lunes, 30 de junio de 2025

¡Hasta pronto amigo!

 



Fernando G. Castolo*



Me dijo que le apoyara. Era un mañana desmayada en claridades, cuando me aproximé al quicio de su habitación, aquí en Zapotlán... El presidente Luis Carlos Leguer reconoció la impronta de varios personajes nativos de la ciudad, diseminados en diversas latitudes del orbe. Durante la ceremonia le conocí. De buen porte y con un donaire de gran personalidad. Iba de smokin, como quien va a la gran gala de un evento portentoso...



Pasaron los años y tuve la oportunidad de coincidir nuevamente con él. Ahora recibirá otro reconocimiento, el más importante que se le puede dar a un hombre o mujer en su terruño: Hijo Ilustre de Zapotlán el Grande.

Ahora, aquella grandeza estaba empequeñecida, por el paso y el peso de los años; pero esa dimensión era física, no intelectual. En lo intelectual era mucho más sereno, elevado y supremo. En su rostro una sonrisa de niño iluminaba el semblante. El entorno de su habitación era de una energía de paz y tranquilidad. Pasamos varias mañanas dialogando sobre lo efímero y lo trascendente. Embebí todo lo que pude. Me aferré en ser buen escucha y convertirme en su mejor alumno. La práctica la puso a prueba. Me confió dos libros para editárselos. Era un material mínimo de páginas pero enriquecido con la sensible capacidad de quien reconoce su realidad trascendente.




"Pocholo" y "Mi abuelo". El primero es la historia de su vida, una especie de autobiografía en que se revela el rostro más humano, más humanizado, de su andar personal y profesional. En el segundo, recomienda cuidados y atenciones a las personas de la tercera edad. Durante cincuenta años se dedicó con ahínco a la medicina, tanto a la práctica dentro de hospitales y consultorios, como a la teórica en aulas de la Universidad de Guadalajara, primero, como en la Universidad de Colima, después.

Fueron cincuenta años en los que, igualmente, siguió preparándose y viajando a diversas latitudes del mundo para compartir su gran bagaje científico, intelectual y humano... Le dieron la categoría de Hijo Ilustre y yo tenía que preparar los documentos necesarios para justificar esta iniciativa.

Por eso, en aquella mañana de desmayadas claridades me paré frente a su quicio y toqué la puerta... Descanse en paz mi dilecto Doctor don Eduardo Camacho Contreras, un personaje que, en los últimos años de su vida, me distinguió con su amistad sincera y fraterna... ¡Hasta pronto amigo!




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