Víctor Hugo Prado
La censura en México ha cambiado de rostro. Ya no se ejerce con golpes, clausuras o amenazas directas, sino con toga, birrete y códigos legales. El Estado, o quienes lo representan, han sustituido la censura abierta por un modelo más sofisticado y corrosivo: el acoso judicial. Un sistema que criminaliza la crítica pública y castiga a quienes se atreven a cuestionar el poder.
Los números lo confirman: solo entre
enero y julio de este año se registraron 51 casos de acoso judicial
contra periodistas y medios de comunicación, un incremento del 143%
respecto a todo 2024. Es decir, un nuevo proceso cada cuatro días.
Veracruz encabeza la lista con diez casos, seguido de otros dieciséis
estados, lo que evidencia una práctica sistemática, no hechos
aislados.
Lucía Moguel, investigadora del Programa de
Protección y Espacio Cívico de Artículo 19, advierte que los temas
sensibles —corrupción, nepotismo, vínculos con el crimen
organizado— están desapareciendo del debate público. No porque no
existan, sino porque hablar de ellos puede costar una demanda, una
multa o la ruina personal. En algunos casos, las sanciones oscilan
entre dos mil y doscientos mil pesos, aunque hay demandas
millonarias, como la que enfrenta en Campeche un comunicador al que
incluso amenazan con embargar su vivienda.
Figuras públicas
como Pío López, Layda Sansores y otros actores políticos ya
encontraron el camino y lo enseñaron a los demás: usar los
tribunales como instrumentos de intimidación. No importa ganar o
perder el caso; el proceso mismo se convierte en el castigo. El
mensaje es claro: pensar diferente sale caro.
En un país donde ejercer la libertad de expresión implica un riesgo legal y económico, la democracia se vuelve frágil. Cada demanda, cada multa, cada citatorio judicial dirigido contra una voz crítica erosiona el espacio cívico. Y aunque no haya balas ni censores oficiales, el resultado es el mismo: silencio, miedo y autocensura.
Porque cuando expresarse por cualquier vía se
convierte en peligro, eso —aquí y en cualquier lugar— se llama
censura.
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