Fernando G. Castolo*
Me
dijo que le apoyara. Era un mañana desmayada en claridades, cuando
me aproximé al quicio de su habitación, aquí en Zapotlán... El
presidente Luis Carlos Leguer reconoció la impronta de varios
personajes nativos de la ciudad, diseminados en diversas latitudes
del orbe. Durante la ceremonia le conocí. De buen porte y con un
donaire de gran personalidad. Iba de smokin, como quien va a la gran
gala de un evento portentoso...
Pasaron los años y tuve la
oportunidad de coincidir nuevamente con él. Ahora recibirá otro
reconocimiento, el más importante que se le puede dar a un hombre o
mujer en su terruño: Hijo Ilustre de Zapotlán el Grande.
Ahora,
aquella grandeza estaba empequeñecida, por el paso y el peso de los
años; pero esa dimensión era física, no intelectual. En lo
intelectual era mucho más sereno, elevado y supremo. En su rostro
una sonrisa de niño iluminaba el semblante. El entorno de su
habitación era de una energía de paz y tranquilidad. Pasamos varias
mañanas dialogando sobre lo efímero y lo trascendente. Embebí todo
lo que pude. Me aferré en ser buen escucha y convertirme en su mejor
alumno. La práctica la puso a prueba. Me confió dos libros para
editárselos. Era un material mínimo de páginas pero enriquecido
con la sensible capacidad de quien reconoce su realidad trascendente.
"Pocholo" y "Mi abuelo". El primero es la
historia de su vida, una especie de autobiografía en que se revela
el rostro más humano, más humanizado, de su andar personal y
profesional. En el segundo, recomienda cuidados y atenciones a las
personas de la tercera edad. Durante cincuenta años se dedicó con
ahínco a la medicina, tanto a la práctica dentro de hospitales y
consultorios, como a la teórica en aulas de la Universidad de
Guadalajara, primero, como en la Universidad de Colima, después.
Fueron cincuenta años en los que, igualmente, siguió
preparándose y viajando a diversas latitudes del mundo para
compartir su gran bagaje científico, intelectual y humano... Le
dieron la categoría de Hijo Ilustre y yo tenía que preparar los
documentos necesarios para justificar esta iniciativa.
Por
eso, en aquella mañana de desmayadas claridades me paré frente a su
quicio y toqué la puerta... Descanse en paz mi dilecto Doctor don
Eduardo Camacho Contreras, un personaje que, en los últimos años de
su vida, me distinguió con su amistad sincera y fraterna... ¡Hasta
pronto amigo!
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