viernes, 16 de junio de 2023

México, con la equis en la frente

 

Reflexiones sobre la lengua

 

 

Ramón Moreno Rodríguez

 

 

Nosotros los mexicanos estamos acostumbrados a ver el nombre de nuestro país con una “x”, pero ¿qué pasa cuando viajamos a España? Si le pides a un nativo de allá que escriba México está casi asegurado que cambie la “x” por una “J”, para ellos eso es lo correcto. De hecho, fui testigo de un español corrigiendo a un mexicano tachándole la “x” y poniendo en su lugar una “j”. Son muy estrictos y les desconcierta que utilicemos la x para esa función, hasta pareciera que violentamos con ello el manual de ortografía de la RAE.




He tratado de explicarme por qué les incomodará eso y aunque no tengo una respuesta del todo que me satisfaga, sí identifico en mí un sentimiento que de seguro es equivalente al que digo cuando veo la paja en el ojo ajeno. Se me hace fatigoso escuchar a un español (o argentino, que ellos también lo suelen hacer) pronunciar Texas (Tecsas) y no Tejas. Y lo mismo sucede en los noticieros. Como lo habrá observado el amable lector, cuando el locutor encargado de la sección de finanzas lee una nota en la que informa de la subida del costo del petróleo, suele decir que el barril West-Tecsas está a la alza y no pronuncia (como debería ser, según mi parecer) que el barril de petróleo West-Tejas está a la alza. He de agregar de pasada que también los locutores de noticias mexicanos, a quienes se los disculpo menos, tienen la costumbre de pronunciar West-Tecsas y no West-Tejas.


Pues bien, volviendo a nuestro propósito, los españoles que insisten en que deberíamos escribir Méjico y no México, tienen en parte razón. No obstante, estas líneas que a continuación escribiré, explican por qué debe respetarse este aferrado uso arcaizante nuestro de preferir la equis y no la jota.






El afamado filólogo venezolano Ángel Rosenblat decía que cuando un hispanohablante no mexicano viaja por nuestro país, queda terriblemente sorprendido por el enredo en que nos hemos metido con la grafía equis, puesto que prácticamente escribimos esta letra, pero pronunciamos lo que sea, y casi siempre un fonema diferente. Y no le faltaba razón. Obsérvese que escribimos equis, pero pronunciamos ese en la palabra Xochimilco; en la palabra Xola, pronunciamos una che; en México, ya dijimos, jota; en máxtlatl sh y en Necaxa, ks.


El mismo Rosenblat dice que eso le sucedió al español hablado en México por su contacto con el náhuatl, que tenía determinados fonemas que el español no, y en cuanto que la lengua del Cid le prestó el alfabeto a nuestra lengua amerindia, se hizo ahí un batiburrillo que produjo el efecto que acabamos de explicar. Sin duda, algo de cierto hay en ello y que los evangelizadores franciscanos que llegaron a nuestro país a partir de 1524, contribuyeron con este enredo de seguro que es verdad, pero tengo para mí que tal planta ya había germinado mucho antes y que esa confusión fue traída de España y que junto con el alfabeto, se la “prestó” (la confusión) el español medieval al náhuatl. Trataré de explicar esto.


Primero diremos que en los orígenes de nuestra lengua (el español), en la Baja Edad Media, surgieron fonemas que en latín no existían; el caso más comentado es la “ñ”. Otro hecho es que en aquellos tiempos se usaban las letras propias del latín, pero los fonemas no siempre se correspondían con lo escrito; un ejemplo sería la “r”, que en español es un fonema diferente al del latín que le corresponde; por ejemplo, en la lengua de Lacio, Roma se pronunciaba con una “r” vibrante simple que casi parece una “d”; mientras que en español esa palabra la pronunciamos con una “r” vibrante múltiple; parece que un ferrocarril marcha a toda velocidad a nuestro lado cuando un italiano nos escucha pronunciarla. Tercer hecho, a lo largo de los siglos han aparecido en nuestra lengua algunos fonemas que después desaparecieron; incluso, algunos han vuelto a surgir; digamos en broma que revivieron y salieron de su tumba lingüística.




