El contacto frecuente con recién
llegados y entre unos y otros es el punto luminoso de nuestras
vidas.
Un hombre llegó borracho a una reunión, interrumpió a
los participantes, se puso de pie y se quitó la camisa; tambaleante
y bullicioso iba y venía por café, exigió que le dejaran hablar y
finalmente insultó al secretario del grupo y se fue. A mí me agradó
que estuviera allí — vi una vez más lo que había sido yo. Y vi
también lo que todavía soy y lo que podría ser. No tengo que estar
borracho para querer ser la excepción y el centro de atención.
Frecuentemente me he sentido abusado y he respondido abusivamente
cuando sencillamente se me estaba tratando como un ser humano común
y corriente.
Cuanto más insistía aquel hombre que era
diferente, más me daba cuenta de que él y yo éramos exactamente
iguales.
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