 La tercera cara de Israel, un ensayo de veintisiete capítulos sobre la historia y la espiritualidad del pueblo judío. En un contexto conservador y un entorno literario dominado por hombres, usar un nombre masculino fue su forma de abrirse paso y sostener una postura intelectual independiente. Con ello, Pérez Vizcaíno emuló a varias autoras que, como las hermanas Brontë o Karen Blixen (entre muchas otras), recurrieron al seudónimo masculino para que su obra fuera leída y tomada en serio, desafiando los límites impuestos por su época y afirmando la legitimidad de su voz en la historia literaria.

En los albores de su historia Israel era un pedazo de tierra insignificante geográfica e históricamente. Un pequeño pueblo sin importancia frecuentemente vasallo de otros y casi siempre dominado por extranjeros. Después sin ese primitivo pedazo de tierra ya no fue ni siquiera un pueblo. Era nada más una raza. Una raza errante e indeseada por todos los territorios del mundo. La tercera cara de Israel. p.6


Su lenguaje, vasto y elegante, pero a la vez preciso y sereno, la coloca entre las autoras mexicanas que deberían ocupar un lugar central en la historia literaria del país, su vigencia se sostiene porque su obra une dos tradiciones: la mexicana y la española, la devoción provinciana y el pulso cosmopolita. Para los zapotlenses, representa una raíz viva, una autora que convirtió los paisajes del sur de Jalisco en materia de alta poesía. Para los estudiosos, es una oportunidad de reencontrar a una mujer que fue contemporánea de Arreola y de Rulfo, pero que escribió desde un territorio propio, entre el silencio y la música de las palabras.

Ojalá que la obra que se dice que existe —sus cuentos y novelas policiacas escritas presuntamente bajo un seudónimo— pueda pronto ser rescatada y puesta al alcance del público que merece conocer la totalidad de una voz tan lúcida como necesaria.





A más de un siglo de su nacimiento, la obra de María Cristina Pérez Vizcaíno —aunque de una calidad indiscutible y una de las voces poéticas más completas de Jalisco— sigue siendo poco reconocida y escasamente difundida, incluso en Ciudad Guzmán. Su nombre ha quedado fuera de varias antologías y estudios dedicados a las escritoras jaliscienses, pese a que su obra revela una profundidad intelectual y un oficio poético que merecen mayor atención crítica.


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