En este último hecho, a mi parecer, se dio el origen del enredo que hoy se nos endilga a los mexicanos. Veamos este ejemplo que me permitirá explicarme. La palabra “muxer” en ciertos momentos de la Edad Media se pronunciaba con un fonema que luego desapareció y que más o menos corresponde a la “sh” del inglés. Con los siglos se disolvió y en su lugar se pronunció una jota; así pues, se escribía muxer, se pronunciaba musher y en nuestros días pronunciamos “mujer”. Pues bien, en España el fonema “sh” ha revivido. En la actualidad, se ha popularizado allá el nombre Xavier (en oposición a Javier) y los españoles lo pronuncian como Shavi y no Javier o Javi, como siempre lo hemos hecho nosotros (y ellos también), desde el siglo XVI.


Por otro lado, existen en España plazas, calles, avenidas o instituciones que se llaman Ximénez de Cisneros. El más conocido de todos quizá sea el Colegio Mayor Ximénez de Cisneros de la Universidad Complutense de Madrid. He estado ahí y la gente pronuncia Jiménez de Cisneros y no Shiménez de Cisneros o Csiménez de Cisneros. Finalmente traeré a colación el caso más extremo que es el nombre  Txema, que no es sino el conocidísimo hipocorístico para quienes se llaman José María, es decir, Chema.


Por lo tanto, me pregunto, si en España hay quien escribe Xavi, pero pronuncia Shavi o Ximénez y pronuncia Jiménez o Txema y pronuncia Chema ¿no es exactamente el mismo caso que en nuestro país con las palabras del náhuatl ya referidas? Sin duda lo es. Imposible pensar en la otra alternativa: que los españoles tomaron nuestros usos y costumbres de como escribimos y pronunciamos muchas palabras del náhuatl que pasaron al español que nosotros hablamos.





Volvamos al caso de “muxer”, que es el mismo de “México”. Como ya se dijo, en algún momento (cuando el español tomó contacto con el náhuatl por primera vez) existía en la lengua ibérica el fonema sh que se escribía “x”. Son muchas las palabras en esa circunstancia, no sólo “muxer”, menciono de pasada tres más: dixo, oxo, y Quixote. En el caso del nahuatlismo “Meshiko”, (era una palabra grave, no esdrújula, como hoy la pronunciamos) tenía un fonema equivalente a la sh de oxo o muxer, y por lo tanto, lo lógico es que los evangelizadores que dotaron al náhuatl de escritura la escribieran con “x” al igual que “dixo” y tantas otras.


Con el paso de los siglos la pronunciación cambió pero en la impresión de la novela, por ejemplo en el siglo XVIII, seguía apareciendo la x, aunque se pronunciase jota. Y no era el único caso el de la equis y la jota, sucedía con otras muchas grafías y fonemas. Por ejemplo, se escribía cathólico pero se pronunciaba católico y no cazólico, al uso griego de la interdental. También se escribía Xpisto y se pronunciaba Cristo.


Como bien puede concluir el lector, le pasó a la escritura del español en el siglo XVII y XVIII lo que le pasa al inglés de nuestros días, que se escribía una cosa y se pronunciaba otra. Y ha de saber el lector que esta preocupación por la diferencia que había entre lo que se escribía y lo que se pronunciaba, y en particular el enredo entre jota y equis, ya desde entonces era motivo de consideraciones, análisis y explicaciones.





