Víctor Hugo Prado
En los últimos siete años, México ha mostrado signos evidentes de una severa regresión democrática. Para muchos, sobre todo los más jóvenes, este fenómeno puede parecer irrelevante o lejano, sin dimensionar que constituye una amenaza directa al futuro y que puede afectar derechos humanos básicos, como ha sucedido en otros países que abandonaron la senda democrática.
Algunos ejemplos ilustran esta preocupante tendencia:
– La ausencia de alternativas
políticas reales. Se perfila un escenario donde solo habrá “una
sopa”, sin opción de elegir entre proyectos distintos.
–
Con un órgano electoral debilitado y un tribunal a modo, el 54 % de
los votos terminó convertido en un 74 % de los escaños en la Cámara
de Diputados. Este tipo de distorsiones abre la puerta a mayorías
artificiales que permiten un poder absoluto, desvirtuando la voluntad
popular.
– La disolución del Poder Judicial independiente dio paso a un sistema donde los ministros, magistrados y jueces son definidos según intereses políticos y no por méritos propios, lo que mina la impartición imparcial de justicia.
– La eliminación de órganos
autónomos creados para evaluar y exigir el cumplimiento de
obligaciones en sectores estratégicos —educación, energía,
telecomunicaciones, entre otros— dejó al propio gobierno como juez
y parte de sus acciones.
– La Guardia Nacional fue adscrita a
la Secretaría de la Defensa Nacional, rompiendo con la tradición de
que la seguridad pública recaiga en civiles. Esta militarización
incrementa riesgos de violaciones a derechos humanos.
– El hostigamiento desde el poder hacia las voces críticas en medios públicos y privados se ha vuelto permanente. Comunicadores y programas incómodos son amedrentados, mientras que los medios públicos se han convertido en voceros oficiales, promoviendo campañas partidistas y construyendo una narrativa que contrasta con la realidad nacional.
– En el Congreso se ha anulado el debate de fondo. Las reformas, leyes e iniciativas se aprueban sin análisis, discusión ni valoración de sus impactos, reduciendo el trabajo legislativo a un simple trámite de obediencia.
– Las protestas de la sociedad
civil —como las de padres de niños con cáncer o colectivos de
búsqueda de desaparecidos— son ignoradas y descalificadas,
evidenciando un desprecio constante hacia la participación
ciudadana.
– Finalmente, la oposición es
tratada como enemiga. Su permanente estigmatización polariza a la
sociedad, impide acuerdos y bloquea la posibilidad de construir
consensos para avanzar en el desarrollo económico, político y
social del país.
Ojalá la realidad desmienta este panorama.
Sin embargo, el rumbo que hoy se vislumbra no augura nada positivo
para el futuro de México.
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