Salvador Encarnación
1
Son
pasadas las diez y media de la mañana y GDL es toda movimiento. A
esta hora, mínimo, se debe desayunar “bueno y pesado” como marca
el canon. Otro dicta: “desayunar como rey, comer como príncipe y
cenar como esclavo”. En desacuerdo con su nombre, la carta del café
Madrid ofrece comida mexicana. Hoy es 11 de septiembre del 2025 y es
un día de suerte: una mesa anexa al ventanal está desocupada. Soy
el primero en sentarme en el viejo sillón antes llamado booths
y este se hunde hasta el límite del susto. “Es desde el tiempo de
la inauguración”, me dicen. Veo la carta y en ella se indica el
año de la apertura, 1955. Revisamos lo viejo del sillón. “Tantito
antes”. Se alegra la mañana.
2
Veo,
allá afuera, el ajetreo de los autos que pasan por avenida Juárez.
Veo el cruce presuroso de personas que se dirigen, quizá, a su
trabajo. Veo otras que no se adivina si van o vienen. Incluso un
dueto con su marimba va rápido, ligero, como si alguien lo
persiguiera para robarle los danzones, las cumbias y chachachás.
—¿Ya se fijaron? Llevan a la marimba en silla de ruedas, como tullida.
3
Pedimos chilaquiles. La señorita que nos atiende informa que hay “paquetes de desayunos”. Pedimos tres órdenes. Llega primero el café, luego el jugo de naranja (“un juguito”), y tres platos con los chilaquiles y frijoles fritos. En un cesto, birotes fríos. Un poeta de GDL sostiene que el nombre de ese pan se escribe con uve (v). En tanto los gramáticos se ponen de acuerdo, los cocineros, por su lado, lo deberían hacer también: el pan caliente es más bueno. Y otra cosa para mejorar: los chilaquiles llevan cebolla y de ella ni sus olores.
4
La marimba apenas irá llegando a 16 de septiembre cuando por el ventanal pasa un mariachi. El músico del guitarrón carga el instrumento como si fuera niño en brazos. Nadie lo corrige: “…se lleva del lado izquierdo del músico, con la tapa hacia el cuerpo y la joroba al exterior”. Desde la puerta de ingreso llegan las notas y letras musicales: “Me gusta cantarle al viento/ porque vuelan mis cantares/ y digo lo que yo siento/ por toditos los lugares…” Esta canción, La feria de las flores, era una de las predilectas de Jorge Negrete y también de Lola Beltrán. Los músicos andan de güipa y piden el apoyo de los comensales. Tocan otra, Jesusita en Chihuahua. Esta melodía me recuerda a mi padre, en paz descanse, cuando tocaba su violín. Me dan ganas de cambiar el café por un tequila derecho.
5
En tanto los músicos se ponen de acuerdo, el joven del guitarrón se sienta en la banca y platica con una señora que ahí descansa. Algo le dice y ella sonríe, como si le cantara sólo a ella. Quién sabe. La apacible Guadalajara que “huele a tierra mojada” renace con esta imagen.
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