domingo, 15 de junio de 2025

Indecorosas entradas-salidas de Guadalajara. Urge dignificarlas

 



Pedro Vargas Avalos


En todo México y aún en el mundo, la Perla Tapatía, nuestra hermosísima Guadalajara, es reconocida como genuina representativa de la mexicanidad, no la indígena que es legataria de la grandiosa historia precortesiana nacional, sino de la que nació tras tres siglos de coloniaje, cuando surgió nuestro país como nación independiente. Recordemos que la urbe jalisciense, antes que alguna localidad de toda la actual República tuvo un gobierno nacional (instituido por el Padre de la Patria, D. Miguel Hidalgo y Costilla, cuando el movimiento insurgente adoptó como sede a nuestra Atenas de Occidente, entre noviembre y enero de 1810-811) y que, además, pregonó la independencia (13 de junio de 1821) primero que cualesquiera poblaciones de México, incluida la capital del país, la cual lo hizo hasta el 27 de septiembre de 1821. Finalmente mencionaremos que fue cuna del federalismo y con ello de la República Federal.




Pues bien, a la fecha Guadalajara continúa preservando muchos elementos de los que la llevaron a ser considerada la más hermosa ciudad mexicana. Una vez, en 1981, estando de visita el Lic. Humberto Lira Mora, destacado político nativo del Estado de México, luego de un paseo por el centro histórico, expresó emocionado: “De Verdad, Guadalajara es una ciudad para presumir a México”. A ello agreguemos que el notable filósofo José Vasconcelos, en sus memorias varias veces elogia a Jalisco y su capital, reiterando que era la sede de la aristocracia étnica mexicana.

En su toma de posesión como primera presidenta municipal de nuestra Perla de Occidente, la alcaldesa Verónica Delgadillo, declaró: “Que se oiga claro y fuerte: Guadalajara será un faro de esperanza para todo México. Desde esta tierra, se defiende y se engrandece a nuestro país. Desde aquí, desde el corazón de Jalisco, vamos a cuidar a nuestras tapatías y tapatíos, vamos a seguir transformando México.”

Lo anterior, con palabras emotivas, realza el ánimo de todos los que residimos en esta metrópoli del valle de Atemajac, fundada por cuarta ocasión el 14 de febrero de 1542. Sin embargo, la terca realidad se empeña en obstruir lo que expresó la mandamás tapatía. Al respecto podemos aludir un reciente viaje que hicimos al espectacular Puerto Vallarta, la alhaja jalisciense del Pacifico, a donde acudimos para cuestiones culturales, y atraídos por conocer la supuesta flamante vía corta que apenas -según publicaciones oficiales- se concluyó el 28 de diciembre -día de los inocentes- pasado: “El último tramo, que conecta Bucerías con el Aeropuerto Internacional de Puerto Vallarta, se inauguró a finales de 2024, después de 13 años de construcción. Esta vía corta reduce significativamente el tiempo de viaje entre Guadalajara y Puerto Vallarta, de aproximadamente 5 horas a alrededor de 2 horas y media”.

Sobre esa información, diremos que tiene varias imprecisiones, pues el entronque con la ciudad porteña no está terminado y se debe hacer circo para llegar a un domicilio en la ciudad turística. Por otra parte, el costo de la caseta final de la autopista es de $483.00 -cuatrocientos ochenta y tres pesos- es decir, casi nueve pesos por kilómetro recorrido en este tramo. Esto es un verdadero atropello, mismo que hará que no se utilice por los automovilistas.

De regreso a nuestra querida Perla Tapatía, como a las 17.00 horas, nos encontramos con tal saturación de tráfico a partir de La Venta del Astillero (Zapopan) y hasta el centro guadalajarense, que requerimos alrededor de ¡tres horas! Esto hace que cada viajero, se exaspere y con ello incurra en movimientos que ocasionan tremendos problemas viales. Y claro, recordatorios maternos para las autoridades.





