Omar
Carreón Abud
Siempre persiguiendo la ganancia máxima y
el exterminio de sus competidores, inevitablemente, obsesivamente,
sin otra forma de ser y existir, los dueños del capital cambian de
forma para conservar su esencia pretendiendo existir para siempre
arrancando tiempo de trabajo sin pagarlo. Al obrero históricamente
despojado de medios de producción, se le compra su energía vital,
lo único que le queda, para marchitarlo produciendo para manos
extrañas que enajenan los resultados de su trabajo. Al obrero se le
paga para que resista y regrese al día siguiente hasta que viva
treinta o cuarenta años, pero nunca, jamás, recibe una cantidad que
se asemeje al valor producido. Ese valor, cada día más formidable,
queda coagulado en las mercancías producidas que deben venderse sin
demora para convertirlo en dinero contante y sonante que, por
supuesto, queda en poder exclusivo de los capitalistas que lo gastan
agrandando incesantemente sus capitales y adquiriendo bienes
suntuarios para su disfrute y el de sus familiares y allegados. Así,
si se pudiera, hasta el fin de los tiempos.