Mateo Alemán, el famoso escritor de origen judío que vivió en México, escribió un libro de ortografía que fue publicado en 1609. En él dice que: “careciendo los antiguos de esta letra x hasta los tiempos de Augusto César, y los varios modos como en su lugar escribían con su pronunciación, unas veces diciendo ápecs por ápex y otras gregs por grex, decían csi y gsi por xi… La x y la j tienen cierta similitud o parentesco, como la ss y la ç por donde algunos la truecan, diciendo dixe por dije, no advirtiendo que la x es más suave y se pronuncia casi como el silbo: la lengua poco menos que junta con el paladar, y para la j se tiene que retirar y formarse por entre los dientes, con sólo el aliento. Nosotros pronunciamos la x como los árabes, de cuya vecindad nos la dejaron en casa”.


Múltiples son las cosas que se pueden inferir de esta cita, entre otras, que existían varios fonemas que se han perdido y que ahora se pronuncian (acá en América), como uno solo; me refiero a la s, ss, c (ante e, i) y la ç. Esos cuatro fonemas se han concentrado es uno solo. Pero vayamos a lo nuestro. En algún momento, e ignoro la fecha y las circunstancias concretas pero debió ser en el siglo XIX, en español se buscó unificar la escritura y la pronunciación y dejó de escribirse cathólico, porque en verdad se pronunciaba católico, Raphael porque se pronunciaba Rafael y muxer porque se pronunciaba mujer. En México (y por ello concluyo que eso sucedió en el siglo XIX) nos negamos a cambiar la grafía con que siempre se había escrito el nombre de nuestra ciudad capital, la Intendencia de México (la región central de nuestra nación que incluía los actuales Guerrero, Morelos, Estado de México, Distrito Federal, Hidalgo y parte de Veracruz) y el país todo, que siempre se usó alternativamente a Nueva España, México o imperio mexicano. Y como no hubo autoridad española que nos pudiera imponer tal cambio, pues los gobiernos independientes surgidos a partir de 1821, siguieron escribiendo la palabra como siempre se había escrito desde que tuvo las grafías latinas que la identifican.


En síntesis, desde antes de que existiera la lengua española, la grafía equis ha sido un problema, pero lo que en latín era una dicotomía entre cs y gs, a partir del nacimiento del español (digamos que hacia el siglo X de Nuestra Era) varios fonemas (ch, sh, j, s, cs) se han asociado a esta letra; cuando el español llegó a nuestro territorio mexicano y dotó al náhuatl de un alfabeto, le transmitió esa costumbre de escribir una letra y con ella representar, por lo menos, cuatro fonemas.





 

Para concluir, ¿es una necedad nuestra no actualizar o modernizar esa grafía? Sin duda sí, pero hay razones subjetivas que nos hacen inclinarnos por la vieja usanza. De hecho, no es el único caso el nuestro; en Argentina, la declaración de independencia de ese país se escribió con una ortografía entre arcaizante y fonética; ellos lo hicieron, según explicaron en su momento, para ir marcando la distancia con España que a partir de ese momento surgía. Quizá algo haya de eso en nuestra elección, pero es más; tiene que ver con los orígenes, con lo fundacional, con lo telúrico, con la nostalgia de lo ya perdido. Debo reconocer que hay en este gusto nuestro, también, y parafraseando al poeta, una íntima tristeza reaccionaria. Sí, es conservadora nuestra actitud. Como conservadora es la de quien llama a un instituto Ximénez de Cisneros a sabiendas de que se pronuncia Jiménez de Cisneros.


Así como nosotros jamás le diremos a los de la Universidad Complutense de Madrid que no hagan eso, nadie puede tachar nuestra equis, que la llevamos en la frente, diría Alfonso Reyes, para poner al lado una jota. Y ese gusto nuestro ha sido bien aceptado y bien entendido por la mayoría, y hasta compartido con respeto. El mismo Alfonso Reyes cuenta que en Buenos Aires pidió que las nomenclaturas de la calle México de esa ciudad se cambiaran porque habían sido labradas con jota. Después de dar una amable, inteligente y erudita explicación de por qué los mexicanos preferimos la equis a la jota en el nombre de nuestro país, las autoridades de aquella ciudad aceptaron con respeto ese gusto, y mandaron cambiar las placas.

 


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