Al día siguiente hubo necesidad de ir a un punto cercano a Santa Ana Tepetitlán, en las cercanías del periférico sur. El único camino es la avenida Adolfo López Mateos, y esta tiene tal saturación vial, que solo con la paciencia de Job se puede tolerar su recorrido. Mientras esto sucedía, meditamos en los problemas que tiene la comunicación de la ciudad tapatía al aeropuerto y a Chapala con sus colindancias, de encantadora atracción turística. Y regresaron las expresiones poco encomiables hacia los gobernantes.

Ahora bien, el traslado del aeropuerto (Libertador Miguel Hidalgo, nombre que nadie usa ya, ni tan siquiera el mismo edificio de la terminal aérea) es toda una calamidad: hay ocasiones en que para abordar un taxi -por cierto bastante caro- se dura mas de una hora: pero eso sí, no se puede pedir un vehículo de alguna compañía del ramo, porque es un monopolio de los taxis del aeródromo; esto a ciencia y paciencia de las mandos federales, los cuales suelen multar con enormes sumas al conductor que se atreva a dar sus servicios. Y eso que la Constitución prohíbe los monopolios.

Para los que vivimos en la urbe, otro problema es el de la nomenclatura, la cual siempre ha sido relegada por los ayuntamientos. La solución, al alcance de la mano, la deberían tomar nuestros funcionarios municipales, tan sencillo como exigir que todo comerciante o usuario de alguna licencia, imprima junto a su razón social, el nombre de la calle en que se ubica. Y en cuanto a las esquinas donde no hay giros que lleven a cabo aquella encomienda, se subsidie a los propietarios para que instalen las placas correspondientes, que luego se les reintegrará lo invertido. Aquí también puede acudirse a las empresas que suelen anunciarse, para que pongan los señalamientos de calles, a cambio de difundir sus productos -recurso que hace años se utilizó, pero luego se dejó al margen- lo cual es benéfico para todos.





Y ya que hablamos de calles, recordemos que estas no son propieda de los dueños de fincas allí ubicadas, los cuales broncamente se apropian de ellas para evitar que algún ciudadano se estacione, y con toscos instrumentos, se reservan sus espacios para provecho propio, lo cual es reprobable y hasta punible. Pero tal parece que los inspectores del municipio, o los que dirigen tránsito, no les interesa poner orden al respecto.

Retornando a los ingresos-salida de la Perla Tapatía, son, lo menos que podemos decir, indecentes para el nivel de la gran metrópoli que es. El gobierno de Jalisco, y hasta el de ámbito federal, deberían sumarse a la cruzada de dignificar esas vías de comunicación carretera. Y esa regeneración debe incluir la adecuación de construcciones a lo largo de tales accesos, pues en algunas partes, hasta los ojos duelen de ver lo pésimo de sus edificaciones. Hay que tener presente que la arquitectura es de gran importancia, y cuando el menos el centro histórico, y las colonias del poniente, son de excelente característica, por lo que los inmuebles de los ingresos-salidas de Guadalajara, deben estar a la altura del respetable perfil urbanístico de la ciudad.

Hace unos días, nos informamos que “en un encuentro sin precedentes con directivos de medios y líderes de opinión, la alcaldesa de Guadalajara, Verónica Delgadillo, ofreció un vistazo crudo a los desafíos que enfrenta su administración, particularmente la crisis hídrica y la precariedad financiera municipal.” Eso está muy bien, pero luego presentó lo difícil del panorama de acuerdo con el magro presupuesto del municipio, ante los formidables desafíos que tiene para brindar buenos servicios. (Gabriel Ibarra Bourjac, Conciencia Pública). Al respecto, manifiesta el agudo periodista: “La alcaldesa puede impulsar alianzas público-privadas con incentivos fiscales y cabildeo con el Estado y la Federación, pero sin una reforma fiscal local que amplíe la base tributaria o modernice el catastro, estas medidas podrían quedar en promesas.” Lo cual es muy cierto.

El reto allí está. Muchos son los aspectos que hay que corregir, pero precisamente la categoría de buen político se demuestra ante los problemas. Y en este tiempo de mujeres, la alcaldesa tapatía tiene la palabra para dar excelentes resultados, y así proseguir su carrera ascendente.




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